El monarca adolescente y triste
Las fotos de los primeros años cincuenta nos muestran a un adolescente de perfil fino y asustadizo, de sonrisa y mirada le vemente melancólicas. Su padre, Leopoldo III, acababa de abdicar, después de una tormentosa historia que se remonta a la invasión alemana y la capitulación del rey. Sus partidarios habían obtenido una costosa victoria en el referéndum sobre el retorno del rey a Bélgica, todavía en un exilio al que le había obligado la derrota ante Hitler. Las manifestaciones y huelgas, que llegaron a suscitar el temor a una guerra civil, sucedieron a la consulta popular y a su desigual resultado: en favor del rey en el católico Flandes y en contra en la Valonia francófona.La imagen de Balduino, con 20 años, en los primeros días de su reinado se convierte así en la de toda su vida. Si se le ha llamado el rey triste es quizás por la impronta en su imagen del peso de la responsabilidad -la de restaurar el prestigio de la monarquía, entre otras cosas- y de un destino marcado tan prematuramente. El hecho es que el rey que acaba de morir era el que llevaba más años en trono en Europa, desde 1951 hasta ahora. Y en su caso no era por acaparadora ambición de poder, sino por su temprana llegada al armiño real.
La vida de Balduino I se identifica con la de su país. Durante estos años, Bélgica ha tomado los virajes más decisivos de su historia: desde la fundación de la Comunidad y la tempestuosa independencia del Congo hasta la declaración del conflicto entre comunidades lingüísticas y las sucesivas reformas de la Constitución, que han tomado 20 años y han convertido este país en un Estado federal.
El quinto rey de los belgas, sin embargo, ha marcado su reinado con una especial impronta. No es fácil gobernar este país, dividido por la lengua y por las ideologías y fragmentado por el sistema electoral. La formación de los gobiernos es una tarea de equilibrismo y pasteleo imposibles. De ahí la importancia de un rey sensible y hábil, capaz de suscitar acuerdos o de sugerir caminos sin sobrepasarse en sus funciones.
El estilo de Balduino ha llevado a la aparición de una terminología muy propia de las crisis de gobierno belgas: el informador nombrado por el rey para que le explique detalladamente qué posibilidades de gobierno existen, el formador para que haga ensayos de formar gobierno, el moderador o el negociador para que haga de intermediario entre partidos.
La última crisis, en la pasada primavera, cuando el primer ministro Jean-Luc Dealiaene dimitió ante la imposiblidad de ajustar el presupuesto con el consenso de todo el gobierno, es significativa del papel activo del rey en la política belga. Balduino rechazó la dimisión y obligó a Dehaene a buscar una acuerdo.
El último discurso de Balduino, el pasado 21 de julio, día de la fiesta nacional, ilustra a la perfección su actitud ante los problemas políticos. El rey lanzó un nuevo concepto, el "civismo federal", como nueva actitud para la nueva situación surgida de la reforma constitucional.
Una excepción empaña en cierta forma este papel prudente y activo en la política interior. Lo suscitó la ley de despenalización del aborto, que el rey no quiso rubricar para no violentar su conciencia de católico ferviente y practicante. La fórmula jurídica que se encontró, consistente en incapacitar al rey durante dos días y dejar la responsabilidad exclusivamente al gobierno, salvó la democracia y la conciencia real.
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