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Razones vitales

Los altibajos de la moda intelectual tienen mucho que ver con qué tipo de ideas son las que capturan, en un momento dado, al mayor número de mentes emergentes. Hace, 20 años vivía la sociedad española la fiebre de la recepción de las corrientes y métodos de pensamiento entonces en vigencia, las cuales habían sido largamente represadas por la resistente terquedad del nacionalcatolicismo. Las traducciones masivas del marxismo y de la filosofía analítico-científica alimentaban el ansia teórica, y sobre todo práctica, de quienes se veían llamados con urgencia a las tareas rectoras, en la política, en los negocios, en la opinión. Sospecho que el bagaje principal del líder average se componía con frecuencia -aparte de sus sapiencias de carrera- de un par de teorías todoterreno, un suponer. Una era la simplista creencia en la división de la sociedad entre estructura económica (considerada "verdadera") y superestructura ideológica (tenida por "falsa"). La otra era, la creencia aplicable a la cultura -y llegada todavía de París, como los bebés- de que los hechos denotan algo en primer grado y se abren después a múltiples connotaciones que el ingenio de cada cual debe perseguir y cazar al vuelo. Es notable que ambas teorías valieran, bien barajadas, para casi todo lo más gordo. Pero la presión de los modelos dominantes del momento, más o menos sumarios, se apreciaba también en el más estrecho círculo de los especialistas. Uno podía acudir a un congreso de filosofía -como me pasó a mí mismo-, citar a Heidegger, pinto el caso, y observar divertido cómo se desmelenaban los congresistas dando voces por los pasillos. "¡Hay un tío que acaba de citar a Heidegger!", repetían entre escandalizados e incrédulos. Los mismos individuos, quizás, que nos atufan años después con esa jerga intermedia del desencanto de la democracia -a la que no es ajeno el Heidegger menos fiable- y del emboscamiento en el bosque del purismo antipolítico.El sentido de esta rememoración es el de preguntarse por las razones vitales que nos asisten para no esperar nada especialmente bueno de esos bandazos que dejan sin asiento la labor intelectual creativa y que disuelven el espesor de la tradición cultural. Así, alguien puede deslizar como al desgaire (EL PAÍS, 28 de diciembre de 1992, en esta misma sección) que "nuestro mediocre pensar filosófico" sigue viviendo aún de Ortega y Gasset. Subrayo que es una afirmación hecha entre paréntesis, por un catedrático de Filosofía Política. Pero esa afirmación de Manuel Ramírez, que deja sin duda fuera de la mediocridad al propio Ortega, pero que desaira sin ton ni son a sus discípulos directos (justo por serlo, que diría Manuel Granell), me parece una muestra de varios equívocos o posibles inocentadas que es preciso encarar. Hay indicios de que el pensar filosófico hispánico tal vez no sea tan mediocre como asevera ese despreciativo y -repito- lateral juicio. Pero, si en verdad lo fuera, ello se debería no a que la filosofía hispánica vive de Ortega, sino a que no vive de él lo bastante. Esto hay que recordarlo, aunque sólo sea porque la herencia orteguiana ha sufrido demasiados ataques injustos. Uno en los años sesenta, cuando se pretendió aplastarla bajo el peso de los milenta tomos neotomistas. (¡Aquel benemérito tratado, De hominis beatitudine, en estricto latín, del padre Santiago Ramírez!). El otro olvido es el de los años setenta, cuando para ponerse al día tantos ocultaban su Ortega para exhibirse sólo con los Carnap o los Lukács de turno. Por otro lado, la filosofía hispánica no está encerrada desde luego en los límites de la escolástica orteguiana ni en los de ninguna otra. Y si ese efectivo avance constituye por sí mismo una normalización y puesta a punto de la filosofía, hay que decir, sin embargo, que el camino de creación e influencia del pensamiento no puede desligarse entre nosotros de la meditación y de la crítica de la filosofía de Ortega y Gasset.

Hace ahora 70 años (i70!) que Ortega escribió los primeros textos de su libro El tema de nuestro tiempo y 55 años desde su primera edición unitaria en pleno desastre de guerra civil (15 de marzo de 1938). Pues bien. El que Ortega señalaba con mirada de águila a principios de siglo sigue siendo, a finales de siglo, el tema de nuestro tiempo. La vía siempre urgente, y desdibujada siempre sobre las ondas de la historia, entre un racionalismo absolutista y un vitalismo sentimentaloide. Pongamos de la parte racionalista la utopía política, la tiranía de lo económico y la santificación de lo que domina de hecho. Y del lado del sentimiento coloquemos la religión acrítica, el etnicismo, el sexismo y el ciego seguimiento de la mera marginalidad. Nos encontraremos con un renovado elenco de los fenómenos que incitaron a Ortega y Gasset a proponer su filosofía resolutiva de la razón vital.

En el epicentro mismo de un ti empo de revoluciones sabe Ortega -como se lee en su libro- que la dura época bélica en cuyo umbral él escribe es en realidad el anuncio del "ocaso de las revoluciones". Eso ha de tenerse en cuenta, obrando en consecuencia con nuestras razones vitales. Al fin y al cabo, también avisaba Ortega contra "el alma desilusionada" en la conclusión de su libro: "Tal vez el nombre que mejor cuadre al espíritu que se inicia tras el o caso de las revoluciones sea el de espíritu servil". En esta hora europea de frecuentes urnas, el aviso sobre ese peligro de servilismo y aun de trampería vale igual para quienes parecen empeñados en desilusionarse de su poder -forjado por los votos- como para quienes se ilusionan con un poder que, en el fondo, nunca les ha abandonado. Las urnas, ellas, hablarán al respecto. En cuanto a Ortega, que nadie invoque su nombre en un contexto partidista, porque él es quien ha hecho madurar entre nosotros algo ampliamente común: nada menos que la actitud intelectual moderna. De la misma manera que eso se hizo en otras culturas nucleares de Europa alrededor de la idea de "razón" o de "espíritu", Ortega acuñó en torno a la idea de "vida" -sus insuficiencias y sus determinaciones- una filosofía de la modernidad bien adaptada por fin al genio de la cultura hispana. ¿Debo añadir que es la "vida" orteguiana la idea que mejor legitima y explica la mayor parte del arte y de la cultura mediática de nuestros días? Hay que seguir explotando el filón de las ideas de Ortega y Gasset. Y espero no ser pretencioso si añado que hasta ahora quien lo ha hecho con más fidelidad y con mejor fortuna no ha sido precisamente la derecha española. Tanto en filosofía como en política. Mañana, veremos.

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Lluís Álvarez es profesor de Estética y de filosofía en la Universidad de Oviedo.

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