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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

ETA significa muerte

QUE NADIE espere una explicación racional por parte de quienes ordenaron matar o quienes cumplieron la orden a rajatabla: siete muertos, más de una veintena de heridos, algunos muy graves. Que nadie espere tampoco un sentimiento de piedad hacia las víctimas, niños o adultos, civiles o militares. No es que los terroristas carezcan de sentimientos: los tienen, pero han sido entrenados para reprimirlos en aras de una causa cuya magnitud se mide precisamente por el dolor que en su nombre se ocasiona. Para los terroristas, cuanto más evidente sea la inocencia de sus víctimas, mayor será la responsabilidad de los poderes públicos por no haber evitado su sacrificio aceptando la negociación.Por ello, que tampoco se espere una idea diferente de la que vienen repitiendo los comunicados de ETA desde hace tres lustros. Que los culpables son los otros: la intransigencia del Gobierno, los partidos democráticos, la prensa, los ciudadanos en general, que se niegan a plegarse a sus exigencias. "El punto clave de nuestra estrategia política está en intensificar la presión de la izquierda abertzale para que el Gobierno de Madrid cambie de actitud. Nosotros vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para hacer comprender a Madrid", declaraba el domingo en las páginas de Egin, el portavoz de Herri Batasuna (HB), Floren Aoiz. ¿Entender, qué? Que "aquí no hay más solución que una solución dialogada". Solución dialogada impuesta a bombazos. Caiga quien caiga. He ahí la única idea, la única estrategia, el solo mensaje.

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Es inútil, por ello, intentar relacionar los crímenes de ayer con cualquier acontecimiento político en concreto. ETA mata siempre que puede, siendo el criterio operativo -máximo daño con el mínimo riesgo- el determinante para elegir el dónde y el cuándo. No hay que hacer mucho caso, por ello, a las vinculaciones que los redactores de comunicados establezcan con las elecciones del 6-J, la condena de Pakito en Francia, las conversaciones entre socialistas y nacionalistas con vistas a la constitución del nuevo Gobierno. Que se les reconozca como interlocutores en una negociación: ése es el verdadero fin de ETA. Mejor dicho, su función: la que los teóricos de la izquierda abertzale han asignado a los pistoleros. "Más pronto o más tarde vamos a obligar al Gobierno a cambiar de actitud", declaraba hace, dos días el portavoz de HB.

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El atentado de ayer demuestra que ETA sigue teniendo capacidad para sembrar el dolor a voleo, pero no desmiente su derrota política. Los terroristas no son capaces ya de determinar con su brutalidad la dinámica política de España ni siquiera la del País Vasco; tampoco de convertirse en coartada y estímulo del golpismo, de forzar concesiones en el terreno institucional o de intimidar al electorado vasco. Durante años, tras la desaparición del franquismo, la estrategia de ETA ha consistido en un permanente intento de desestabilizar al poder legítimo mediante provocaciones tendentes a suscitar una respuesta que igualara en brutalidad, y finalmente en ilegalidad, al Estado con los terroristas. El golpe del 23-F y el mal viaje de los GAL fueron los dos momentos en que más cerca estuvieron los terroristas de alcanzar su objetivo. Ahora, ninguna persona sensata puede pensar que tales situaciones vayan a repetirse, y demostraciones de fuerza bruta y crueldad como la de ayer lo son, además, de debilidad política (y mental): de incapacidad para organizar una retirada como la que les sugieren algunas voces desde sus propias filas.

"La lucha armada", proclamaba hace tres meses la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS) -estado mayor del conglomerado formado en tomo a ETA-, "seguirá siendo necesaria mientras no se alcancen los objetivos de la independencia y el socialismo". Pero tales objetivos, una Cuba abertzale en el Cantábrico, son considerados deseables por una minoría y expresamente rechazados por la mayoría de los ciudadanos de Euskadi, incluyendo a los identificados con el ideal nacionalista. En las elecciones del 64, la fuerza que aspira a contabilizar el apoyo de ETA obtuvo el respaldo del 10% de los ciudadanos vascos (el 14,5% de los votantes). Herri Batasuna no sólo ha perdido su condición de primera fuerza electoral de Guipúzcoa, su feudo tradicional, sino que ya es la cuarta en Vizcaya y la quinta en Álava.

Perdida la batalla por la hegemonía en el seno de la comunidad nacionalista, incapaz de determinar el curso de los acontecimientos políticos, abandonada por parte de su feligresía, ETA sigue matando, pero ya ni siquiera sabe por qué lo hace. El debate sobre si la violencia es imprescindible lo sólo necesaria, términos en que fue planteado el dilema hace unos meses, es difícil que lleve muy lejos mientras unas pocas personas tengan la posibilidad de zanjarlo ordenando matanzas como la de ayer. Y mientras tal cosa ocurra, la prioridad máxima seguirá siendo la de detener a los responsables.

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