De los poetas en tiempo de miseria
Conmocionada estoy, como integrante de la tribu poética, por la sequía de premios, dada -imagino- la escasa calidad de los participantes (entre ellas la mía). Francisco de Quevedo ha quedado desierto; ídem Juan Ramón Jiménez. ¿Será que los santones no han participado esta vez, que las cuadras habituales no han presentado sus candidaturas o que los otros santones -el jurado- no han considerado dignos de ser tenidos en consideración a plumíferos que ni de lejos podrían alcanzar sus propios méritos líricos? ¿Será que los poetas del jurado consideran que un poeta bisoño va bien servido con las ruedas de chorizo, los pinchos de tortilla, amén de otras fruslerías con que nos obsequian las entidades locales, parroquias, asociaciones de vecinos, casas regionales -dicho sea sin ánimo de ofender- porque para eso estamos los poetas, que (faltaría más) no somos sociólogos, ni ecónomos, ni versados ni pagables? ¿Será que, como apuntan algunos, las arcas están de vacas flacas y los ayuntamientos, antes de desconvocar, hacen el paripé de la cosa para que imaginemos las mieles y les inundemos de fotocopias quintuplicadas? ¿Será que un kilo después de la capitalidad cultural burocrática, sosa y poco creativa agotó los caudales?Que ni un solo poeta de la Villa y Corte (qué digo, del Estado) sea capaz de alzarse con el premio tal vez diga mucho de la falta de altura de la lírica, pero también de la mediocridad de los que, conociendo la dificultad de la creación lírica y los problemas de los poetas para darse a conocer, apuestan por el inmovilismo y no se juegan, ni por nada ni por nadie, el sitio preferente en los jurados, publicaciones, editoriales, concursos y tertulias televisivas o de las otras. Ni dan cancha a nadie.
¡Dios nos coja confesados; un rollo; así va el patio!
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