Leña en el túnel de vestuarios
Posiblemente nunca llegararemos a saber si la decisión del Sevilla Fútbol Club de fichar como entrenador a Bilardo, autor de la reconversión de un once tradicionalmente deportivo en una réplica trasatlántica de la barra brava de Boca Juniors, es la causa o el efecto del mal estilo y el juego sucio de la dirección local del socialismo sevillano. Por lo pronto, el equipo capitaneado por Alfonso Guerra no ha perdido el tiempo tras las elecciones generales y ha empezado a sacudir leña a los renovadores en el mismo túnel de vestuarios; nada más abrirse las urnas, la cúpula que controla férreamente el aparato del PSOE requisó, la victoria trabajosamente conquistada por Felipe González a lo largo de varias semanas de agotador esfuerzo personal.Como esos caraduras que no pagan ninguna ronda en los bares pero se quedan con las vueltas de las consumiciones, algunos miembros de la Ejecutiva se habían mantenido a la espera de los resultados de los comicios para culpar del fracaso al presidente del Gobierno, si se producía la derrota, y para atribuirse el triunfo, si les sonreía el éxito. Los estudios de etología sobre territorialidad animal permiten entender mejor la fantasmal comparecencia de Guerra, Benegas y Martín Toval a primeras horas de la noche del domingo para reivindicar la titularidad del espacio político recién conquistado por el PSOE: las prisas desplegadas en esa obscena tentativa de expropiar el triunfo electoral a Felipe González revelan la importancia crucial asignada por el aparato a esa madrugadora aparición. La posterior incontinencia verbal de Alfonso Guerra, que aprovecha la menor oportunidad para felicitarse impúdicamente por haber encabezado la lista porcentualmente más votada en toda España, prosiguió la ofensiva emprendida para condicionar las futuras decisiones del secretario general del PSOE: la designación de presidente del grupo parlamentario, las alianzas con otras fuerzas políticas y la formación del Gobierno serán los escenarios de esa incoada guerra intrapartidista.Cualquier explicación monocausal del éxito electoral del 6-J sería reduccionista. Nadie pone en duda que la gran mayoría de los militantes socialistas colaboraron a la materialización de ese triunfo. Pero si el PSOE logró superar los ocho millones de votos obtenidos por el PP no fue tanto por los sufragios de su clientela tradicional como por las papeletas de esos millones de indecisos que acudieron a las urnas convencidos por las reflexiones autocríticas, los anuncios del cambio dentro del cambio, las promesas de erradicar la corrupción y las ofertas de dar un nuevo impulso democrático a la vida española hechas por Felipe González durante la campaña. La usurpación por Guerra de los resultados de Sevilla como patrimonio propio -personal, familiar y clientelar- es simplemente ilegítima: mientras el vicesecretario general del PSOE no se presente a cuerpo limpio a unas elecciones, sin la protección de Felipe González o en contra suya, le será imposible reclamar como suyos unos votos depositados en favor de un partido cuyo secretario general es otra persona.
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