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Tiempos de diálogo

Baltasar Garzón

La situación de la política española, después de unas elecciones que han configurado un mapa político diferente al anterior, precisa de unas reflexiones que se me antojan pertinentes aquí y ahora.1. El poder y la función política en una democracia participativa se debe inscribir como clave de su andadura en una actitud de diálogo permanente.

Porque no existe una razón primera y única que explique y haga comprender todos los comportamientos públicos y privados en una convivencia partidista; porque quizás la grandeza de la razón moderna se ha fraguado a espaldas del hombre concreto en sus expectativas y avatares; porque este tipo de razón técnica, instrumental y funcionalista se ha alimentado, frecuentemente, a costa de la razón moral en una dinámica degradante de la condición humana en sus contextos concretos; porque esta razón de corte arquitectónico, macroordenadora y fuerte, diseñadora de mundos meramentes formales, se ha convertido en razón extraña a las necesidades de los hombres concretos; porque esta razón tecnológica nos ha hecho más ricos en proteínas y calorías pero más pobres en autodeterminación y responsabilidad, menos profundos en la búsqueda de la razón humana y de los contenidos esenciales de la misma.

Así, han terminado nuestras razones y ha aparecido la razón política; ha desaparecido nuestra opinión y ha surgido un discurso; se ha esfumado nuestro saber y sólo impera una estructura más o menos esclerotizada y extraña al ciudadano que vive su vida a espaldas de la política. La gran crítica que se hace a los políticos por parte de los ciudadanos consiste en afirmar que aquéllos pertenecen a instituciones partidistas profesionalizadas y atrincheradas en posiciones enquistadas, mecidas gentilmente por el poder que ostentan o esperan detentar. Siempre bajo el mismo esquema del predominio de la razón instrumental que puentea y burla los intereses y esperanzas de esos ciudadanos.

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2. Ante este reduccionismo peligroso de la racionalidad (probablemente motivado por los propios comportamientos de la clase política), propongo el ejercicio plural de la razón política, que, a través de confrontaciones dialécticas (sujeto y objeto nunca están en reposo), debe alcanzar otro tipo de racionalidad que supere la mecánica y astuta adecuación de la realidad y de la práctica a un diseño previo de carácter programático y que nos. conduzca a una actitud de búsqueda interactiva sobre la base de un diálogo político permanente. La vida, por su versatilidad e ¡mprevisibilidad, supera siempre a los modelos teóricos que la explican. Este trasvase entre teoría y práctica políticas se resuelve en actitudes de sincera comunicación.

Esta racionalidad comunicativa debe conducir a los dialogantes a una comprensión interpersonal satisfactoria de sus intereses concretos. "La genuina verdad política", dice Habermas, "radica en una actitud de comunicación sincera entre personas". En este punto, convendría recordar con Hegel que "nos comunicamos en y desde la oposición". Es en ésta en la que puede hallarse el entendimiento, la coincidencia y el proyecto común.

No se trata, en modo alguno, de crear complicidades políticas, sino de realizar constantes esfuerzos en pro de la convergencia, teniendo en cuenta que las coincidencias nos unen y las discrepancias nos enriquecen. Los sectarismos, los fundamentalismos, los fanatismos partidistas y las posiciones meramente defensivas no valen para la movilización sociopolítica de los ciudadanos en una sociedad abierta.

3. Reflexionando sobre lo anterior, entiendo que los partidos políticos -esencia de la democracia- no pueden convertirse en guetos separados, en iglesias obedientes o en fetiches sagrados e intocables, sino que deben ser plataformas de negociación, de intercambio y de diálogo: La función política es necesariamente un acto de valor que no puede huir de las confrontaciones, del análisis profundo de las realidades, bajo pena de ser una farsa. Sólo así la acción política queda expuesta a los ciudadanos, transparente y práctica, lejos de oscuros hermetismos que se pueden convertir en rampas deslizantes hacia la corrupción del político y al descrédito de su acción.

En este sentido, dialogar no es claudicar, sino tener oportunidad de ceder ante los argumentos del adversario, superando un tipo de cultura política cerrilmente dualista que encona y crispa, que forcejea inútilmente y en la que los ciudadanos no encuentran valores de solidaridad, de rearme ético y de actitud honrada en el servicio público.

4. Finalmente, la razón dialógica, a la vez que se defiende del esoterismo del experto, se siente con derecho a intervenir y así va lidiando los problemas de la cotidianidad. La actitud dialogante, por definición, confía tercamente en las posibilidades de un pueblo en marcha, activado en la solución de sus problemas y espoleado en la conformación de sus proyectos, que se sustentan por sí mismos en la credibilidad de los dirigentes que los proponen y defienden y que por ello vienen obligados a cumplir.

En este trance político en el que nos encontramos es preciso abrir las ventanas del diálogo, es necesario desentumecer la musculatura política de los representantes del pueblo, es imprescindible articular una sociedad más solidaria, más justa y más dinámica, y en este empeño debe implicarse el hombre Público servidor de la ciudadanía. Sólo así el hombre político que se debate siempre entre la precisión y el error, entre la realidad y el sueño, entre lo obviamente dado y la angustia imposible del deseo, puede y debe ser entendido por los ciudadanos que reclaman incesantemente más libertad, más seguridad y más progreso social; es decir, un nuevo impulso regenerador de la vida política que responda a esos ideales.

Es el momento y la hora de que los representantes políticos de aquéllos aprendamos la lección dada por el pueblo y pongamos manos a la obra para construir sin engañar, para avanzar sin retroceder, para conquistar sin hipotecar el futuro, para que no se queden las promesas de progreso e impulso renovador en la mera historia de una ilusión desvanecida.

Baltasar Garzón es diputado independiente en las listas del PSOE.

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