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Todos los minutos de todos los partidos

Luis Gómez

La trágica muerte de Drazen Petrovic trae a la memoria del aficionado español con carácter inmediato otro accidente en carretera, el de Fernando Martín. Ambos fallecieron casi a la misma edad en una autopista, ambos militaron en el Real Madrid, ambos entraron en la NBA por idéntica puerta, los Portland Trail Blazers. Habrá quien trate de establecer un paralelismo. Petrovic y Fernando Martín sólo tuvieron en común un carácter indomable y un individualismo. Ambos se odiaron y se respetaron, como corresponde a dos números uno.Pero Petrovic llegó más lejos, tanto que murió sin conocer su techo deportivo. Tuvo la virtud de no pasar desapercibido nunca, ni tan siquiera en la jungla de la NBA. Quienes tuvieron la oportunidad de conocerle, jamás dudaron de sus posibilidades de supervivencia en la cumbre del baloncesto. Petrovic vivía su carrera con tal grado de intensidad que bien puede considerarse que fue el primer profesional en estado puro que tuvo el baloncesto europeo. Ninguna de las dificultades que le impusiera el ritmo de vida americano iba a resultarle insoportable; si acaso, una: no jugar todos los minutos de cada partido.

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Petrovic vivió en España durante un largo año y participó con el Real Madrid en la que se bautizó como la Liga de Petrovic. Fue toda una experiencia para quienes le rodearon. Provocaba el pánico en sus rivales y despertaba una razonable animadversión entre sus compañeros. Lo ambicionaba todo en primera persona, la victoria, los aplausos o la posesión de la pelota. El caso límite lo dibujó en la final de la Recopa disputada en Atenas en 1988: ganó el Madrid gracias a los 62 tantos del croata en tarde especialmente prolífica. Sus propios colegas vivieron ese éxito como una humillación personal; el odio empañó aquella celebración.

Su obsesión por ser el número uno tiene una trastienda modélica. Era el que más horas entrenaba, el que más tiempo dedicaba a practicar el tiro, el primero que se autosancionaba si cometía algún error. Tenía memorizado el calendario del equipo, así como el estado de la clasificación y los resultados del Madrid y de sus principales rivales. Por supuesto, manejaba al dedillo sus estadísticas personales y estaba al tanto de lo que necesitaba hacer para mantenerse siempre en el primer lugar; tantos, triples, porcentajes, asistencias... no despreciaba ningún concepto que fuera susceptible de establecer una comparación entre su eficacia y la del resto. Tampoco había distinción entre sus horas de trabajo y sus horas libres.

Vivir en la Liga más competitiva era su lugar natural. Por eso consiguió su primer propósito en la NBA: ser titular en un equipo. Petrovic llegó a ser uno de los líderes de los Nets de Nueva Jersey y un candidato cualificado para ser invitado al partido de las Estrellas. Pero su ambición no terminaba ahí: probablemente, aspiraba a jugar todos los minutos de todos los partidos.

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