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Tribuna
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Música

El chupinazo saltará a mediodía de hoy del Ayuntamiento de Pamplona rumbo a los espacios siderales y, al estampido, se oirá un jubiloso ¡Viva san Fermín!, mientras estalla el estruendo sanferminero a los compases del Vals de Astráin. Los mozos ya no dejarán de cantar -y bailar, y beber- durante los ocho días de fiestas, porque ni en Navarra ni en país alguno de esta España singular tienen sentido los fastos si no se celebran con música y canciones.Sin embargo, la música no sólo vale para las celebraciones, pues constituye el solaz del vecindario. Las señoritas de Gómez solían gorgoritearle romanzas o, alternativamente, salmodiarle en el piano los primeros compases de Para Elisa, de Beethoven, y vuelta a empezar, provocando una epidemia de jaqueca en toda la casa. Eso ocurría en tiempo antiguos, naturalmente. Pero llegados los tiempos modernos, las costumbres siguen siendo las mismas. Quizá hayan cambiado piezas y procedimientos, mas no el placer de meterle la música por las meninges a todo el mundo. Sólo que ahora nadie necesita piano ni destrozarse la garganta, y le basta enchufar esos sofisticados ingenios que venden para asolar con su música varios kilómetros a la redonda.

En a urbanización donde uno tiene su cortijo, muchos vecinos han instalado, al efecto, potentes amplificadores capaces de alcanzar los confines de la Tierra. Y, así, los de arriba perpetran conciertos rascando guitarras electrónicas y aporreando baterías; los de abajo difunden un amplio repertorio de la España cañí; por babor arrumban zarzuelas; por estribor, el canto del gallo que otro vecino ha grabado, y cada cinco minutos emite un estridente iquiquiriquííí!

A esta urbanización le sueltan una manada de toros bravíos por las parcelas tirando cornadas, y nada tiene que envidiar al estruendo sanferminero. No es mala idea, francamente. Y el día menos pensado ...

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