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Tribuna
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Violencia

Rosa Montero

No sé qué me resulta más desconsolador: la facilidad con que Clinton traiciona su propia imagen o que la ciudadanía le respete y admire ahora mucho más (eso dicen las encuestas) por haber lanzado bombas, por haber causado muertos. Y no es cosa de consolarse con el tópico y decir que los norteamericanos son así: es que los humanos somos feroces. Por eso es tan importante intentar mantener un consenso social, unos límites a la barbarie, la arbitrariedad y la fuerza bruta. Y por eso es tan trágico que el presidente del primer país del mundo se salte la ley la razón para al siniestro juego de la guerra. Ya han salido los israelíes, que se apuntan a un bombardeo (y nunca mejor dicho), proclamando que a partir de ahora nadie podrá reprocharles sus acciones de castigo. O sea, y dicho sin cursivas eufemísticas: más misiles, más muertos, más dolor. Como si el mundo no fuera ya un chapoteo de sangre, un paroxismo de violencia.Leo en un informe de Cruz Roja que hemos alcanzado un nivel inadmisible en la utilización de minas explosivas. El planeta está sembrado con más de 100 millones de minas (cifra de Naciones Unidas; 200 millones, según el Pentágono) que ofrecen una siniestra cosecha anual de miembros arrancados, ojos reventados, barrigas abiertas: en Camboya, por ejemplo, una de cada 236 personas ha sufrido una amputación causada por una mina. Muchos otros mueren, y quizá sean los más afortunados: a menudo los mutilados no pueden recibir una atención médica adecuada. Niños y ancianos, amigos y enemigos: todos pueden ser desmembrados indiscriminadamente por esas minas modernas e indetectables, la basura mortífera de nuestra ferocidad y nuestra violencia, la espuma sucia y ciega que van dejando atrás las guerras, las ambiciones desaforadas, los Clinton de alma bélica.

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