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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar y los globos de colores

FUENTES DEL Partido Popular adelantaron que su líder, José María Aznar, iba a soltarse el pelo en el discurso que pensaba pronunciar en Castellón, a los postres de una cena con simpatizantes de su partido prevista para la noche del jueves. El propio Aznar anunció a los periodistas, a la entrada del local, que esta vez "no quedarían defraudados". El discurso que ayer resumían los periódicos contiene, ciertamente, numerosas frases susceptibles de convertirse en titulares. Pero su carga es más bien aérea: globos de colores.Tener ideas nuevas es difícil, en política y en cualquier otra actividad. Pero aunque no ideas originales, sería de esperar encontrar al menos argumentos que avalen los juicios emitidos, sobre todo cuando éstos son muy severos. Fiel a su línea de la última campaña, el discurso de Aznar contiene rotundas descalificaciones de González y su Gobierno: no tener más ambición que el poder ni más ideología que el oportunismo, estar formado por profesionales del engaño, ampararse en poderes económicos y de comunicación para cubrir sus falsedades, carecer de autoridad moral para pedir sacrificios a la población tras haber incumplido sus promesas, etcétera. Según Aznar, en fin, que nunca nadie ha faltado tanto a la verdad y en tan poco tiempo como Felipe González.

Ninguna de esas frases es original. Todas ellas forman parte de una cosecha muy abundante en algunos periódicos: quien haya escrito el discurso, de Aznar no se habrá herniado por el esfuerzo de recopilarlas. En cambio, apenas ha encontrado argumentos para justificarlas. El principal es que González ocultó la verdadera situación económica y alentó falsas expectativas de recuperación. Lo primero es seguramente cierto: es difícil de creer que el Gobierno desconociera la verdadera dimensión del déficit público, pero esa sospecha ya fue utilizada por los populares sin extraer de ella sus consecuencias lógicas en materia fiscal y presupuestaria. González acusó a Aznar no de que quisiera recortar las prestaciones sociales, sino de que no tendría más remedio que hacerlo si mantenía el compromiso de congelar, primero, y rebajar, después, los impuestos, así como el de reducir las cotizaciones a la Seguridad Social. Y el error respecto a la recuperación lo comparte González con todos los demás dirigentes políticos del mundo. Considerar que eso es mentir resulta bastante exagerado. Y hacerlo en los términos dramáticos en que lo ha presentado Aznar, ligeramente ridículo.

Más justo sería afirmar que ni Aznar, ni González, ni mucho menos Anguita, plantearon ante el electorado las consecuencias de la gravedad de la situación económica. En el caso del Partido Popular, su programa sí incluía un diagnóstico más descamado -y más justo- de la realidad, pero su campaña consistió en buena medida en evitar hablar de los efectos que se deducían de ese diagnóstico: de ahí la contradicción entre el panorama estremecedor presentado por Aznar para desacreditar a su rival y el simultáneo compromiso de no cambiar gran cosa para no asustar al electorado moderado.

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Esa contradicción sigue enredando el discurso de Aznar. Sus ataques a los nacionalistas catalanes y vascos, acusados de oportunismo por haber "apuntalado" el Gobierno de Felipe González, resultan difíciles de entender teniendo en cuenta que de haber sido él el vencedor habría requerido de ese mismo apuntalamiento. Que el perdedor niegue "autoridad moral" al Gobierno salido de unas elecciones celebradas hace menos de tres meses es someramente osado, y más bien irresponsable utilizar esa descalificación para negar al Ejecutivo el derecho a pedir sacrificios a la población para salir de la crisis.

Porque o bien piensa Aznar que esos sacrificios no son necesarios, en cuyo caso debe argumentarlo, o bien considera que no es el ganador en las urnas, sino tal vez el perdedor, quien debería asumir la responsabilidad de plantear tales sacrificios a los ciudadanos. Pero incluso en ese caso necesitaría algo más que "provocar olas que hagan progresar la esperanza en el corazón de los españoles" para convencerlos. El líder conservador debe demostrar con alternativas, no sólo con titulares, que da la talla.

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