_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los denostados

La memoria literaria es selectiva: sólo algunos grandes escritores pasan a adquirir esa inmortalidad que concede la perduración en las sucesivas hornadas de lectores. Entonces se habla de clásicos. Pero, incluso ellos se ven a veces sometidos a las mudanzas del gusto. Góngora ha sido el clásico castellano más vivo de este siglo después de vagar en el olvido durante cerca de 300 años. Más allá de memorias y desmemorias, hay otros escritores que padecen no ya el olvido sino el castigo, la increpación, el denuesto. A sus detractores no les basta con que floten por los difusos limbos de la indiferencia. Ni se les lee ni se les representa, pero se les ataca cada vez que la ocasión lo requiere.Acabo de ver Las de Caín, la deliciosa comedia que escribieron allá, a comienzos de siglo, los hermanos Álvarez Quintero, una de las bestias negras de la cultura literaria de la izquierda española. (La derecha ha tenido muchas más, pero ése era su papel). No sé exactamente qué tiempo hacía que no se les reponía en Madrid, pero sí mucho. Y la verdad es que, a la vista de la obra y de cómo está el teatro -casi habría que decir cómo no está-, uno no tiene sino motivos para la perplejidad. Porque se trata de un juego cómico perfecto, lleno de ingenio y de intención, una sátira amable, que sigue viva, aunque las circunstancias que la propiciaron (el problema de las chicas casaderas) hayan desaparecido por fortuna. En los últimos años del franquismo, cuando ya tampoco se les reponía (salvo por pías agrupaciones regionales), críticos ilustres hubo que se lanzaron contra ellos con todas sus armas e iracundias. Ha sido casi un tópico. A un lado estaban los buenos, Lorca y Valle; al otro, en el infierno, los "gloriosos hermanos", como el gran don Ramón los llamaba con zumba. Ninguna duda hay sobre la excepcionalidad de Lorca y Valle. Pero el arte menor tiene también derecho a existir.

Un ex director -excelente- del teatro Español me contó que le hubiera gustado montar una obra de los Quintero, pero no le había sido posible: le habló del proyecto al concejal de turno y éste puso el grito en el cielo. Grito o gañido del munícipe que, para estar justificado, debería haber procedido de un conocimiento directo de los autores, cosa de la que dudo, como mi interlocutor dudaba. Nada: el edil concentró pavIoviana, heroicamente, sus energías en ese grito de resistencia al infiel que, por un momento, le devolvió la memoria de otros gritos ya perdidos en los confusos aires del consenso y el posibilismo, y clamó firme: "No pasarán". Y, en efecto, no pasaron. Los Quintero, no; otros, bastante más mediocres, sí.

Una de las pocas excepciones de relieve que conozco a esta valoración de los Quintero es la de Luis Cernuda, quien no tuvo inconveniente -él tan severo, en especial con la literatura dramática- en romper una lanza a favor de los autores de Puebla de las mujeres, El patio, El ojito derecho y tantos otros juguetes verdaderamente amables y deliciosos. No lo hizo por andaluz nostálgico; eso sería desvirtuar sus palabras. (Hay otra parte de la obra de los Quintero, melodramática y en verso, que está definitivamente muerta). Total, que los teatros se despueblan a marchas forzadas, pero eso da igual: modernidad va, es un decir, modernidad viene, con el padre Estado siempre al quite, y ay como no lo esté, que otra vez los gritos de resistencia asordarán el aire, mientras sobre los Quintero siguen cayendo los denuestos cada vez que se les menciona, no se les edita, es de mal gusto defenderlos, como yo estoy haciendo aquí, y los espectadores desertan del teatro porque nadie está obligado a pagar por aburrirse.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El hecho trasciende los límites de la polémica teatral y guarda relación con la persistencia en nuestra cultura (hablo de la cultura de las gentes de progreso) de pautas rígidas y proscripciones que no se avienen con la realidad misma de las cosas. El escritor Andrés Trapiello defendió hace ya años la validez de Madrid de corte a checa, la novela de Agustín de Foxá, y eso le valió ser motejado de fascista. Ahora se ha reeditado con éxito, y hay quienes ya han cambiado algo de opinión, algo y aun mucho, tanto que la han calificado de novelón. Una impropiedad manifiesta porque ¿qué dejamos entonces para Guerra y paz? Mal editado sigue estando César González-Ruano, que ha sido uno de los príncipes de la prosa castellana de este siglo. Nuestros adolescentes leen fraudulentos o problemáticos libros anglosajones (el imperio manda), pero nadie les incita a leer algunos artículos de Ruano tan perdurables como La novia de Velarde, El monstruo herido o El caballero Casanova en la noche de España. Nada digamos de sus memorias, a muchos puntos por encima de tantos memorialistas coetáneos. Y se habla todavía de literatura memorial y no se le cita. Ruano perseguía rojos o los aborrecía, pero los dioses lo eligieron para escribir. Como eligieron a D'Ors, pese a sus ropones azulencos, que sigue yendo por ahí casi de tapadillo, y en Cataluña además en régimen de sospecha extrema: bajo auspicios oficiales se ha editado su obra catalana, no la castellana. Mirando más hacia atrás: no hay un tomito accesible con las poesías de Menéndez Pelayo, que fue un buen poeta, como bien sabía Borges. Otra cuestión es que llevara un trabuco escondido, de chiíta del catolicismo.

La literatura y el arte en general han de exceder los dogmas y las maldiciones de la historia. A veces, las pequeñas maldiciones, como la de los Quintero, que no molestan a nadie pero suscitan la risa poderosa e higiénica en vez de ponernos a todos falsamente lúdicos, ahítos de dramaturgias y sumidos en las cavernas del bostezo. Foxá puede irritar, pero se le ve tanto el plumero, cuando el ultra lo habita, que llega a ser inofensivo. La poesía de don Marcelino es excelente, y poco más hay que decir. Como de la prosa de Ruano o de D'Ors. Pero se impone considerar también al envés de todo esto: hemos cacareado a autores y obras que o se nutren de otros méritos literarios o no resisten. ¿Quién puede hablar con rigor del teatro de Unamuno? ¿O del teatro de los Machado, aunque éste sí se reedite? ¿O del teatro de Pedro Salinas, o del de Miguel Hernández? El mismo Unamuno nivolista -no el autor de Paz en la guerra, novela, esta sí, hermosísima-, ¿puede considerarse una figura clave de la narrativa española contemporánea?

No hay santones ni réprobos: sólo escritores. La mitología religiosa no puede formar parte de la cultura. Cierto: la literatura no es inocente, pero a la literatura de calidad la define, entre otras cosas, su capacidad para trascender sus propias limitaciones ideológicas. Puede invocarse a la vez a Lenin y Adorno para justificar este aserto. No es preciso; lo exige el más estricto sentido común. Hay que aceptar este hecho hasta las últimas consecuencias. Lo demás es cultura de trinchera, es decir, anacronismo.

es crítico literario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_