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Tribuna:Folletín de un año largo
Tribuna
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Por el racismo hacia Dios Capítulo 5

En una somera lista de los acontecimientos preocupantes que se van sucediendo en este folletín, que aparece sin demasiada forma académica, está la del renacimiento del racismo, según los titulares de la tele visión y los periódicos. No es real que renazca: no ha desaparecido nunca. Lo que se está subrayando es que reaparece precisamente en Alemania, a la que injustamente atribuimos su cuna, como si no hubiera historia pasada o como si en la esclavitud organizada, por no citar más que uno de los, grandes fenómenos recientes, no hubiésemos participado todos, cada uno desde nuestra civilización; y España no estuvo a la cabeza porque no tenía poder negrero, pero sí traficó, compró, vendió, utilizó. Véase Cuba.Aunque el racismo nazi fue probablemente el más puro y duro, el más malvado, inútil, inexplicable de la historia. Ni siquiera era una historia de pobres y ricos. Al señalar su reaparición en Alemania, concretamente contra los turcos de la emigración, y contra mujeres, niñas y ancianos -no por una decisión o meditación, sino porque suelen estar solos en la casa-, se está señalando la reaparición del nazismo; y las manifestaciones que le defienden llevan cruces gamadas y uniformes de las juventudes hitlerianas. Hay indicios antiguos de que el nazismo vive en el mundo, y probablemente no desaparecerá nunca. Es una manera de ser, que en un periodo determinado de la historia se manifestó en lugares con nombres y actitudes específicas. Podría decirse lo mismo del comunismo. Sin comparación, naturalmente: hay un sistema de valores, objetivos, intenciones y finalidades que siempre distinguirá las dos formas, totalitarias a favor de ésta. La coincidencia con un nuevo periodo histórico de decadencia de las democracias inquieta especialmente: hay, además, víctimas supervivientes y enemigos del nazismo que tienden a señalar la gravedad del asunto.

Nazismo y racismo son dos fuerzas que no tienen necesariamente que coincidir. En Italia no coincidieron apenas (sólo por cumplir con sus aliados), y en España, escasamente: más bien en la exaltación imaginaria de una raza es pañola -algo más imaginaria, incluso, que la de los arios: la población de este país es fruto de mestizajes, intercambios, cruces, invasiones- que el nazismo local, llamado generalmente franquismo, fijó en la época de la Reconquista y en ciertos ideales religiosos: su restaurador, Franco, escribió con su propia mano -la misma de la espada y la pistola- el guión de la película que se llamaría Raza. Fueron los antepasa dos o fundadores imaginarios de esa raza los que se encargaron ya del racismo agresivo y ofensivo en su propio tiempo: conversiones en masa, expulsiones, hogueras. No ha sido necesario, después, que ningún nacionalismo las repita. A veces, brota con carácter de caricáturá: el vasco Arzalluz reivindicando un determinado factor sanguíneo -el Rh negativo- como diferenciación de su raza. Otras formas de nacionalismo interno por cuestiones de cultura, idioma, modología o posesión forman un racismo muy tenue, pero sí establecen distinciones con otras. El nazismo racista alemán, cuyas doctrinas venían de otros países -Francia, Reino Unido-, renace: se ocupa poco esta vez de los judíos (ya se ha visto que no es lo mismo racismo que antisemitismo) y más de los enemigos de los judíos, los otros semitas, los árabes (enemigos por comodidad de lenguaje y por necesidad de distinción; estas pobres gentes de la emigración económica nos podrán tener odio a todos, como es justo y razonable, pero no tienen posibilidad de distinguir entre nosotros). En este caso son turcos, que se proclaman muy distintos de los árabes, aunque sean musulmanes. Pero ¿quién va a distinguir, y para qué?

El racismo actual en Europa es democrático. Está en las constituciones, forma parte de las leyes, se exhibe y se proclama, se defiende en organismos europeos. Está curiosamente interrelacionado con la caída del comunismo, que durante toda la posguerra quiso alentar al Tercer Mundo a la adopción de su régimen o a la defensa frente a las naciones llamadas capitalistas. El racismo, como su hermano el colonialismo, fue abolido -por iniciativa idealista de Roosevelt, por acción política de Estados Unidos- con la supresión de los dominios europeos (aunque siguiera practicándose en muchos lugares de Estados Unidos, donde aún no ha cesado); nació el tercermundismo, hizo presa en las conciencias europeas expresadas por sus intelectuales, y no pudo ser combatido por la presencia armada de China, de la Unión Soviética y, durante un corto interregno, por la de Indonesia. El verano pasado se sabía ya que se estaba alzando una barrera de contención contra ese Tercer Mundo, y que no importaba nada ya el problema de conciencia que habían estado representando los intelectuales. Entre las notables desapariciones de este tiempo está la de los intelectuales: su historia comienza con el proceso Dreyfuss, al empezar el siglo, y está terminando ahora: los intelectuales europeos han brillado cien años, pero probablemente ni uno más (hay diplodocos supervivientes: les espera el frío, el hambre, la caza).

El ataque al Irak de Bush en 1991 no fue sólo el cumplimiento de una sanción, la defensa de la economía del petróleo o una contención más: el presidente señaló que era el principio de un nuevo orden, y más bien pareció un pretexto. Y creíamos que resultaba un desorden. Pero cuando; ya perdido como presidente, acabada su era, con sus cosas recogidas de la Casa Blanca y con Clinton preparándolo todo, ordenó un nuevo bombardeo: otra "operación de castigo". Temo que no se vio en ese momento todo el alcance de su castigo.- ha bastado un puñado de meses para verlo de otra manera. Vinimos a creer entonces que quería irse con una salva de fuegos artificiales; que quería comprometer a Clinton en una política que el presidente electo no quería; que eran los últimos disparos del nuevo orden. Pienso hoy de otra manera, después de las operaciones directas asumidas por Clinton -la "tercera ola" sobre Bagdad con un pretexto nimio, las matanzas de Somalia, las amenazas a Corea del Norte- y después, también, de ser secundado por sus tibios pero cómplices aliados: la acción de Estados Unidos está absolutamente por encima de los presidentes. No es sencillo decir que se trata del capitalismo, o los militares, o del complejo militar-industrial, como lo calificó Einsenhower al abandonar su presidencia.

Parece que ahora, al hablar de Estados Unidos, se está hablando ya de una entidad que vive y se manifiesta sola, por sus ordenadores; que realiza el cumplimiento de un plan sobrehumano, lo que De Gaulle llamaba la fuerza de las cosas": como si hubiera que volver, en el irracionalismo actual, a una imagen del destino o de la fatalidad. Todo esto suena muy antiguo o demasiado moderno (política-ficción); pero no es menos miserable, con menor pobreza mental, que imaginar un consejo de conspiradores ocultos, una cámara mundial de poder escondido y decisivo. Lo que no puedo pensar en este agosto del 93 es que un presidente de Estados Unidos pueda decidir por sí solo operaciones mundiales por encima de todas las normas y de toda la jurisprudencia antigua; volviendo atrás, no puedo pensar en que Reagan decidiese por sí sólo la Operación Galaxia, hoy olvidada porque ya no hay enemigo terrestre.

He citado más de una vez la existencia de una fuerza absoluta que se ha desbordado a partir de la gran victoria sobre la Unión Soviética, y contra la que no hay oposición posible. Pero tampoco puedo imaginar que esa fuerza sea meramente tecnológica y tenga vida por sí sola. En otros tiempos había fanáticos que creían que el demonio se había apoderado de la Unión Soviética, de donde salía su denodada fuerza de anticristo que estaba conquistando el mundo (hablo de los primeros años de la posguerra), y advertían que no había demasiado que temer porque, al final, el bien prevalecería (los supervivientes, o sus descendientes, creen que la caída de Rusia y la aparición de Wojtyla son esas fuerzas del bien, previstas y anunciadas ya, casi punto por punto, por la Virgen de Fátima). No me es fácil creer que ahora sea Dios el inspirador de Estados Unidos ( "God´s own country", dicen ellos) o que esté prisionero en la cámara blindada y secreta donde están los mejores ordenadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts.

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