Piruetas en Carabanchel
Unos mil reclusos asisten en la cárcel madrileña a una exhibición de arte ecuestre
Lo que más encandiló a los internos, por encima incluso de las elegantes piruetas y braceos de los caballos, fueron las piernas de una periodista de televisión. Ayer por la tarde, en el patio de la cárcel de Carabanchel y bajo un sol de justicia, hubo una exhibición de arte ecuestre. La mirada de los reclusos se repartió entre el improvisado picadero y la informadora, cuya entrada al patio de la prisión resultó más jaleada que las piruetas de los animales."Tranquilidad, Carabanchel, tranquilidad", pedía Rony, sonriente y con ironía, a través del equipo de megafonía. Rony, boliviano, es locutor de Canal Límite, equipo de televisión de Carabanchel, que grabó el espectáculo ecuestre para ofrecerlo en diferido a los internos.
Pese al tórrido calor, más de la mitad de los reclusos de esta prisión madrileña (ayer había unos 1.800) bajaron al patio de la llamada galería cultural para disfrutar del arte que demostraron los caballos del empresario y jinete extremeño Juan Pedro Olmos. Cobró 250.000 pesetas, la mitad de su caché habitual, según explicó José Antonio Moreta, director de Carabanchel.
"Con estas actividades pretendemos desmitificar la vida carcelaria: es una forma de vida más de la sociedad, aunque con la gran limitación de la privación de libertad", declaró Moreta. Sabe que el calor aumenta la tensión entre las rejas. Y que la distración favorece el relajo y evita motines. En lo que va de verano no se ha producido ningún incidente. "Casi todas las semanas celebramos actividades", precisó.
Sólo a unos cuantos presos, los del servicio de mantenimiento, se les permitió mezclarse con los informadores; los demás estaban detrás de unas vallas. Entre los primeros, Fidel Boazati, un marroquí de 26 años condenado recientemente a 12 años de cárcel por matar a un joven de Getafe, buscaba afanosamente a un periodista para descargar sus cuitas: "Era un cabeza rapada, un racista", explicó sobre su víctima. "Yo actué para defender me de sus ataques, él y otros venían a por mí". A Boazati no le preocupaban lo más mínimo ni los movimientos de los caballos ni las piernas de la periodista. Su mirada se centraba en lo que hay detrás de los muros: la libertad y su familia: su mujer y un hijo de tres años. "Ahora están desarbolados, perdidos...".
También pululaba entre los informadores otro interno cuyas fechorías -atracos y robos- le han cargado con 14 años de cárcel. Admitía que distraciones como la de ayer sirven para calmar los ánimos y combatir con mayor entereza las fuertes temperaturas nocturnas. "La puerta de la celda está cerrada, el aire no corre... figúrate como son las noches".
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