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Dos mil historias entre rejas

Atracadores, seropositivos, carteristas, abren su memoria en la cárcel de Carabanchel

"¡Por el amor de Dios! ¿Por qué se tiene que morir en la cárcel un enfermo terminal, como si fuera un perro?", se pregunta con rabia un preso que lucha contra el sida. Con la ayuda de unas muletas, Juan sólo desea que le dejen morir en paz en Málaga, su tierra, rodeado de su familia. A su lado, en la enfermería de la cárcel, cuatro internos pasan del llanto de Juan y juegan al mus. Dos redactores de EL PAÍS visitaron. ayer las galerías de Carabanchel. Parecía un domingo tranquilo, pero tras sus barrotes se ocultan dos mil historias de rejas y resignación.

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En tomo a la mesa de mus, los ojos de dos internos denotan un desequilibrio psíquico que ni ellos mismo desmienten. "Me dan las pastillas para relajarme; si no, ¡uff!, me darían ganas de cargármelo todo".Comparten el tapete con un joven atracador y un carterista que ronda los 50 años y lleva semanas pegado a una mascarilla de aire. Sólo se la quita para hablar. El millar de carteras que ha desvalijado en el Metro con sus mejores artes le condujo antes a media decena de cárceles. Lleva ya cuatro años en Carabanchel.

Un interno que camina despacio y a trompicones- interrumpe con sus cuitas la partida. Como Juan, también está consumido por el sida. "Me quedan muy pocas defensas [contra el virus]". Detrás de una barba descuidada se esconde un hombre enclenque que lleva nueve años a la sombra. Por atracador.

A diferencia de Juan -que se cuida y quiere vivir, "pero en libertad"-, Andrés no siente ningún apego por su vida. "No me importa que me fotografíen: si quieren me pongo en pelotas ahora mismo, pero que me dejen salir de aquí, que me muera en mi casa".

"Si un interno está muy mal, se le excarcela; pero el sida es una enfermedad que engaña mucho", comenta un veterano funcionario de Carabanchel. "Son frecuentes los casos de gente que sale en libertad por el 60 [artículo del Reglamento Penitenciario que permite la excarcelación de los enfermos terminales] y a los pocos días se hace tres o cuatro atracos. Además, el porcentaje de presos enfermos no es tan elevado como se piensa".

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Galería de respeto

Aún así, el sida está muy extendido en Ciarabanchel. Internos, como Hipólito R. C., de 31 años, están hechos a vivir con los anticuerpos. Su galería, la tercera, reservada a los reincidentes, es la más conflictiva. Lleva 14 años en el talego y, por los juicios que se avecinan, seguirá más tiempo, a la sombra antes de saborear la libertad.Se ríe, por no llorar, cuando recuerda que la pasma ni siquiera le dio tiempo para recrearse con los 46 millones de pesetas que consiguió a punta de pistola en un banco de Guadalajara, uno de sus últimos atracos. "Aquí, en la terceria, todos nos llevamos bien. Pero si hay una pelea, no caben términos medios: uno tiene que morir".

J. P. C., de 30 años, lleva nueve años en la cárcel "sin salir para nada". Está muy quemado porque ha pasado, cinco años de su condena en régimen de primer grado. Nada de acompañantes y sólo una hora diaria para salir al patio. La soledad fue su peor enemigo. Entre otras fechorías, se hizo un banco (dos millones de botín). "Tenemos televisión, si, ¿y qué? Nueve años son muy duros; no se puede describir lo que. uno siente al oír los cerrojos".

En Carabanchel, el bienestar es proporcional al grado de respeto que infunda el preso a los demás internos. La celda 234 de la séptima galería es intocable. Sus inquilinos -Arsenio, de 39 anos, y José Antonio, de 38- gozan también del respeto de los presos etarras. Ambos son perros viejos del trullo.

Cuando irrumpen los periodistas están viendo una película de Joselito en un televisor portátil. Sobre la pared, un panel muestra carteles con chicas desnudas. Arsenio tiene un buen concepto de los terroristas: "Como personas, son buena gente; si te pueden hacer algún favor, te lo hacen", dice.

No hace mucho conoció a uno de los etarras que pusieron la mortífera bomba en el Hipercor de Barcelona. "Me dijo que avisaron con más de media hora de antelación, pero que no les creyeron".

-No veas, tío... !Cómo te has puesto con el porro! -amonesta, sonriente, Arsenio a sus compañero. Sus ojos disimulan mejor que los de su compañero el efecto del hachís.

-¿Por dónde entra la droga en Carabanchel?

-Hay muchos sitios: dentro de pelotas de tenis que lanzan con raquetas desde la calle hasta el patio, en los vis a vis... En el patio las pelotas no se confunden: se sabe para quién son, están marcadas -contesta.

Quien no escuchará ya más el ruido de los cerrojos de Carabanchel es C. P., de 33 años, otro enfermo terminal de sida que ayer, domingo, logró la ansiada libertad, aunque por el artículo 60. Las puertas de hierro de apertura mecánica se cerraban a su espalda sin que él volviera la vista atrás. Por su aspecto -las muletas impiden que se caiga- parece un hombre de más de 50 años. El virus le ha consumido. Ayer mismo quería viajar a Suiza para morir entre los suyos.

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