La crisis está inclinada
Madrid ha levantado en la plaza de Castilla su monumento a los malos tiempos. Allí ha dejado KIO empantanadas dos torres inclinadas de 27 pisos, visibles desde media ciudad. Iban a ser la nueva imagen de la capital y se han quedado en un parado más: el 300.201. Madrid está en crisis inclinada. Se advierte en las flácidas líneas macroeconómicas y en los restaurantes vacíos, en las oficinas sin inquilinos y en el mayor consumo de alimentos congelados. Se percibe en la mejora de la circulación y en la conducta de los ladrones, que ahora prefieren los domicilios a los comercios. Sin embargo, el Ayunta miento del PP y la Comunidad del PSOE, en un aparte de sus trifulcas políticas, se han puesto a diseñar un gran crecimiento para después de la crisis y evitar así que la especulación vuelva a cebarse con la ciudad.La capital no atraviesa su mejor momento. Los madrileños empiezan a encontrar incómoda y cara la vida en la ciudad, y un 63% de la población se marcharía de Madrid si se le ofreciera esa posibilidad, según lo manifestó en una encuesta de la Cámara de Comercio. Algunos lo han hecho ya. La ciudad pierde habitantes en un lento goteo. La población actual se mantiene a duras penas en los tres millones tras registrar 150.000 bajas en los últimos 10 años. La reserva demográfica de Madrid es su corona metropolitana, formada por municipios -Leganés, Fuenlabrada, Getafe, Alcorcón...-que administran una población superior a cualquiera de las capitales del centro de la Península (excepto Valladolid), y con un porcentaje de menores de 14 años situado en el 25%. El centro de la ciudad sufre de singular manera la despoblación. El 41% de quienes habitaban en el casco viejo en 1970 ha huido de una zona marcada por la degradación. Lavapiés, el castizo barrio que alberga las corralas de los sainetes -hoy chabolas verticales insalubres-, padece un proceso que los arquitectos denominan tugurización (la formación del tugurio). En medio de la miseria y del hacinamiento, los únicos negocios que subsisten en el barrio son la droga y los bares. En otras partes del casco viejo, las oficinas han barrido a la población y han atraído hacia, su laberinto de calles a más coches de los que el peatón puede esquivar.
La vida en el coche
Los vecinos de las reservas demográficas de la periferia no lo pasan mejor. Para empezar, el área metropolitana, donde vive un tercio de la población, es la primera en despertarse, al menos una hora antes que el resto de la región. Y todo para pasar media vida en ir y venir del trabajo. Madrid concentra el 80% del empleo regional en la capital. Un absurdo esquema del que se derivan "gran parte de los problemas de la región, especialmente el del transporte", según el presidente regional, Joaquín Leguina.
El problema de la movilidad motivó la única intervención a gran escala del presidente Felipe González, en la política madrileña. En 1988, en una cena en casa del entonces alcalde, Juan Barranco, nació el plan Felipe, un conjunto de inversiones millonarias, luego recortadas, que debían sacar del marasmo al transporte regional. Con ese plan se consiguió acabar, 15 años después de su inauguración oficial, la M-30, un anillo de circunvalación que separa el casco central de los distritos periféricos. Y se empezó también la M40, (aún sin terminar), y se consiguió que algunos trenes de cercanías pasaran cada cinco minutos y comenzó la prolongación de tres líneas de metro (también sin concluir). Éstas y otras obras públicas llevaron al ministro de Transportes, José Borrell, a defender que Madrid recibió más dinero en 1992 que Barcelona y Sevilla. Pero pocos lo creen.
Madrid ha cambiado poco su cara. El forastero que regrese tras varios años de ausencia la encontrará tal como la dejó, a no ser que se apee en la nueva estación de Atocha, diseñada para que un cuarto de millón de madrileños recorra diariamente sus tripas.
El forastero, si buscase alguna novedad más, debería ir a las afueras para conocer una pieza de diseño contemporáneo: el Campo de las Naciones, miniciudad de exposiciones y congresos. Y poco más. Por la flamante M40 el viajero podría reencontrase con varios de los poblados chabolistas más grandes de España, cuya erradicación -acompanada de realojamiento- constituye la eterna promesa incumplida de los políticos madrileños.
Las instituciones madrileñas no se entienden. Estado, Comunidad y Ayuntamiento triplican los programas, el presupuesto y la burocracia. Y el gobierno local aprovecha para recortar programas sociales, amparándose en que estos servicios los deben prestar las otras instituciones.
Así, en Madrid se superponen con dudosa rentabilidad tres redes de servicios de urgencias. Los del Ayuntamiento atienden a 18 personas al día. En los de la Comunidad y los del Insalud, en cambio, suele haber camas por los pasillos. Tres dueños se reparten los conservatorios, las instalaciones deportivas o los teatros de Madrid. Hay un plan municipal de lucha contra la droga, uno regional y otro estatal. El madrileño no sabe a qué puerta llamar. Cuando se produce un siniestro, las ambulancias municipales, las del Insalud y las de la Cruz Roja forcejean por trasladar a los heridos. Unos por otros, la casa sin barrer. Y más ahora, cuando basureros y barrenderos, con dos huelgas sucesivas, llevan un mes impulsando la candidatura de Madrid a renovar el título de ciudad más sucia de Europa, que le adjudicó en l992 un informe británico.
Funcionarios a salvo
El sector público madrileño es el mayor de España. Uno de cada tres asalariados de la región trabaja para la Administración. Es prácticamente el único sector a salvo de la crisis que ha dejado sin trabajo a 32.000 personas en los tres primeros meses del año, según datos de CC 00.
El mayor optimismo está en los despachos. El Ayuntamiento y la Comunidad, cada uno por su lado, se han puesto a diseñar un nuevo territorio, con oficinas, industrias y viviendas por doquier. El objetivo: evitar que una nueva expansión económica vuelva a pillar desprevenida a la ciudad y los precios de las casas se cuadrupliquen, como hace tres años.
Los madrileños pagan más impuestos que nadie (88.000 pesetas de media de IRPF, 16.000 más que Cataluña) y, quizá por ello, también son los que más dinero juegan al azar (28.940 pesetas al año, 3.000 menos que los barceloneses). Y hasta los gustos televisivos son peculiares. El culebrón Rubí era el programa más visto en 1992 en Andalucía, el sexto en Valencia y Galicia y el décimo en el País Vasco. En Madrid no estaba entre los 20 primeros. Y tampoco en Cataluña, donde los primeros puestos los coparon sendos partidos del Barcelona. En Madrid, por el contrario, tuvo más audiencia la selección que el Real Madrid.
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