Un desastre
Los toros anunciados no se lidiaron, unos porque no tenían trapío y los rechazaron en el reconocimiento previo, otros porque estaban inválidos y la presidencia los devolvió al corral. La corrida hubo de recomponerse a base de retales y pareció como si hubieran soltado allí la escoria de las ganaderías. Niño de la Capea pegó trapazos y una parte de su primera faena consistió en recoger muletas del suelo. Enrique Ponce componía posturas y a lo mejor se tiene creído que eso es torear. Hubo bajonazos infamantes... La afición se puso levantisca con ganaderos y toreros, los acusó de fraude y coreó gravísimos calificativos dirigidos a quienes manejan el cotarro. O sea que fue un absoluto desastre.La lidia convertida en su caricatura; la fiesta en un sórdido suceso. Tanta expectación como había... Enrique Ponce, figura máxima, torero de arte, concitaba todo el interés del espectáculo y no pudo ni desplegar su creatividad artística ni confirmar su categoría profesional. Le salieron dos toros vulgares, débiles, sin ninguna emoción. Pero ¿le salieron por casualidad? Después de imponer la divisa, aceptar los toros. que el ganadero apartó en el campo, discutir cuáles serían los sustitutos pues aquellos eran impresentables, tomarse todas las garantías para que finalmente se enchiqueran unos toros que parecieran toros pero que no llegaran a serlo, el torero artista, máxima figura, no puede alegar mala suerte. Había jugado con ventaja y saltaron a la arena los toros que exigió.
Atanasio / Niño de la Capea, Ponce, Higares
Tres toros de Garcigrande, de discreta presencia: lo encastado y pastueño, 5º inválido, 6º manso; 3º de Hermanos Aguirre Fernández-Cobaleda, discreto de presencia, inválido, descastado y amodorrado; dos sobreros de Cernuño, discretos de presencia: 2º inválido, 4º manso manejable. De los toros anunciados de Atanasio Fernández, cuatro fueron rechazados en el reconocimiento y dos devueltos por inválidos, y no se lidió ninguno.Niño de la Capea: estocada trasera baja y descabello (pitos); pinchazo a paso banderillas, dos pinchazos más y bajonazo escandaloso; la presidencia le perdonó un aviso (bronca). Enrique Ponce: estocada caída (silencio); pinchazo y bajonazo descarado (división). Óscar Higares: bajonazo escandaloso (silencio); estocada tirando la muleta (ovación y salida a los medios). Plaza de Las Ventas, 19 de mayo. 12ª corrida de feria. Lleno.
Tenían razón los aficionados cuando responsabilizaban a Enrique Ponce del desastre. Hay decenas de ganaderías que no hubieran planteado problema alguno. Cientos de toros capaces de embestir con la fuerza y la casta que son propias de su raza para que una figura del toreo pueda demostrar su valor y su arte desarrollando cabalmente todas las suertes de la tauromaquia. Mas esos son los toros que no quieren ver ni esta figura ni ninguna, pues al toro encastado e íntegro hay que torearlo, mientras al toro aparente -o al medio-toro, o al anti-toro- se le pueden hacer monerías, componer un friso de trincherillas, embarcar lejano con el piquito de la muletaza, apuntar naturales comandando el señuelo desde la punta del es toquillador, y, en fin, dibujar el toreo sobre el vacío.
Esta ficción de toros, toreros y toreo habría sido imposible tiempo atrás pues acudía a las plazas un público conocedor de la lidia, amante de la fiesta y celoso defensor de los derechos que le asistían como espectador. Ahora, en cambio, el público ha hecho renuncia de sus derechos, la fiesta le trae sin cuidado, la lidia se cree que es la señora de los lavabos, y en tanto le deja indiferente que salte a la arena un becerrón sin resuello, se solivianta contra un presidente por denegarle la oreja a un torero.
Aún quedan, afortunadamente, aficionados a la antigua, que no claudican y siguen siendo la última esperanza de restauración de la fiesta. Por eso luchan y manifiestan vehementemente su protesta cuando alguien pretende convertir la corrida en una pantomima. Tal fue el caso ayer, y es revelador que se les uniera gran parte del público, quizá también harto ya de tanto engaño y además de tanto aburrimiento. Porque apenas nada ocurrió medianamente lucido en el redondel. Niño de la Capea, tuvo una actuación desastrosa, lidió mal, sufrió múltiples enganchones y desarmes varios, mató por los costados. Sólo Óscar Higares, cuyo primer toro estaba amodorrado y parecía que le habían dado un somnífero, suplió con entusiasmo sus carencias artísticas y ciñó las embestidas del sexto toro, a pesar de que, eran inciertas y le había cogido de mala manera. La emoción de los últimos minutos no salvó la corrida del desastre, pero el público agradeció en el alma el pundonor que derrochó este torero valiente.
Babelia
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