Las negras perspectivas del empleo y el paro
Los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA), correspondientes al primer trimestre de 1993, no por esperados dejan de ser muy negativos. Antes de comentar algunos de sus aspectos, a mi juicio, más significativos, conviene insistir en dos cuestiones previas de tipo conceptual y metodológico que, aunque conocidas, a menudo son olvidadas.En primer lugar, la EPA se realiza a lo largo de todo el trimestre. Sus cifras recogen, por tanto, la situación media existente en el trimestre, pero no la evolución a lo largo del mismo ni, por tanto, la situación existente a finales de marzo.
En segundo lugar, la EPA es una encuesta realizada por muestreo entre 60.000 familias. Eso quiere decir que no proporciona un censo de los parados, sino una estimación estadística sometida a un margen de error que es, desde luego, pequeño. Así, pues, es engañoso, aunque no imposible, compararla con los datos, del paro registrado del Inem, que proporciona un listado exhaustivo de los individuos que están inscritos en éste como demandantes de empleo que no tienen trabajo. Los propios datos de la EPA permiten saber que hay bastantes parados que, aun cumpliendo los criterios -estadísticos internacionales, no están inscritos en las oficinas de empleo, pero también que hay bastantes inscritos en el Inem (incluso percibiendo prestaciones por desempleo) que no cumplen los criterios estadísticos para ser considerados como parados.
Los resultados de la EPA muestran que la población activa, es decir, las personas que quieren trabajar, ha disminuido ligeramente entre el cuarto trimestre de 1992 y el primero de 1993. Una vez más se comprueba la intensa reacción cíclica de esta variable ante la evolución del empleo, que mitiga las oscilaciones del desempleo: durante la recuperación de 1985-1990, tradujo el aumento del empleo de 1,8 millones en, una disminución del paro de sólo 600.000, y ahora hace que una disminución del empleo de algo más de 260.000 personas se traduzca en un aumento del paro algo menor: unas 250.000. En correspondencia con este hecho, los parados buscadores de primer empleo constituyen el único colectivo cuyo número ha disminuido ligeramente. Cabe mencionar dos factores que inciden en este resultado: en primer lugar, la suavización de las tensiones demográficas, que hace que las cohortes que llegan al mercado de trabajo sean cada vez menores, tendencia que se irá acentuando en los próximos años; en segundo lugar, la generalización de la contratación temporal ha eliminado cualquier bloqueo a la entrada en el mercado de trabajo.
Desde el punto de vista del empleo, en términos interanuales, es decir, comparando con el mismo trimestre del año anterior, la pérdida de empleo alcanza ritmos de caída similares (aunque de signo contrario, claro está) a los aumentos registrados a lo largo de 1989, el mejor año de la recuperación. Puede decirse, por tanto, que el empleo está cayendo a toda vela.
Empleos perdidos
En cuanto al empleo asalariado, se repite casi con exactitud la evolución registrada entre el tercer trimestre de 1992 y el cuarto: pérdida de unos 210.000 empleos, en su mayor parte con contrato temporal. A este respecto, conviene recordar que los datos del primer trimestre de 1992 arrojaron unas cifras peores con respecto al cuarto de 1991: pérdida de cerca de 240.000 puestos de trabajo, aunque en su mayor parte indefinidos.
La evolución que indican los últimos datos refleja que la crisis coyuntural ha tardado en llegar a España (las pérdidas de empleo fijo anteriores indican que la economía estaba realizando ajustes de tipo más estructural), pero que lo ha hecho a finales de 1992, haciendo recaer el ajuste principalmente en los contratos temporales, como la mayoría de los expertos esperaban, si bien la evolución anterior no dejaba de sorprenderles. El porcentaje de trabajadores que tienen un contrato temporal se sitúa ahora en el 32%, en comparación con el máximo histórico de 34% registrado en el tercer trimestre de 1992.
Esta evolución, aunque preocupante, es el precio que la economía española tiene que pagar por ser más flexible. Si los contratos temporales permitieron acelerar el crecimiento del empleo, también ahora aceleran su caída. La flexibilidad, como se ve, no es ninguna panacea universal. Como casi todas las medidas, tiene ventajas e inconvenientes. La evolución reciente del mercado de trabajo nos enseña que antes de adoptar medidas (hay que flexibilizar el mercado de trabajo, hay que suprimir la autorización administrativa en los expedientes de regulación de empleo, hay que eliminar los contratos temporales, etcétera) deben sopesarse con cuidado todos los pros y los contras.
Las cifras del paro demuestran que el mercado de trabajo español no funciona muy bien, y es muy posible que sean necesarias algunas reformas para mejorar dicho funcionamiento, si bien los periodos electorales no son los mejores momentos para discutirlas, pues las promesas electorales se las suele llevar el viento. De todas formas, no parece probable que ese mal funcionamiento pueda explicar mucho más que algunos puntos de la elevadísima tasa de paro actual (lo cual no Justifica, desde luego, que no deban acometerse las reformas). La única manera de resolver el problema del paro es crear empleo, y para crear empleo la economía necesita crecer, y mucho, sobre todo teniendo en cuenta el comportamiento cíclico de la tasa de actividad antes aludido, que anima a muchas personas (sobre todo mujeres) a buscar empleo cuando mejora la situación.
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