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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate de hoy

FELIPE GONZÁLEZ y José María Aznar se enfrentan hoy a su primer cara a cara televisivo. Se inicia así en nuestro país una costumbre electoral fuertemente arraigada en otras democracias: el debate directo entre los líderes de las principales formaciones políticas que aspiran al poder. Un hábito del que el elector español andaba ayuno y que debe ser saludado como una noticia positiva.Salta a la vista, sin embargo, que esta experiencia habrá de perfeccionarse y ampliarse en el futuro, técnica y políticamente. Técnicamente, porque todo indica que la falta de experiencia -que redunda en inseguridad- ha empujado a los dos principales partidos a adoptar una multitud de cautelas que encorsetan el diálogo mucho más que en países vecinos. Políticamente, porque el sistema español no es bipartidista: otras formaciones, minoritarias, ofrecen también propuestas programáticas o responden a implantaciones territoriales suficientemente significativas para que su aportación no quede minusvalorada en aras del indudable interés que tiene la principal confrontación. Más aún si se evoca el papel que tales formaciones pueden desempeñar con vistas a la gobernabilidad del país si, como parece asegurado, se inicia un largo periodo de mayorías relativas: ¿cuáles serían las condiciones y la disponibilidad de unos y otros para anudar pactos de legislatura o Gobiernos de coalición?; ¿qué tipo de Gobierno sería elegido con el voto de las formaciones menores? Otros debates entre mayor número de protagonistas han iniciado una vía para aclarar estas cuestiones, pero se trata de una vía todavía insuficiente

En los cara a cara entre González y Aznar, el PSOE y el Partido Popular cifran sus esperanzas de tomar la delantera en la recta final que les conduzca a la victoria. No les falta razón para apostar por esa baza. El empate técnico entre ambos partidos sigue siendo una constante en la mayoría de las encuestas electorales -punto arriba, punto- abajo-, y el número de indecisos -el más voluminoso de cualquier campaña electoral- se mantiene casi intacto desde la convocatoria de las elecciones el 12 de abril.

Si se trata de convencer a los indecisos, sobre todo a esos 800.000 de los que depende que la victoria se incline de un lado u otro, habrá no sólo que llamarles a votar, sino darles también razones y argumentos suficientes para que su voto se decante por una u otra opción política. ¿Constituye el formato de debate televisivo el mejor instrumento para ayudar a formar opiniones solventes a quien, en principio, se revela como el más desconfiado y crítico de los electores? Los condicionantes técnicos del medio -brevedad, ausencia de complejidad, repetición de ideas-fuerza y, en definitiva, tendencia a la espectacularidad- no deberían en modo alguno impedir a los ciudadanos presenciar un apasionante y auténtico debate político en sus pantallas de televisión: es decir, razones frente a razones, alternativas frente a alternativas, y no meras descalificaciones, hueras frases ingeniosas o diálogos de sordos. Sólo así los electores todavía indecisos podrán encontrar motivaciones sólidas para decantar su voluntad hacia uno u otro lado. Si los líderes, bien por desconfianza en sí mismos, bien por querer tener todo atado y bien atado frente a cualquier imponderable, imponen tales condiciones al cara a cara que le reste la vivacidad y la contradicción que le son propias, esos objetivos no se lograrían.

Si ello fuera así, el debate televisivo de hoy entre González y Aznar no sería tal. Sería un simulacro. Sin contradicción, sin intercambio e impugnación razonada de ideas, sin análisis confrontados de los problemas y de las distintas soluciones propugnadas, no hay debate. Habría monólogo s sucesivos, soliloquios encadenados, yuxtaposición de frases y de discursos, quizá lucimientos personales. Espectáculo, en suma, interesante. Pero no se sabría qué argumento es más convincente, qué análisis más serio, qué solución más creíble y, en definitiva, qué líder merece mayor confianza. En ese caso, es posible que mañana todo siguiera como hoy: indecisos los indecisos y decididos los que ya han decidido.

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