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Las cosas que pasaron

He citado a sabiendas, aunque con escaso conocimiento, un verso de Luis de Cam5es, el gran poeta del siglo XVI portugués: "El gran dolor de las cosas que pasaron". Cada vez que escucho un verso de Camoes, cada vez que escucho en su idioma original y bien dicho un verso de alguno de los escasos poetas que han existido en este mundo, me quedo pensativo. Cada poema auténtico está vivo y nos habla de nuestras cosas. Nos entrega una clave un tanto opaca, un espejo un poco empañado, clave y espejo que después de unos minutos de atención se ponen transparentes.Ese gran dolor de las cosas que pasaron es el que casi siempre tratamos de disimular, de soslayar. Le tenemos un terrible miedo a la memoria. Toda la polémica abierta en el Chile de ahora sobre el tema de los derechos humanos y de los detenidos desaparecidos es una expresión de ese miedo. Y ese miedo es una debilidad, una flaqueza que se disimula por medio de manifestaciones de fuerza, fenómeno que no tiene nada de original ni de nuevo.

Hoy día, por ejemplo, sabemos que el comunismo soviético se derrumbó debido primero que nada a su debilidad interna. Era una situación relacionada directamente con la verdad, con la mentira, con la memoria. Era un régimen obsesionado por la censura, aterrado frente a cualquier transparencia, experto en maquillajes del presente y del pasado. Las cosas que ocurrían y que habían ocurrido eran terribles, y siempre se presentaba hacia el exterior una fachada sonriente, beata, iluminada por los rayos de un sol de! pintura kitsch. En una fotografía veíamos a José Stalin junto a León Trotski en una plaza pública o en un balcón municipal. Caía en desgracia Trotski y pronto desaparecía de la fotografía. Había laboratorios especializados en estas materias, en estas artesanías del olvido oficial. A cada rato había que modificar los almanaques, las enciclopedías, los archivos. Hasta una fecha determinada de la década del treinta, Bujarin era un héroe de la revolución. Después de esa fecha, la historia, los archivos, las enciclopedias, se, escribían de nuevo. Bujarin había pasado a ser un miserable, un traidor o una no persona. En Cuba, por mucho que les duela a mis amigos fidelistas, tenemos que reconocer que no lo hacen nada de mal. Han tomado el relevo del estalinismo con notable eficacia. ¿Qué habrán hecho con las entradas siguientes de las enciclopedias oficiales (y todas, desde luego, son oficiales): el general Ochoa, el novelista Jesús Díaz? ¿Con qué prisa las habrán cambiado? ¿Habrán dejado de existir, o se habrán convertido en de

El astuto lector sabe muy bien adónde voy. Comienza citando a Luis de Camoes con aparente inocencia, se dice el astuto lector, y después, de acuerdo con su mala costumbre, se mete en las patas de los caballos. El lector chileno, después de su experiencia de los últimos 20 años, ha aprendido a leer entre líneas y hasta debajo de las líneas. ¿Sería humillante para el Ejército admitir que algunos de sus miembros cometieron excesos, atropellos, brutalidades, o sería más bien, como ha declarado Sergio Bitar, un acto de grandeza? ¿Podemos hacer un simple borrón y cuenta nueva y amputar con toda tranquilidad nuestra memoria histórica, privar a los parientes de los desaparecidos, de los asesinados y privarnos todos nosotros del conocimiento necesario, punto de partida de la reconciliación? "A grande dor das coisas que passaron", dice el verso de Camoes en su idioma original. ¡Qué verso!

Los países grandes, sólidos, cultos, son los que le tienen menos miedo a la memoria. Inglaterra, Francia, el Estados Unidos de este siglo, están llenos de memorias indiscretas, muchas veces dolorosas. El memorialismo es un género literario francés y anglosajón, de cuando en cuando alemán, italiano del siglo XVIII (Casanova, Goldoni), y notoriamente escaso en la tradición hispánica moderna. El miedo a la memoria es por desgracia muy nuestro, es una de nuestras carencias más flagrantes. En mis tiempos de diplomático profesional, en la década del sesenta, salió un libro de un escritor francés sobre la isla de Pascua. Trazaba un cuadro bastante oscuro, basado en datos y testimonios aparentemente sólidos, de lo que había sido nuestra administración de la isla en los años cuarenta y cincuenta. Nosotros decidimos que todo era mentira, que el autor del libro era un agente del colonialismo francés, y nos dedicamos a mandar desmentidos furibundos a los diarios de toda Francia. Nunca en mi vida he redactado tantos desmentidos y he convencido menos a los lectores. Recuerdo que Pablo Neruda, de paso por París, me hizo un comentario interesante. "Si esto le hubiera sucedido a Inglaterra", dijo, "sería como si una mosca se hubiera posado en la piel de un elefante; pero nosotros somos chicos, provincianos, asustadizos, y estamos tratando de matar a la pobre mosca a punta de cañonazos...,'.

No se trata, en el caso de los derechos humanos, de reconocer una culpabilidad unilateral. Nosotros pasamos por una época de confusión, de delirio ideológico, de disparate. El asunto comenzó en la mente, en un estado generalizado de intolerancia, en una incesante y agotadora guerrilla intelectual, y terminó por reflejarse en los hechos. La violencia mental, verbal, que era la atmósfera que todos respirábamos, tenía que conducir a la violencia pura y simple. El tejido político se destruyó con notable rapidez y el Ejército, al final de todo ese proceso, entró a ocupar un vacío. Pensar que hubo un bando culpable y otro inocente es una ingenuidad, una visión inmadura de las cosas. Las Fuerzas Armadas ocuparon con una fuerza arrolladora, propia de todos los fenómenos de horror al vacío, el espacio político que se había deteriorado y se había destruido, y hubo excesos que volvieron irreconocible al país. Nos aseguraban que todo era mentira, que se trataba de una conspiración internacional, como en el caso del periodista francés y la isla de Pascua, pero no nos convencían y no conseguían convencer a nadie.

Un borrón y cuenta nueva sin conocimiento, sin memoria, sin un juicio y una condena previos a cualquier amnistía o indulto, con un olvido forzado en lugar de un perdón auténtico, sería un paso mediocre, desprovisto de grandeza, propio, como decía Neruda, de país chico, asustadizo. Ya no estamos para eso. Estamos para dar un paso importante en la transición nuestra y acceder a una etapa mucho más madura. Es algo que cuadra con el interés bien entendido del Ejército y de todos nosotros.

es escritor chileno.

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