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Elecciones y política

Algo demasiado importante está pasando en nuestro mundo. La política cada vez tiene menos importancia, y los políticos deben darse cuenta de ello. Porque ellos son los que pueden cambiar esta situación.Y ¿quién está gobernando nuestra política actualmente? Si bien lo miramos, es principalmente el Bundesbank. Hace ya más de 50 años lo dijo Pío XI, y no se le hizo caso. Nadie cayó en la cuenta de la trascendencia futura de su observación.

Y ¿qué es lo que este Papa dijo y es tan premonitor?: que "en nuestros tiempos se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos". Y ¿quiénes son estos pocos que tanto poder tienen? No los multimillonarios y grandes ricos, sino los "custodios y administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejan a su voluntad y arbitrio", y "se apoderan de las finanzas y señorean sobre el crédito", y llegan a "adueñarse del poder público".

Eso es lo que está ocurriendo hoy. Europa está gobernada por el Bundesbank mucho más que por los políticos de la Comunidad Europea. La moneda, la riqueza por ella simbolizada, depende más de él que de otras instancias. Y se transforma, lo mismo él que el dinero internacional, en el director de marionetas que lo dirige todo desde la sombra. Y eso no puede ser así porque esos dirigentes escondidos se convierten en una especie de señores de horca y cuchillo, de los cuales depende nuestra vida cívica y social, y, si nos descuidamos, hasta la individual, a nivel económico al menos.

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No; en una democracia real es el pueblo el que debe gobernar, valiéndose, por supuesto, de sus representantes; pero dependiendo éstos del pueblo que les elige, y debe participar en lo más decisivo, y no que el elegido se olvide de quién lo eligió y prescinda durante cuatro años de él. Porque el que ostenta el poder no es nada más que "el vicario del pueblo" como ya de antiguo se decía. Por eso los partidos no pueden ser los que nos gobiernen en exclusiva, desde su visión de grupo hay que abrirse a la colaboración de quienes tienen mas independencia y personalidad sin mediatizaciones. No podemos dejar que nos invadan poderes absolutos.

La democracia es importante porque "en vez de recurrir a la violencia corpórea, la sociedad civilizada recurre al voto", como señalaba el profesor Riensi; pero esto no es bastante. El pueblo es el que debe decidir en último extremo, y tiene que participar más en su gobierno. ¿No decían nuestros olvidados clásicos que el poder no lo da automáticamente el pueblo, de una vez por todas, sino que depende de su voluntad, y puede quitárselo con todo derecho si no sigue el encargo que le dio al gobernante o se olvida de mirar al pueblo como su norte?

La megalomanía estatal debe superarse, se debe contar con los grupos menores, que deben hacer mucho de lo que ha asumido ese gran monstruo que es el Estado de las modernas naciones. Lo que éstos pueden hacer no debe apoderarse de ello ese Leviatán actual, que ha querido resolverlo todo directamente y no puede ya con las cargas que organizativa y financieramente ha asumido. Lo demasiado grande en sanidad, lo mismo que en el trato de la delincuencia o de los problemas de los menores marginales o asociales, debe tener otra dimensión. Hasta las multinacionales inteligentes se convierten en transnacionales para no caer en ese colosalismo que deshumaniza y crea problemas insolubles de relación, de convivencia y hasta de eficacia, pues convierte la sociedad en una inmensa burocracia inoperante.

La política económica debe mirar mucho más a la pequeña y mediana empresa que a la grande, que es de la única que se ha ocupado. Y sólo ha empezado ahora a pensar en ello. Yo recuerdo que en el año 1979, cuando dirigía una de las dos federaciones de las pequeñas y medianas empresas, presenté a todos los líderes de los principales partidos políticos -sin que se percataran de su importancia- una alternativa en función de esta parte de la economía que tiene el 86% de la mano de obra y el 75% de los bienes y servicios que se producen. Había visto que en Bélgica y Alemania se promulgaban leyes protectoras de ese tipo de empresas, cosa que sólo ahora empezamos a considerar, pasado ya excesivo tiempo para resolver algunos de nuestros males.

Demostró prácticamente el economista Schumacher que "lo pequeño es hermoso", y hace bien poco nos lo recordaba Vicente Verdú. Idea que había desarrollado antes el economista W. Ropke, fijándose en el buen ejemplo de Suiza, donde hasta los centros de investigación industrial son pequeños y de gran eficacia.

Buscar la dimensión que pueda ser todavía humana y no admirarse, como hizo Hitler, por lo colosal. Descentralizar lo que debe ser descentralizado en nuestra burocracia, y evitar los controles inoperantes al multiplicarse inútilmente y hacer perder así el sentido de la responsabilidad personal. De este modo demostraron su eficiencia algunas cadenas comerciales norteamericanas, que estaban ahogadas por su excesiva burocracia controladora sin exigir mayor responsabilidad personal a cada nivel de actividad. Y que todo quede visible sin financiaciones ocultas de partidos, sindicatos o grupos; que todo se haga a las claras y deje el Estado de ser el gran papá.

Usa el político una filosofía teórica que no concuerda con su práctica, porque no establece el puente de unión entre la idea y la acción. Pero hoy la ciencia, lo mismo que los movimientos sociales que han transformado, para bien o para mal, la sociedad, ha usado una filosofía de la praxis, en la cual idea y acción son complementarias y no se le da más importancia a la una que a la otra: las dos se van rectificando en una especie de espiral helicoidal que, avanzando y retrocediendo, al final siempre sube. No se trata del pragmatismo oportunista ni del idealismo irreal.

El más inteligente pensador del siglo, según Ernst Bloch, el expositor de una lógica paradójica más eficaz que la cerrada que nos ha dirigido, fue Chesterton, quien señalaba algo que los políticos que se aprestan a las elecciones no deben olvidar: "Que las cosas comunes a todos los hombres son más importantes que las privativas de cada uno en particular", y que "el instinto político es una de las cosas que pertenecen al acervo común" y, por eso, "hay que dejar a los hombres comunes que desempeñen por sí mismos las funciones de mayor trascendencia"; de ahí la necesidad de saber lo que piensa la gente de "la unión de los sexos, la educación y las leyes que les afectan". Yo me quedo asombrado de que los políticos, cuando gobiernan desde el poder o la oposición, pocas veces toman contacto con el profesional modesto, el ama de casa, el empleado de oficina, el redactor del periódico, el fotógrafo que va a difundir su imagen o el obrero y el jubilado que padecen penuria, y deben hacerlo directamente, sin intermediarios, que son interesados muchas veces, para poder oír sus sugerencias realistas que ellos deberían plasmar inteligentemente en su gobierno.

Ésa, y no otra, es la verdadera democracia que debe presidirnos.

Enrique Miret Magdalena es teólogo.

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