"El teniente me a regalado la vida"
El corazón del legionario muerto en la ex Yugoslavia late con fuerza en el pecho de su receptor
La granada de la milicia croata que mató al teniente de la Legión Arturo Muñoz no ha podido evitar, sin embargo, encender una nueva vida. Su humanitario corazón sigue latiendo hoy, con el mismo brío que antes, en el pecho de J. B., un conductor de autobuses de Cuenca. No hace ni un mes, su vida se apagaba inexorablemente en la unidad de trasplantes del hospital Doce de Octubre (Madrid).J. B., de 58 años, abandonaba ayer -Día del Donante- el hospital Doce de Octubre con una nueva ilusión oculta en su pecho. Un taxi le llevó a casa de una de sus hijas, en Vicálvaro, donde al mediodía se reponía de la operación rodeado por sus nietas.
De su boca, y de la de su esposa, Andrea, de 62 años, sólo salían palabras de agradecimiento para los familiares del teniente burgalés Arturo Muñoz, que encontró la muerte cuando llevaba plasma sanguíneo a la sitiada ciudad de Mostar, en Bosnia.
"Me ha regalado la vida", decía ayer J. B. con voz entrecortada por la emoción. "Una bonoloto no me hubiera hecho tanta ilusión". Ha sentido de cerca la mirada de la muerte. "Nos gustaría conocer a sus familiares para darles las gracias y un abrazo; mi marido ha vuelto a la vida", replicó Andrea con ojos de cariño y alegría.
Que un trasplantado conozca la identidad del donante, o viceversa, está taxativamente prohibido por el reglamento de la Organización Nacional de Trasplantes. Este caso, sin embargo, ha sido excepcional.
Cuando J. B se debatía entre la vida y la muerte en la unidad de trasplantes del Doce de Octubre, los medios de comunicación anunciaron, desde el hospital militar Gómez Ulla, que la familia del malogrado teniente había decidido donar todos sus órganos.
Los nervios se apoderaron entonces de los hijos de J. B. Ese día, el pasado 13 de mayo, era él quien más necesitaba el órgano. Y lo intuyeron, aunque ningún médico les ha confirmado nada. Este hombre de rostro tostado por el sol llevaba 20 años sin poder deshacerse de una fatiga que cada día iba a más. Su corazón, más grande de lo normal (miocardiopatía dilatada), no daba más de sí cuando hace apenas un mes llegó por última vez al hospital y se puso en manos de los médicos. De no ser por el trasplante, J. B. probablemente no habría pasado del verano. Llevaba más meses de lo usual esperando un corazón: su grupo sanguíneo, 0+, dificultaba hallar un donante adecuado. El corazón del teniente llegó justo a tiempo.
Lo que más desea ahora J. B es volver a su pueblo de Cuenca. Hasta el final de sus días deberá vivir dependiente de la ciclosporina (fármaco para combatir el rechazo), pero se moverá con el mismo motor de ilusión que guió a Bosnia al malogrado militar español. Un corazón, el de Arturo Muñoz, que se ha resistido a morir y que ha sido humanitario hasta el final.
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