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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Castigar a Bagdad

MENOS DE 72 horas después de que el centro de Bagdad fuera bombardeado por misiles norteamericanos en una operación de castigo por la supuesta intervención de Sadam Husein en la preparación de un fallido atentado contra el ex presidente George Bush, un caza estadounidense disparé contra una batería antiaérea en el sur de Irak.Incidentes esporádicos como este último en la zona de exclusión aérea al sur del paralelo 32 tienen un doble objetivo y, al mismo tiempo, una consecuencia más indefendible: recordar al dictador de Bagdad su condición de proscrito internacional, impedir que Sadam recupere capacidad operativa y, fruto indirecto de ello, aumentar el desastroso índice de popularidad nacional del presidente Clinton. Y así, al menos parcialmente, un acto de castigo para cuya justificación se invoca la ley internacional se convierte en una maniobra de propaganda interna en beneficio del ocupante de la Casa Blanca.

Las autoridades de Washington han justificado el bombardeo de Bagdad aportando presunciones y pruebas bastante endebles de la culpabilidad directa de Sadam Husein. Es más que probable que detrás del compló contra Bush se esconda la mano de Sadam; también lo es que detrás de los centenares de muertos de la voladura del jumbo de la Panamerican sobre Lockerbie se encuentre la del líder libio, Gaddafi. Pero, a falta de pruebas sólidas, ¿pueden las naciones democráticas tomarse la justicia por su mano invocando un nuevo orden internacional instituido por ellas pero sólo aplicable cuando les conviene?

Si de lo que se trata es de librar a los iraquíes de tan bárbaro jefe y de impedirle que aplique métodos dictatoriales, no se explica el abandono de los kurdos del norte a su suerte, hace ya dos años, ni que los shiíes del sur sean impunemente maltratados por el Ejército iraquí. Tampoco se entiende por qué no se monta una seria operación militar de asistencia a las misiones de la ONU que intentan encontrar y destruir las fábricas de armamento iraquí.

En este lamentable asunto, el ministro español de Asuntos Exteriores en funciones intervino para asegurar que la acción de Washington se ampara en normas de derecho internacional (lo que es probablemente cierto), aunque, claro, "también se pueda argumentar lo contrario". Ciertamente, la ambigüedad puede justificarse por la complejidad de un fin de siglo repleto de acontecimientos imprevistos, pero no menos cierto es que ofrece pocas soluciones prácticas.

El nuevo orden internacional fue aplicado con rigor cuando hace tres años Sadam Husein invadió Kuwait y pretendió anexionárselo: fue castigado por una coalición internacional, obligado a retirarse del emirato y sometido a un régimen posterior de duras y humillantes sanciones. La acción militar Tormenta del Desierto no fue fácil de llevar a la práctica, especialmente para aquellos países menores que, como España, contribuyeron con apoyo logístico, pero cuya mínima intervención suscitó una gran polémica. Pese al triunfo militar, la operación no derrocó a Sadam Husein (es bien cierto que nunca fue su finalidad, aunque todos esperaron que fuera una de sus consecuencias más previsibles), no se produjo la democratización de Kuwait y de las restantes monarquías del Golfo y, lo peor de todo, el nuevo orden internacional no fue instaurado realmente. Lo que es seguro es que la doble acción norteamericana de los últimos días, unida a la confusión del presidente Clinton respecto de Bosnia-Herzegovina, no contribuye a establecerlo.

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