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El tiempo de los gitanos

El flamenco irrumpe en escenarios que le eran ajenos

En épocas no lejanas, sólo previo examen se podía acceder al ambiente del flamenco. En esta ciudad, con más de una veintena de salas rocieras y sin que los tablaos hayan sabido adaptarse al ritmo de los tiempos, el flamenco amplía sus escenarios ante una afición cada vez más variopinta y menos silenciosa. Para suerte de algunos y escándalo de otros, se escuchan bulerías en bares de rock and roll.

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"Me has traído a la casa del miedo", dijo El Agujetas, asomado con cautela a la sala Revólver, antes de presentarse en los Lunes flamencos que desde el pasado mes de octubre programa este local. El silencio del público, tan distinto a priori de los herméticos y sabiondos militantes de las clásicas peñas, emocionó al maestro, que devolvió la deferencia regalando tiempo de actuación. Días después era Chano Lobato quien desconfiaba por dentro y cerraba su actuación al grito de: "¡Viva el rock!".El fenómeno del trasvase de aficiones ha sido tan repentino como afortunado, y ha sucedido en Madrid "porque hacía mucha falta", comenta el periodista Juan Verdú, que programa los conciertos de Revólver y la sala Caracol y dirige el espacio radiofónico Madrid flamenco en Onda Madrid.

Los locales son pocos todavía, pero gozan de una salud relativamente buena en una racha fatal para el directo. Avanzan por el hueco que han dejado los tablaos y al margen de las salas rocieras decoradas con balcones de mentira y geranios de papel, donde se palmea sin pasión, ante parejas con fama legendaria de dudosa legitimidad.

Juntos disfrutan morenitos con rizos en la nuca y herederos del punki. El aire se llena de olor a mestizaje. Una de esas noches, Joaquín Grilo clavetea el escenario del Revólver con los pies sin importar que, desde ciertos rincones del local, la gente no alcance el taconeo con los ojos. Empieza a descamisarse, soltando lentamente los botones de su blusa de lunares, y enlaza los cabos de la prenda, que tiembla a golpes de pelvis. Y las chicas le gritan ¡torero, torero! ¿No despertaba Elvis Presley reacciones parecidas? Son artistas que funden sin confundir blues, rock, jazz, salsa o reggae.

Donde no hay amanecer

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Hace apenas medio año que Mariola Orellana y las hermanas Rocío y Piedi Aguirre abrían en Madrid la sala Caracol, junto a la calle de Embajadores. Por fuera, un portón coronado por el sol, en fachada albero y almagra, colores insignia del local. Por dentro, un incesante trajín sobre suelo de aparcamiento y decorado de quita y pon. Un ejemplo de versatilidad fueron los dos conciertos de Chavela Vargas, que emocionaron a Victoria Abril, Pedro Almodóvar, Mariano Rubio, Carmen Posadas, Martirio, Loles León, Paco Lobatón.... o Paco de Lucía, un habitual.En su corto pero abarrotado historial, La Barbería del Sur, José Soto, El Pele, José, El Francés, Aurora, Enrique Montoya, El Duende... La sala Caracol nació de tres mujeres bravas, para quienes el flamenco es más que una afición. "Con el mayor respeto a los clásicos, aquí todo el público es bienvenido".

Al final se recala en el Candela, un bar del barrio de Lavapiés donde si de madrugada nadie abriera la puerta, no existiría el amanecer. "Porque de noche es cuando pasan las cosas", comenta Verdú, recordando interminables juergas de trastienda, "donde el ambiente es calentito y el artista se encuentra muy a gusto, como cuando Ketama, Enrique Morente y Camarón se quedaron cantando hasta las once de la mañana. Siempre digo que la última vez que entré al Candela, me quedé tres días".

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