La peor crisis
TRAS LA dimisión el jueves pasado de Giorgio Benvenuto, secretario general del Partido Socialista Italiano (PSI), su formación política se enfrenta en Italia con la peor crisis posible: el riesgo de escisión o, más aún, de desaparición. Benvenuto había sido elegido para el cargo el pasado mes de febrero con la misión de limpiar, casi de refundar, un partido cargado de gloria en el pasado pero ahora corrompido hasta la médula. El PSI fue el primero en padecer la investigación de los jueces de Milán en tomo a los escándalos de corrupción y financiación irregular; su líder de entonces, Bettino Craxi, fue el primero, en resultar desensillado; la intención de voto socialista había pasado del 15% al 5% en dos años. Hoy, la mitad de los diputados socialistas están siendo investigados cuando no sometidos ya a juicio. El partido tiene deudas por más de 15.000 millones de pesetas pese a haber sido uno de los más favorecidos por la tangente.
El panorama no puede ser más desolador porque, además, se enmarca dentro de una crisis general del sistema político italiano. Ayer se supo que se ha abierto sumario por presuntos actos de prevaricación en la distribución de ayudas tras el terremoto de 1980 a Ciriaco de Mita, ex primer ministro y exsecretario general de la Democracia Cristiana, en la que encabeza su sector más renovador. A ello se añade la delicada situación de Cesare Romiti, consejero-delegado de la todopoderosa Fiat, inscrito en el llamado Registro de Indagados, fase previa a la apertura de un sumario, por su presunta participación en el pago de comisiones.
En este contexto cabe preguntarse ¿qué ha provocado la dimisión de Benvenuto? Su nombramiento fue presentado como el triunfo de la renovación, como el acceso de los socialistas honrados a la dirección de un partido que se tambaleaba. Pero detrás de la designación estaban los barones del PSI con Craxi a la cabeza, justo los personajes que pretendían tener a un hombre de paja que capeara el temporal y no removiera la estructuras. Como parte de ese saneamiento, Benvenuto proponía un cambio en la tradicional política de alianzas de los socialistas, inclinándose por un acercamiento a la formación que parecía menos manchada por el sistema de cuotas de poder: el PDS de Occhetto, que nunca había participado en el Gobierno y al que el nuevo primer ministro Ciampi había llamado a sumarse al Ejecutivo de la Italia posterior al referéndum para el cambio del sistema electoral. Creía Benvenuto que el PSI y el PDS podrían haber formado un "frente de izquierdas", pero ello ha alarmado a los viejos barones, que han visto en ese movimiento un riesgo excesivo para sus intereses y expectativas de capear el temporal. Se tiene que ir Benvenuto casi antes de haber llegado, y deja al PSI donde estaba: al borde del abismo.
¿Qúe ocurrirá ahora? En el caso de la crisis del PSI, el sindicato socialista, la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo) ha tomado partido por Benvenuto y contra la escisión. Eso está muy bien pero se asemeja extraordinariamente a la cuadratura del círculo. Mientras tanto, Craxi ha regresado lleno de ironía y acusando a Benvenuto de traición: intenta recuperar el mando y reimponer la vieja disciplina.
Lo que la crisis socialista italiana muestra no es sino la larga batalla entre una concepción gremial y patrimonialista de la política y las ansias de renovación y limpieza. Un conflicto extrapolable al sistema político general y a las relaciones entre el mismo y la elite empresarial.
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