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La presa y la sombra

Mario Vargas Llosa

En agosto de 1986, el distinguido escritor y periodista irlandés Connor Cruise O'Brien publicó en la prestigiosa revista norteamericana The Atlantic Monthly un largo ensayo -"God and man in Nicaragua"- por el que fue premiado con el Sidney Hillman Award y que tuvo una vasta repercusión en los círculos intelectuales de Occidente. No es exagerado decir que, por lo menos en el mundo anglosajón, este trabajo sentó cátedra sobre el sandinismo y la Teología de la Liberación en América Latina. Lo había visto citado innumerables veces, pero sólo ahora he podido leerlo, en una recopilación (1).Su lectura ha sido fascinante por más de un motivo, como se verá. Muy acertadamente, Cruise O'Brien advierte, durante su visita a Nicaragua, que Dios y la religión católica desempeñan un papel protagónico en la pugna entre el poder revolucionario y la oposición, y centra su análisis, averiguaciones e hipótesis en este tema. A partir de allí, no hay más aciertos: sus juicios y conjeturas se extravían y no vuelven a encontrar el camino de la realidad.

La afirmación más notable es la de que "junto con el proceso revolucionario, una nueva Reforma está en marcha" en ese país centroamericano, Reforma -se refiere a la Teología de la Liberación y a la Iglesia popular- que, como la de Lutero y Calvino, podría fracturar a la Iglesia Católica si el Papa Juan Pablo II y el Cardenal Miguel Obando y Bravo, Arzobispo de Managua, siguieran secundando los planes del Presidente Reagan para aplastar a la Revolución Sandinista, que es la de la Iglesia de los pobres y cuenta con amplísimo apoyo entre los católicos de América Latina, la mitad de los que hay en el mundo. ("Como Martín Lutero encontró sus príncipes, los teólogos de la liberación de América Latina han encontrado a los suyos en los nueve comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional").

El sandinismo es una ideología profundamente latinoamericana, hecha de orgullo patriótico y genuina fe cristiana -lo que lo emparenta a Polonia-, en la que el pequeño componente marxista se halla neutralizado por "el nacionalismo". Sus enemigos son Ronald Reagan "y el más grande poder de la tierra", que no puede tolerar la insumisión antiimperialista del pequeño "David contra Goliat", y el Papa Juan Pablo II, empeñado en restaurar el principio de autoridad dentro de la Iglesia -el Magisterium- y quien ve con alarma "el más indeseable precedente, para América Latina en particular": que, por primera vez en la historia, un Estado haga suya y apoye la Teología de la Liberación.

Pero el Papa cometió una gravísima equivocación, en su visita a Nicaragua del 4 de marzo de 1983, al mostrar su desafecto hacia la revolución y la Iglesia de los pobres, y su solidaridad con la Iglesia de los ricos, amonestando públicamente "a esa frágil persona de largos cabellos blancos y barba blanca", el Ministro de Cultura del Sandinismo, Padre Ernesto Cardenal. A diferencia de tantos católicos que se conduelen por la humillación sufrida por "Ernesto", Cruise O'Brien se apena más bien por Juan Pablo II, pues aquel gesto consiguió lo contrario de lo que pretendía: multiplicar la influencia de los "Cristianos Sandinistas", "cuyo prestigio jamás ha sido tan alto", y reavivar la Teología de la Liberación "que llamea ahora en cada rincón de América Latina".

En aquel episodio en el aeropuerto -"el bochorno de Managua" lo llama-, que revive gracias a un vídeo durante su visita nicaragüense, tres años más tarde, ve Cruise O'Brien un símbolo de la lucha que tiene lugar entre esas dos fuerzas adversarias del catolicismo (la de los pobres y la de los ricos, la de la liberación y la del sometimiento) y un indicio claro de cuál representa la justicia, la verdad y el futuro: "La de Ernesto y sus amigos", "que están comprometidos con realidades vivas -la causa de los pobres, la defensa de Nicaragua mientras que el Papa ha dedicado su vida a resucitar una extinta abstracción: el Magisterium".

Pero no es "Ernesto" el representante de esa nueva Iglesia popular y justiciera, que está ya derrotando en Nicaragua y América Latina a la fosilizada del Vaticano, a quien Connor Cruise O'Brien expresa su mayor admiración, sino el padre Maryknoll Miguel. d'Escoto, ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno sandinista. Llega a compararlo con Ghandi y Martin Luther King y con "los predicadores de Cromwell". Y describe su "insurrección evangélica" como una gran victoria "contra Obando", que, además, "capturó la imaginación de muchos cristianos en todo el mundo, y especialmente en América Latina". (La "insurrección evangélica" del padre D'Escoto consistió en un ayuno de treinta días, en agosto de 1985, del que emergió, con unas barbas bíblicas y siempre muy rollizo, a anunciar que Ronald Reagan "era un caso de posesión diabólica").

Las predicciones a mediano y largo plazo del ensayo son muy explícitas. Intuyendo, con su vieja sabiduría y pragmatismo que está perdiendo la batalla con una Teología de la Liberación que ha calado profundamente en las masas del Continente, Roma acabará por bajar los brazos y tomar distancia "con las fuerzas conservadoras en América Latina". El Cardenal Obando se verá cada día más acosado dentro de su propia Iglesia, incluso entre los obispos nicaragüenses, y terminará siendo sacrificado por el Vaticano. El sandinismo nunca negociará con los vendepatrias de los contras y luchará "hasta su último aliento" por continuar la Revolución. Sólo una directa Invasión militar de Estados Unidos podría desalojarlo del Gobierno, pero, si así ocurriera, ello provocaría una formidable explosión de solidaridad en el resto de América Latina donde "el dios de los pobres" es ya una fuerza invencible.

El año pasado coincidí, en un programa de televisión, en Chicago, con Connor Cruise O'Brien y lamento no haber conocido antes su ensayo God and Man in Nicaragua, pues le hubiera pedido que me explicara cómo fue posible, con aquellos antecedentes, que en febrero de 1990, en las primeras elecciones libres en aquel país de pobres, los sandinistas fueran derrotados de manera tan concluyente. Y, también, cómo debía interpretarse el hecho de que esos "príncipes" de la Iglesia popular y el idealismo patriótico socialista, los comandantes del FSLN, antes de dejar el poder hubieran perpetrado la famosa "piñata" capitalista en que se vendieron a sí mismos y a sus allegados, por cifras simbólicas, las casas y empresas que habían

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La presa y la sombra

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nacionalizado en nombre de la Revolución y la justicia social.

Aunque su ensayo no da fechas precisas, tengo la impresión de que Cruise O'Brien visitó Nicaragua poco después que yo, que pasé un mes allí, entre marzo y abril de 1985, enviado por The New York Times para escribir un artículo (2). Estuvimos en los mismos sitios y hablamos con las mismas personas, pero no vimos ni entendimos las mismas cosas. Es verdad que la religión y la Iglesia católica eran el eje de la lucha política entre el gobierno y la oposición, pues cada cual quería tener de su lado y esgrimir contra el adversario esos poderosos aliados.

Pero ya para entonces cualquier observador imparcial podía advertir que "la Iglesia popular" tenía perdida la partida frente a esa fuerza de la naturaleza que era el Cardenal Obando y Bravo, indio astuto y carismático, con un tremendo poder de sugestión ante la gente humilde, que había fundado los primeros sindicatos rurales del país y recorrido buena parte de las montañas de Nicaragua a pie y en burro. Él sí que era "popular", pues donde comparecía se formaba una aglomeración de gente del pueblo vitoreándolo.

Los representantes del "Dios de los pobres", en cambio, eran los mejores, como los animadores del INIES (Instituto Nacional de Investigaciones Económicas y Sociales) del jesuita Xabier Gorostiaga, y del Centro Ecuménico Antonio Valdivieso, del franciscano Uriel Molina, intelectuales cuyos razonamientos y tesis teológico-revolucionarias estaban fuera del alcance ya no se diga de las masas sino, incluso, del católico medio, o figuras pintorescas y algo payasas, como el canciller D'.Escoto, cuyos desplantes publicitarios nadie, entre toda la gente que conocí, tomaba en serio. Es verdad que Ernesto Cardenal era un hombre querido, pero por su buena poesía -todos los nicaragüenses son compulsivamente poetas-, no por las estridencias político-religiosas que solía decir -"La sociedad comunista es el verdadero Reino de Dios", "La Iglesia Católica es la puta de los Evangelios", etcétera- que hacían un flaco favor a su causa y con las que los pensadores serios de la Teología de la Liberación -un Gustavo Gutiérrez, digamos- difícilmente hubieran comulgado.

La Misa de la Solidaridad, del Padre Uriel Molina, en Barrio Regueiro, era un lindo espectáculo, con canciones revolucionarias de Carlos Mejía Godoy y grandes murales de un Cristo sandinista flagelando yanquis y banqueros. Pero allí yo no vi "pobres", y muy pocos nicaragüenses, porque quienes colmaban el local eran "internacionalistas" norteamericanos poco reverentes, que interrumpían la ceremonia para pedirle autógrafos a Tomás Borge (y las mujeres para besuquearlo).

Donde vi, en cambio, "masas" fue en Chontales, en el Santuario de la Virgen de Cuapa, que Connor Cruise O'Brien ni siquiera menciona, pese a que fue la jugada maestra de la jerarquía católica nicaragüense para desbaratar a sus "insurrectos evangélicos" y golpear al gobierno de los nueve comandantes. ¿Qué arma hubieran podido oponer estos infelices frente a una Virgen María que baja del cielo, se aparece a un humilde sacristán, Bernardo, y acusa a los sandinístas de ser ateos y comunistas? Trataron, en la mejor tradición bíblica, de comprarlo y de corromperlo por el camino de la concupiscencia (con una mujer llamada Sandra), pero la jerarquía se apresuró a enclaustrarlo en un seminario, donde yo lo visité y me contó su historia. A mí no me convenció del todo, pero, claro, yo soy un agnóstico, en tanto que la inmensa mayoría de los nicaragüenses no lo son y creyeron a pie juntillas al buen Bernardo, sobre todo después que varios obispos y el propio cardenal hicieron saber que, aquello que decía, "no estaba en contradicción con las enseñanzas de la Iglesia".

Las controversias religiosas no se ganan con argumentos, sino con gestos, imágenes, emociones y, sobre todo, milagros. Aquella controversia con el sandinismo y sus teólogos la ganaron Juan Pablo II, Monseñor Obando y los católicos nicaragüenses que estaban con ellos porque, dentro de la Iglesia, la jerarquía -con el Papa a la cabeza- gana -siempre las controversias. Pero, también, porque en este caso defendieron, además del principio de autoridad, algo que Connor Cruise O'Brien ni siquiera sospecha en su ensayo que pudiera ambicionar el pueblo nicaragüense: pluralismo político, elecciones libres, derecho de crítica, desaparición de la censura previa, una vida democrática.

Quizá lo más injusto de su trabajo, la laguna más ominosa, sea olvidar que la oposición a la dictadura de Somoza no fue monopolio del FSLN, sino que participaron en ella muchos socialistas, liberales, demócratas-cristianos, social -demócratas, conservadores -como Pedro Joaquín Chamorro, el fundador de La Prensa, que combatió toda su vida a la dictadura y fue asesinado por Somoza- u hombres y mujeres independientes, excluidos luego de participar en el gobierno cuando los comandantes se proclamaron, porque tenían las armas, los únicos propietarios de la "liberación". Fue esa oposición democrática y popular la que terminó sacando a los sandinistas del poder, mediante el civilizado instrumento de los votos, no los ejércitos de Ronald Reagan.

¿Por qué la aspiración a vivir en libertad y dentro de la ley, que a Connor Cruise O'Brien le parece tan natural cuando se trata de Irlanda, o Europa Central, o incluso África del Sur, país sobre el que ha escrito con tanta solvencia, simplemente no la percibió en momento alguno durante su viaje por Nicaragua? Por una razón que nunca me cansaré de denunciar en tantos intelectuales occidentales. Porque él no fue a ver qué ocurría en Nicaragua, sino a confirmar unos estereotipos tan acendrados en la cultura "progresista" occidental sobre América Latina que nada pueden contra ellos los más rotundos desmentidos de la realidad histórica. Eso es lo que los franceses llaman "confundir la presa con la sombra". Y me temo que todavía por mucho tiempo, obnubilados por la nostalgia utópica de la que no puedan desprenderse, otros Connor Cruise O'Brien sigan viendo, en América Latina, sólo las hermosas o deleznables ficciones que sobre ella han fabricado.

1 Connor Cruise O'Brien, Passion and Cunning and other Essays, London, Paladin Books, 1990.

2 "Nicaragua en la encrucijada", reproducido en Contra viento y marea (III), Barcelona, Seix Barral, 1990, páginas 247-304.

Copyright Mario Vargas Llosa, 1993.

Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SA, 1993.

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