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Reportaje:

Antídoto contra el racismo

Se mezclan los estilos musicales a la vez que la afición. Sitios como Casa Patas programan de forma intermitente flamenco en vivo en un ambiente más clásico. Funcionan los Lunes flamencos del Revólver, la sala Caracol, y el flamenquismo convive con los múltiples estilos de lugares como El Foro, El Calentito, el Templo del Gato, Internacional, Honky Tonk... Hasta Sevilla se despereza viendo lo que pasa por Madrid. Lo intentaron seriamente bares pioneros como el malogrado Chenel, en la calle de Atocha, que tuvo la desgracia de crecer al alcance de las garras del concejal Matanzo. Igual que La Carcelera, peña flamenca, en Malasaña, el barrio de aquel café llamado Silverio, donde un grupo de románticos presentaron con éxito al Ministerio de Cultura la prestigiosa Cumbre flamenca. De ahí, al café Durrero, en la calle de Arrieta, y otra vez al Candela, que en 1977 vio nacer a la Peña Chaquetón, que sobrevive. "Sabes cuando entras, nunca cuando sales", decía Morente del entrañable local, cuyo dueño siempre será, sin apellido, Miguel El del Candela. Entre palos y quejíos, los calós se enamoran de las payas, y a los payos les conquista la anarquía organizada del pueblo gitano. Puede que fuera Félix Grande o alguno de sus discípulos quien dijo que la música es el mejor antídoto contra el racismo.

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