Las palabras son peligrosas
Uno escribe palabras, compone frases, cuenta historias sobre la vida, el dolor, la esperanza, la crueldad de los hombres, la belleza de las mujeres; escribe, solitario, en una habitación al fondo de un pasillo, denuncia la cobardía y la mediocridad, sale en defensa de las libertades, mezcla el sueño y la realidad hasta hacer un libro, y un día, cuando menos se lo espera, recibe tres balas en la cabeza. Eso es lo que le pasó al escritor y periodista argelino Tahar DJaout, el 26 de mayo.Según algunos, ha sido asesinado por militantes islamistas; según otros, por desconocidos a los que no gustan ni la literatura ni la prensa, sobre todo cuando denuncian el oscurantismo y el fanatismo. Había declarado a la revista Arabies: "Si me he rebelado contra determinadas situaciones, ha sido porque estaban ahogando tanto la sociedad como la creación".
Precisamente, hoy, en una sociedad sacudida por conflictos políticos y religiosos (en el sentido de la religión como ideología y no como espiritualidad), el crear se convierte en un riesgo grave. Es la diferencia esencial entre el Norte y el Sur en el ámbito cultural. Cuando terminó la II Guerra Mundial, Jean Paul Sartre se preguntaba qué es la literatura y para qué sirve. Se planteaba la cuestión del compromiso del escritor, sobre todo el que durante la ocupación escritores que antes jugaban con las palabras haciendo combinaciones surrealistas se comprometieran seriamente para oponer resistencia y defender a su patria. Los mejores poemas de la poesía francesa de este siglo se escribieron durante la ocupación y la resistencia antinazi. René Char, Paul Eluard, Louis Aragon, Saira-John Perse, Francis Ponge y Pierre Emmanuel dieron lo mejor de sí mismos en este periodo trágico de la historia de Francia.
Hoy, la propia palabra compromiso ha desaparecido del lenguaje de los intelectuales europeos. Ya no sirve para nada porque no corresponde a una realidad. Se deja para el Tercer Mundo, allí donde las palabras son peligrosas, donde se toman en serio, se va más lejos, se castiga a quienes las utilizan alterando el orden, ya sea el orden de las dictaduras, ya sea el de los fanáticos, enemigos de la ilustración y de la subjetividad.
En Europa, escribir es un deporte muy popular. Todo el mundo escribe y publica. Desde el político que tiene ganas de defender sus ideas hasta el cantante que cuenta su infancia, pasando por el aventurero que quiere hacer partícipe de sus emociones al mayor número posible de personas. En cuanto a los escritores, esos que se sienten testigos de su época, los que tienen una representación, un universo y una concepción del mundo que se salen de todo conformismo, ésos son cada vez más escasos. De ellos es de quienes me gustaría hablar: crean tranquilamente. Su compromiso está en la literatura. Políticamente, pueden decirlo todo, denunciarlo todo, no se arriesgan ni a la censura ni al asesinato. ¡Afortunadamente para ellos! Dejando a un lado a Salman Rushdie, ningún escritor occidental arriesga su vida a causa de lo que escribe. Pero Ruslidie no es del todo europeo. Es un indio que vive en Europa y escribe en inglés.
Cuando se pide a los intelectuales árabes o africanos que tomen postura sobre tal o cual tema, se olvida, aquí en Europa, que firmar un manifiesto podría tener consecuencias desastrosas para ellos. Los riesgos existen, y la mayoría de estos escritores y artistas los asumen. La diferencia está ahí. No es sólo que el Norte esté desarrollado y viva en democracia, sino que además sus creadores gozan de plena libertad para expresarse. El Sur acusa su falta de desarrollo. Allí imperan las dictaduras, el hambre y el desorden en todos los ámbitos. En esa tierra, un escritor es alguien que cuenta. Se le aprecia, se le espera, se le lee y se le exigen explicaciones, e incluso cuentas, como si el pueblo le hubiera contratado para que aporte palabras e imágenes, para que sea un portavoz, un abogado, un sindicalista, un médico de las almas y también un narrador de historias.
Volvamos a Tahar Djaout. Tenía 39 años. Era cabil, pero reivindicaba ante todo su condición de argelino. Era dulce, con esa dulzura mediterránea, tan rara en Argelia, sobre todo entre los hombres. Era partidario del diálogo, del enriquecimiento mutuo. Escribía en francés y hablaba de Argelia, de su país, de su pueblo. Le gustaba denunciar la injusticia y el totalitarismo del partido único. Publicó en Francia tres novelas y obtuvo en 1991 el Premio Mediterráneo por la tercera, Les vigiles (Los vigilantes), editada por Sellil. Era un matemático y un poeta. Comprendió que la novela no basta para dar testimonio (le la sociedad. Y por eso se dedicó al periodismo. El año pasado fundó con unos amigos una revista cultural, Ruptures, en la que soñaba con una Argelia en paz, próspera y abierta a otras culturas. No le gustaban los fanáticos. Lo decía. Así que lo han asesinado, precisamente por ser un hombre de diálogo, un hombre que estableció vínculos entre unos y otros. A los fanáticos no les gusta esa clase de intermediario. Prefieren la gente como ellos, extremista y agresiva.
En su primera novela publicada en Francia, Les chercheurs d'os (Los buscadores de huesos), cuenta la historia de los habitantes de un pequeño pueblo de la Cabilia que deciden salir en busca de los restos mortales de sus combatientes, mártires de la guerra por la independencia. Un joven participa en la búsqueda. Así descubrirá la ciudad, la soledad y la crueldad de los hombres.
En L'invention du désert (La invención del desierto), su segunda novela, Tahar Djaout cuenta la historia de un hombre que va a escribir el relato de una. dinastía medieval venida del Sáhara para someter todo el Magreb. Es una reflexión sobre el nacimiento del desierto como mito y realidad.
Es con Les vigiles (Los vigilantes) con el que Tahar DJaout se impone como escritor importante. Es una historia kafkiana, la historia de un joven profesor que inventa una máquina e intenta que se la patenten. Es el pretexto para descubrir las innumerables dificultades administrativas y burocráticas a que se enfrenta hoy el ciudadano argelino. Una dura novela sobre la sociedad argelina de hoy, sus conflictos, sus males y su desesperanza. "Esta novela", decía Tahar Djaout, "mantiene una relación muy fuerte con la realidad tal como yo la he vivido. En toda la parte en la que el inventor se enfrenta a la burocracia describo una situación que yo mismo he vivido".
Tal vez sea porque Tahar DJaout, como ha escrito Albert Londres, "puso la pluma en la llaga" por lo que le han hecho callar definitivamente.
es escritor marroquí, premio Goncourt de novela en 1987.
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