Demasiado verde, demasiado maduro
EL MÁS esperado de los debates apenas servirá para despejar las dudas de quienes, según los sondeos, depende el signo del próximo Gobierno. El aspirante Aznar demostró haberse estudiado bien la primera lección, la de la denuncia de los fracasos e incumplimientos en materia económica, pero estuvo absolutamente impreciso en la segunda, la de las propuestas alternativas a lo denunciado, que es la que más se esperaba de un debate cara a cara. Y Felipe González, que sacó ventaja de su superior experiencia en terrenos como la política exterior o las propuestas de contenido social, no fue, sin embargo, capaz de deslizar un mensaje tranquilizador para los que sólo volverán a votarle si son convencidos de la sinceridad del propósito de la enmienda de los socialistas. Si se prescinde de las cuestiones de estilo, tan subjetivas, el debate puede considerarse, con todo, un ensayo positivo: el intercambio de opiniones fue civilizado, sin las descalificaciones que suelen oírse en los mítines ni la crispación que a veces han transmitido las discusiones, parlamentarias entre estos dos hombres tan diferentes.La diferencia de estilos y talantes es ciertamente notable. El aplicado Aznar, esforzado pero repetitivo, no se separó ni un milímetro del guión, y su discurso fue el que ha venido deslizando desde que la crisis económica dio credibilidad a sus denuncias de piñón fijo. La retahíla: paro-corrupción-despilfarro tiene la eficacia de que permite a los descontentos identificar una causa -y un responsable: González- de sus desgracias. Pero tendría mucha mayor credibilidad si fuera seguida por algún atisbo de alternativa que fuera más allá de las frases de diseño. Por lo demás, si es cierto que jugaba con la ventaja del que está inédito, también lo es que la supo aprovechar en la primera parte del debate, en la que consiguió hostigar a González haciéndole ver el contraste entre las promesas y los hechos. Desde el comienzo se vio que el interés del conservador era centrar el balance en la legislatura, y el de su contrincante, el de ampliar el arco al conjunto de la década. Ello ya supone un reconocimiento implícito de fracaso, pero, acosado por el otro, no se atrevió, excepto en el alegato final, a hacerlo explícito. Y sin embargo, ello no habría perjudicado, sino todo lo contrario, la credibilidad del mensaje que muchos esperaban oír: sin reconocimiento de errores es difícil que alguien se haga perdonar.
De manera hasta cierto punto simétrica, a los diseñadores del mensaje de Aznar también se les escapó el detalle de que aquellos cuyos votos pueden darle la victoria votaron anteriormente a Felipe González, y que por grande que sea su desencanto, encontrarían mezquina la obstinación del aspirante en negar cualquier mérito a quien algunos ha adquirido en los 10 años que lleva gobernando. Donde peor lo tenía González era en el capítulo de la corrupción. Su propuesta de creación de una comisión de investigación sobre la financiación de los partidos es más una amenaza que otra cosa, pero se fundamenta en la evidencia de que irregularidades las ha habido en todas las formaciones; el detalle de que vaya a ser presidida por Baltasar Garzón fue la única novedad de la noche.
La principal baza de Aznar frente a esa y otras propuestas de González se resume en la pregunta: si es, tan necesario hacerlo, ¿por qué no lo hizo cuando su mayoría se lo permitía? La defensa de González fue apelar a la experiencia de la gestión de los populares en las comunidades que gobierna y, sobre todo, emplazar a Aznar a explicar qué haría él para resolver los males que había ido denunciando.
Ahí se vieron las debilidades del aspirante, que penetraron como un boquete en el aire del debate, mientras que su rival se crecía, sobre todo porque enseguida se pasó a la política exterior, terreno que domina, y en el que fue Aznar el acorralado cuando fue emplazado a decir si había o no calificado de "pedigüeña" la actitud de la delegación española en la cumbre de Edimburgo. En los alegatos finales, la parte más construida de los discursos respectivos, ambos recordaron que debían intentar convencer a quienes no lo estuvieran por adelantado; Aznar dijo que no quería cambiarlo todo, y González, que sólo el que actúa se equivoca: fueron los dos mensajes principales de la velada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.