Un pariente allende el mar
Abrigo la esperanza. de que me dé tiempo el tiempo para escribir, morosamente, la semblanza de aquel hombre, extremado y entrañable, que fue mi tío y padrino, Eduardo Ortega y Gasset, el mayor de los hermanos de ese apellido. Republicano empedernido, espíritu probo e independiente, padeció doble exilio: el primero, junto a don Miguel de Unamuno, en Hendaya, durante la dictadura del general Primo de Rivera; el segundo, del que no volvería, cuando la gran diáspora de la guerra civil española, inicialmente en Cuba, al fin en Venezuela, en cuyo cementerio de Caracas reposan sus restos, en el sudario de su querida bandera republicana.Nunca había sido el tío Eduardo persona de dinero, viviendo casi al día de su bufete de abogado, siempre pendiente de la política; pero en el destierro fue aún más dificil su vida, y la (le su familia. Se defendió principalmente con su buena pluma en artículos y libros, y con su excelente oratoria, en clases y conferencias, pero no dispuso nunca de un puesto fijo que tranquilizara los primeros de mes. Mas no por ello dejó de mantener alegría en esa vida airada y supo inculcar en sus hijos el amor a la libertad, el cultivo (le la dignidad y la asunción del recuerdo de sus antepasados y parientes, virtudes todas que he visto bien heredadas por su hijo menor, mi primo venezolano Juan Manuel, el cual, aunque suele decir que no oculta su edad, sino sólo la edad de sus hijos, debe andar ahora rondando los setenta, porque un día me confesó que creía que hace veinte años tenía cincuenta. ¿Qué se hereda de los padres? ¿La inteligencia, la sensibilidad, la buena o mala salud, el carácter, las pasiones, el sentido moral? Alguna vez ocurre, pero lo más frecuente es heredar la postura ante el mundo, la forma de encarar la vida, si en serio, en broma o con ironía.
Él se siente -y lo es de derecho- venezolano, a cuyas tierras mágicas llegó siendo aún pequeño, pero no puede olvidar sus años de infancia en La Habana. Por su casa iba Fidel Castro, entonces un muchacho, amigo de Fernando, su hermano -mayor. El triunfo de Fidel se recibió en aquel hogar con ilusión, pero pronto el padre, experto en tiranías, receló que aquella democracia iba en rápido camino hacia la dictadura personal, y una vez más decidió exiliarse de ese exilio cubano, acogiéndose al amparo del país del Orinoco. Juan Manuel -que, según él dice, salió (o lo sacaron, porque era muy pequeño) de España por ser rojo y de Cuba por no serlo- estudió leyes, ingresó en los Petróleos Venezolanos, donde alcanzó gran estima, y, donde, no obstante su jubilación, le llaman a veces para determinados asesoramientos. También hizo política en el partido de los adecos, entusiasmado por el primer Carlos Andrés Pérez y defraudado por el segundo. Su profesión le obligó a ir de un extremo a otro del país, lo que le convirtió en uno de los hombres que conoce mejor la dificil y asombrosa geografía de la patria de Bolívar.
Mas, de cuando en cuando, siente la llamada de su adorada Cuba. "No sabes cuánto me. gustaría", me decía en una carta, "servirte de baquiano en Cuba. ¡Qué tierra tan bella y tan nuestra! Nuestro abuelo (Ortega Munilla) nació en Cárdenas, y en Santiago de Cuba mi madre... No hay campo más hermoso que el de Cuba ni mujeres más imperiales que las camagüeyanas. Como ves, quiero a Cuba demasiado, y si las circunstancias me lo permitieran, regresaría a dejar la osamenta en el cementerio de Colón". Ha vuelto por allí varias veces. En una carta del 91 me explicaba: "Parece que lo de Cuba puede dar un vuelco. Aunque no me hago ilusiones. El gallego Fidel es duro de pelar. Pone a sufrir a la gente mientras él pasea en M-Benz y tiene 18 residencias, además de cerca de 100 hijos (¡los caballitos les dicen!)".
El lector irá viendo que mi pariente es buen escritor. Algún artículo ha publicado en este periódico y en otros de Caracas, pero prefiere dejar la pluma en el bolsillo. Es un caso claro de dotes sin vocación para ejercer las. Me recuerda un cuento de Mark Twain cuyo protagonista era muy aficionado a la historia de las grandes batallas y de los grandes capitanes. Alma buena, al morir se fue gozoso al cielo pensando que allí sabría quién había sido el mayor estratega de la historia. ¿Napoleón? ¿Julio César? ¿Aníbal o Alejandro? Cuál no sería su asombro al saber que el estratega más genial había sido un zapatero francés que no luchó en ningún campo bélico y se limitó a manejar la lezna, la chaira y el martillo, falto de vocación para haber lucido sus dotes de estratega. Juan Manuel podría haber llegado al triunfo literario con su buen lenguaje castellano baña do en el Caribe. "Hay que reconocer", decía recientemente el director del Instituto Cervantes, Nicolás Sánchez Albornoz, en esta misma página, "que la influencia mundial de nuestra lengua se la debemos a Hispanoamérica". Que se enriquece con los sabrosos injertos de los que allí la hablan. Es además un eficaz relator de los acontecimientos. A la semana del caracazo, que ocurrió a fines de marzo del 89, me describía así. la escena: "... se acabó el bochinche, pero ha quedado un regusto a guerra de clases. Pobres contra ricos. Marginales contra los habitantes del este de la ciudad. Esta contradicción siempre existió, pero ahora será más grave. Y más capitalizable. Ha crecido tanto la marginalidad que los verdaderos marginales somos los que estamos en el valle. Los cerros, además, están llenos de colombianos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos. Marginales de países marginales. Lumpen que entra a pie desde sus países a través de los caminos verdes. Y ahora están llegando los dominicanos, haitianos y gentes de las islas caribeñas ... ; esos huéspedes que desbordan los servicios públicos del país también tomaron parte en la poblada, creando o aumentando la xenofobia de los venezolanos. ( ... ) Pero está prohibida la importación de europeos... chiva en lugar de vaca".
Y cuando el golpe reciente, me escribía: "Como bien sabes, estuvimos muy cerca de ingresar en dictadura. Afortunadamente, Chávez no triunfó. Es un ayatolá que quería arrancarles el pescuezo a todos los corruptos. El venezolano, en esta cuestión, tiene sentimientos cruzados: por un lado, hubiera deseado una ranfla moñúa contra los depredadores del erario público, pero, por otro, no desea perder la democracia, que; aunque muy imperfecta, al menos nos deja ladrar".
Espero convencer a este pariente mío del otro lado del mar que nos mande un artículo, y el lector de este periódico pueda comprobar sus capacidades literarias para el relato y su expresión.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.