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Una anciana de 96 años, infectada con terribles llagas tras su paso por una residencia privada

Octavio Cabezas

Espeluznante. Esa palabra y nada más se acerca al impacto emocional que recibe, como un puñetazo en el rostro, quien contempla desnuda a Melchora Huetes Bueno, de 96 años. Siete llagas de gran tamaño que los especialistas llaman escaras, producidas por la gangrena, roen la parte inferior de su tronco. Esos estigmas, curables pero que podrían haber puesto en peligro su vida de no ser tratados a tiempo, son el regalo de despedida de casi un año de estancia en una residencia privada de ancianos por la que sus familiares pagaban casi 150.000 pesetas al mes.

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Problemas seniles

Este periódico ha renunciado a publicar las fotografías del cuerpo de Melchora, porque su contemplación pondría a prueba el más curtido de los estómagos.La causa de las siete úlceras que la corroen (una en el sacro, tres en los glúteos, dos en la espalda y una en el pie) es haber permanecido inmóvil -está prácticamente impedida-, sin ayuda para incorporarse, durante un periodo de tiempo prolongado. No hay circulación de la sangre en la zona en contacto con la superficie de la cama, y la gangrena aparece en los tejidos del organismo afectados.

El estado supurante de las úlceras dejó estupefactos a los médicos que se disponían, el pasado viernes, a hacerle un examen rutinario cuando ingresó en el Hotel Residencia Geriátrica Santa Matilde, en la calle del mismo nombre (distrito de Tetuán). Éste es un centro de 47 plazas de gestión privada, pero concertado con el Instituto Nacional de Servicios Sociales (Inserso), en el que, tras casi un año en lista de espera, Melchora había conseguido plaza.

Mientras ese ingreso se producía, sus familiares la habían dejado a cargo de los 12 auxiliares clínicos que tiene la residencia privada Aloha, con capacidad para 40 personas, en la calle de Agustín Calvo (Hortaleza). Una residencia por la que pagaban casi 150.000 pesetas al mes, recolectadas entre sus cuatro hijos -todos ellos de posición económica no precisamente desahogada- y la pensión de Melchora, que asciende a unas 20.000 pesetas.

"Mi madre no puede valerse por sí misma y padece demencia senil", cuenta José Antón Huetes, uno de sus hijos. "Yo la tuve conmigo mucho tiempo, pero llegó un momento en que no podía mantenerla en casa Así que decidimos ingresarla en una residencia". De eso hace casi un año. Durante unos meses no hubo problema alguno, pero una caída que sufrió Melchora en Aloha, en noviembre del pasado año, y por la que se rompió una rótula, fue el comienzo de la infernal historia.

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Las escaras aparecieron entonces, durante su convalecencia de 20 días en el hospital Ramón y Cajal, donde comenzaron a ser tratadas. Según Higinio González, uno de los dos socios propietarios de la residencia Aloha, el tratamiento prosiguió en su establecimiento. Sin embargo, los cuidados administrados no surtieron mucho efecto.

Curación posible

Preguntado al respecto, Higinio González responde que "se le curaban las escaras y se la sentaba un rato todos los días", sin dar más datos. Según un médico especialista, neutral en este caso y que prefirió mantener el anonimato, la curación de este tipo de heridas -también llamadas úlceras de decúbito- se realiza con la utilización de colchones especiales -que no hay en Aloha, según pudo comprobarse ayer- y de caros antibióticos. Pero lo que resulta imprescindible es que se cambie de postura al paciente cada dos o tres horas, para evitar la muerte de tejidos, cosa que no parece que se haya dado en el caso de Melchora. El especialista consultado concluye que, aunque haría falta un examen en persona, "hay indicios de negligencia".

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