Tiendas de campaña
LA DICTADURA de los asesores de imagen está acabando con los políticos. No se trata de que, como ingenuamente repite Julio Anguita, sólo los programas, y no las personas, cuenten. Pero sería de agradecer que entre descalificaciones de diseño y desplantes ensayados ante el espejo se deslizara de vez en cuando alguna idea. Los candidatos, o la mayoría de ellos, han acreditado tenerlas en otras ocasiones. Pero da la impresión de que consideran de mal gusto, y en todo caso de mal agüero, exponerlas en vísperas electorales. Se trata, sin embargo, de una superstición sin mayor fundamento.La suposición de que lo único importante son los programas, y no las personas encargadas de llevarlos a la práctica, es un prejuicio doctrinario reiteradamente desmentido por los comportamientos del electorado de todo el mundo civilizado. En el sistema representativo, sobre todo se eligen personas. Por detallado que sea un programa, sus recetas nunca podrán recoger la variedad de problemas a los que los elegidos tendrán que responder. Es sobre todo la confianza de los ciudadanos, su voto de confianza, lo que los candidatos solicitan. Sin embargo, la crisis de los sistemas ideológicos cerrados que se ha producido estos últimos años y el estrecho margen para políticas alternativas que deja la crisis económica están contribuyendo a exagerar esa tendencia a la personalización de la política.
Asistimos a una cierta paradoja. Por una parte, cada vez hay menos votantes incondicionales. Las fidelidades a machamartillo a un determinado partido o ideología han dejado paso a una actitud, en principio, más laica y racional. Sólo en principio, porque esa pérdida de referencias ideológicas tiende a compensarse con un reforzamiento de las lealtades personales hacia los líderes políticos. Con efectos como que, cuando esos líderes defraudan las exageradas expectativas en ellos depositadas, la devoción se convierte en aversión. Con idéntico grado de radicalidad. Basta escuchar ciertos espacios radiofónicos con intervención del público para comprobar hasta qué punto la pasión, aprobatoria o denigratoria, ha sustituido a los razonamientos.
Las campañas electorales, con sus debates y entrevistas en los medios, podrían contribuir a introducir esos razonamientos: argumentos, dudas, matices. Pero parece como si los candidatos se hubieran puesto de acuerdo en evitarlo a toda costa. Se ha puesto de moda decir que sin agresividad no se va a ninguna parte, y ahí están todos compitiendo a ver quién la dice más gorda. Algunos -los hay en todos los partidos- no saben hacer otra cosa. Son los especialistas en pronunciar frases supuestamente agudas, pero frecuentemente sólo zafias, contra los rivales políticos. En general son personas de pocas luces, aunque, precisamente por tratarse de un trabajo especializado, siempre consiguen hacerse un hueco en las candidaturas. Como esos futbolistas que ya no juegan, pero siguen en plantilla por su fama de ser los mejores contando chistes en el autobús. El caso es que, cuando llega la campaña, hasta los más ecuánimes candidatos pugnan por imitar a esos especialistas.
Es cierto que hay personas muy influyentes que no dejan de pedir más sangre, y concretamente de considerar a Aznar un blando porque no les obedece cuando le exigen que se niegue a hablar con el presidente del Gobierno sobre la actitud de España en el conflicto de los Balcanes o que se comprometa a desvincular a España del Tratado de Maastricht. También es cierto que lo más chocarrero suele suscitar las mayores ovaciones. Pero es bastante probable que esa mayoría de ciudadanos que hace años que no va a los mítines y que, sólo sabe de ellos por la televisión y los periódicos agradezca un poco menos de agresividad -de la que los mítines del pasado fin de semana ofrecieron un variado surtido- y alguna idea más. Es posible que sus asesores de imagen les hayan dicho que eso no es rentable. Pero ¿no se pasan el día acusándose unos a otros de supeditar los principios a criterios de oportunismo electoral? Pues que den ejemplo de lo contrario. Además, los asesores de imagen también se equivocan.
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