Racismo subliminal
Desayuno café con leche en un bar de mi barrio.Una mujer que se levanta para trabajar su jornada laboral de ocho horas, más las extras que luego tiene que trajinar hasta las tantas en su hogar, me advirtió en la calle, hace unos días: "Cuidado con ese gitano", mirando al muchacho que venía en dirección contraria y señalando después mi mochila.
Oí una voz en la radio que decía: "Para ser psiquiatra sólo hay que ser argentino" -risas en off-; gitanos, negros, magrebíes, dominicanos, vienen aquí sin saber lo que es un grifo; revuelvan con la cucharilla y verán qué bien se mezclan los unos con los otros.
A pesar de las protestas, las fotos de cabeceras de manifestaciones y las declaraciones pomposas, no somos nada en cuanto pasamos fronteras.
El café con leche estaba a punto de hervir, bajo el poder de la derrota de las ideologías solidarias y del tiempo, que no perdona al que nada tiene. Sin nazis que incendien, cabezas rapadas que apuñalan, mercenarios que matan sin escrúpulos y otras tantas tribus, la gente bien pensante no podría seguir creyendo que piensa bien.
Pero mucho antes de que empezaran los brotes violentos de racismo, mucho antes que se lanzaran a la acción los extremistas, esta ideología de cruz gamada sólo cuaja en una sociedad devaluada, caduca, pasota e inútil, ahíta de necios: programas de televisión y vacía, de proyectos nobles; eso sí, capaz de consumir lo que le echen, desde la Operación Tormenta del Desierto hasta el revival de Malcolm X. ¿Sabemos ver y mirar el arco iris?.
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