"¿Quién me creería si hablase bien castellano?"
También nació en Belén, pero hace sólo 42 años. El geólogo Fayed Saka lleva más de dos decenios en Madrid, adonde llegó para estudiar con los 100 dólares mensuales (unas 13.000 pesetas al cambio actual) que le giraba su padre desde Tierra Santa. Ahora -esposa española, dos hijos- se afana en su restaurante árabe a las afueras de la capital. Entre platillos de falafel y kebab, Fayed huye de la primera persona y siempre quiere hablar como uno más de los 5.000 palestinos que viven en España. Ya hace 17 años que no ha vuelto a Belén.La ironía centellea a menudo en sus ojos oscuros. Desapasionado -vestido con el estudiado desaliño de los progres del 68-, recuerda cuando llegó a Madrid con apenas 20 años y sin saber castellano. Y sufrió, como varias generaciones de universitarios, los menús de los comedores del SEU y las carreras con los grises en los talones. "Lo pasé muy mal en clase. Era difícil estar a la altura de los alumnos españoles y había que trabajar el doble".
"Nosotros", repite invariable para referirse a los estudiantes palestinos, "éramos casi todos chicos, y muchos acabamos con una novia española que hoy es nuestra esposa". Sin remedio, recae en las bromas: "En contra de lo que se piensa, somos bastante monógamos. A mi mujer la conocí cuando aún era estudiante y ya debe de estar harta de mí".
Con un pie en el autobús de la facultad y el pensamiento en la guerra del Yom Kipur, Fayed y sus compatriotas estaban siempre pendientes "de lo que sucedía allí [en Palestina]".
Volvió a su tierra en 1976. Fue la última vez. "No nos dejaban regresar a quienes procedíamos de los territorios ocupados, y mientras estudiabas la carrera era fácil perder la residencia por haber estado fuera más de dos años, sobre todo si habías participado en actividades políticas de la OLP".
Fayed asegura que veinte años después de llegar a Madrid no sabe lo que es sufrir la xenofobia. "Aunque existe aquí, en España". "Pero los palestinos somos unos inmigrantes atípicos -médicos, ingenieros, en el fondo una especie de clase media- y, además, no somos muchos".
Para mantener a su familia, Fayed trabajó como traductor e incluso escribió para periódicos árabes. Ahora vive de su negocio de hostelería. "A los españoles les gustan las especialidades de Oriente Próximo, y yo me gano bien la vida".
Viaje a Bagdad
Entre papeles y fogones, sus amigos de la Asociación Pro Derechos Humanos le rogaron que acompañase al rector de la Complutense, Gustavo Villapalos, y a Cristina Almeida, entonces (octubre de 1990) diputada de IU, para entenderse con Sadam Husein. Los 15 españoles retenidos en Bagdad durante más de dos meses tras la invasión de Kuwait llegaron poco después a Barajas.Por ahora prefiere vivir en España. "Mi cara es así, con rasgos que te distinguen del que está a tu lado", reconoce sin querer prestarle importancia. "¿Este acento árabe?". Vuelve a sonreír con ironía. "¿Quién me haría caso si hablase en un perfecto castellano, como mis hijos? Este acento me sirve para que sean más creíbles mis argumentos en defensa de la causa palestina". A todo parece sacarle un lado positivo. Menos a la esperanza de paz en su tierra de nacimiento. "Madrid es una buena ciudad para la paz", admite Fayed, que ha accedido gustoso a fotografiarse ante el palacio Real, donde se estrenaron las negociaciones entre árabes e israelíes. "Pero después de tanto tiempo soy pesimista".
"Claro que he oído que me han llamado moro a mis espaldas. Pero yo mismo digo que soy moro, para ridiculizar la palabra y mofarme de su contendio racista".
Después de media vida en Madrid, cree que la diferencia no la marca el color de la piel, la religión o el país de origen, sino la pujanza económica que ha visto desde que llegó a España.
"La gente que va a mi restaurante vuelve porque le gusta la comida". Y Fayed relata, siempre con sorna, que como el nombre de su establecimiento es muy difícil de pronunciar, los clientes se dan cita en el "restaurante del moro".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.