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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña no es Jordi Pujol

¿POR QUÉ razón el nacionalismo catalán, mediante las desabridas palabras del líder de Convergéncia i Unió (CiU), Jordi Pujol, se ha negado en banda no ya a entrar en un Gobierno de coalición, sino tan siquiera a establecer un pacto de legislatura o a discutirlo? Cualquier esfuerzo hermenéutico está condenado al fracaso. Las razones que empujaban en favor de una coalición estaban claras. Lo están aún.

Razones políticas: la necesidad de una legislatura estable, sin turbulencias, para realizar el ajuste económico que permita una posterior reactivación y completar la imbricación española en la naciente Unión Europea.

Razones históricas: la necesidad de culminar por la vía del diálogo, el compromiso y el protagonismo la resolución del viejo pleito de la incorporación del nacionalismo al Gobierno de España.

Razones electorales: la necesidad de ser coherente con la promesa electoral de CiU a sus votantes -y a quienes no lo fueron- de "decidir", algo que, desde luego, se hace mejor desde el Gobierno, y que supone mucho más que "influir" desde el Parlamento, contra lo que arguye el líder de Unió, Josep Antoni Duran Lleida.

Razones socio-electorales: la unanimidad del empresariado español, encabezado por el catalán y el vasco -y con la salvedad del presidente de la CEOE-, en reclamar una coalición para afrontar con seriedad la nueva etapa económica.Razones programáticas: la distancia existente entre los programas electorales del PSOE y de CiU es escasa en los asuntos básicos y las coincidencias existentes permitían fraguar un programa de gobierno no contradictorio con los ejes fundamentales de ambos.

Razones nacionales de Cataluña, porque la mera hipótesis de un Gobierno débil y una legislatura turbulenta -con pactillos puntuales de mercado persa que conviertan la política de Estado en un regateo permanente- afecta negativamente al conjunto de España; pero también perjudica a todas sus partes, y específicamente a Cataluña. Y la negativa al compromiso, especialmente si está tan falta de argumentos, puede lesionar la imagen y el prestigio de los ciudadanos catalanes. ¿Habrían tomado el presidente Tarradellas, el presidente Companys, el presidente Macià, el líder de la Lliga Francesc Cambó, el presidente Pi i Margall, el primer ministro Prim y tantos otros catalanes ilustres de una u otra ideología la decisión de ahora no decidiremos?

Razones, en fin, de entorno europeo: las experiencias de los países de democracia madura evidencian que la mejor fórmula para resolver constructivamente una legislatura, con la matemática parlamentaria existente, es un Ejecutivo de coalición.

¿Qué se levanta frente a este cúmulo de argumentos? Muy poca cosa, aparte del asunto -desde luego, importante, pero al cabo un asunto entre muchos otros de la financiación autonómica. Se levantan, en el mejor de los casos, cuestiones menores, desconfianzas del pasado, temores, inseguridades, recelos, cálculos personales... Es decir, fantasmas. Fantasmas todos ellos muy comprensibles si se quiere, pero al mismo tiempo poco justificables como móvil serio de decisión política. Las grandes ambiciones de quienes pretenden y prometen prestar- importantes servicios a su país nunca se enhebran sobre la pequeñez de actitudes y argumentos.

De manera que la ciudadanía tiene derecho a mostrarse insatisfecha por las explicaciones de Pujol, a la espera de argumentos de peso, si los hubiere, o de una reconsideración de la actitud inicial. Porque, además, no son en absoluto satisfactorios, sino muy preocupantes, tres elementos apuntados por el líder de CiU en su última comparecencia pública: el peligro de reincidir en la caduca práctica del victimismo a la hora de discutir sobre el desarrollo autonómico; la consideración, teñida de partidismo y huera de grandeza, sobre que la aceptación de ministerios sería hacerle "un favor" al PSOE, cuando no es de eso de lo que se discute, pues el oficio de gobernar no es cuestión de favores; la visión de la cultura del pacto desde una perspectiva imposible, no como cesiones mutuas tras negociaciones todo lo duras que sea preciso, sino como un trágala de programas íntegros y posiciones globales de la otra parte.

El proyecto de un Gobierno de coalición entre los socialistas y los nacionalistas no es todavía un cadáver, aunque agoniza. Y no lo es porque, aunque el nacionalismo lo entienda como un expediente para salvar algunas formas, González y Pujol acordaron crear una comisión que profundice sobre las coincidencias y disparidades de los respectivos programas. En ausencia de voluntad política, esa puerta es tan estrecha como la cabeza de un alfiler. Pero sigue existiendo. Sólo se precisa que Pujol argumente y reaccione. Es capaz de hacerlo. ¿Lo hará?

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