De Supermán a Clark Kent
El primer plano de la pequeña pantalla mostraba el gran momento que estaba viviendo Alfonso Guerra. Se concretaba en los ojos, que iban abrillantándose con una expresión de regocijo, mientras el resto de su semblante mostraba una exquisita sobriedad. El vicesecretario general del PSOE ya sabía, y el lento paladeo del triunfo iluminaba su mirada. Contenido, Guerra, como contenida fue la retransmisión de la noche electoral, salvo en el momento en que Javier Arenas y Alberto Ruiz Gallardón pusieron en duda la honestidad de los datos que facilitaron el ministro Corcuera y la ministra Conde cuando, desde su primera aparición, empezaron a hablar no sólo de desempate, sino de neta victoria socialista. Arenas estaba algo agresivo, y también lo estaba Ruiz Gallardón, aunque este último, con los hombros caídos y el habla titubeante, le restaba credibilidad a su discurso.Bien distintas habían sido las cosas antes, cuando por primera vez comparecieron Martín Toval y Benegas, el primero distante y algo airado, el segundo cariacontecido; y, en Génova, Arenas proclamaba el fin de la hegemonía del socialismo, mientras Rato, en el falso parlamento montado por una de las televisiones privadas, aparecía francamente seguro. Eran momentos en que los sondeos daban apretado empate o pequeñas diferencias que, decían, iban a aumentar a su favor. Y el Partido Popular se sentía Superman. A la puerta, los seguidores le gritaban ¡"torero"! a Matanzos al verle entrar en la sede, y también aclamaban a su líder: ¡"Se siente, se siente, Aznar es presidente!".
Del empate a la duda
Eran momentos en que se prometía una inmediata aparición del presidente del PP en el balcón para responder los ánimos. El alcalde de Madrid apaciguaba, mientras el secretario general de los populares mantenía una sonrisa helada.
Del empate raspado se había pasado a la duda, y quizás a algo peor. Del "en España se ha acabado para siempre la hegemonía socialista" a los ojos de Alfonso Guerra: unos ojos que se iban haciendo más y más cáusticos conforme soltaba resultados. Y Supermán se iba quitando el uniforme para ponerse el traje de Clark Kent.
Pese a lo incierto del resultado, el conjunto de las televisiones ofreció unas retransmisiones más bien tediosas, a lo que contribuyeron no poco los atuendos de los políticos en liza. Si no recuerdo mal, sólo Pasqual Maragall ofreció, desde la sede del PSC en Barcelona, el toque tropical de un temo beige, mientras el resto de las fuerzas iban del azul oscuro al gris ídem con una vocación de sepultureros absolutamente lamentable.
La mejor oferta del espectáculo electoral estuvo a cargo de Aznar cuando reconoció lisa y llanamente su derrota frente, a González y reafirmó su vocación democrática: estuvo, por primera vez en sus intervenciones televisivas, perfectamente creíble. Iba de oscuro, por supuesto, casi de negro, pero no enterraba nada, sino que iniciaba otra etapa. El presidente, en el Palace, también con corbata granate, vestía de gris perla oscuro. Casi de resucitado.
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