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El Estudiantes conduce al Madrid al drama

Luis Gómez

El desempate es un hecho. El Madrid viste drama. Su potencial se ha desvanecido, su juego es tan pésimo que ni siquiera Sabonis puede sostener al equipo. Sus 20 rebotes apenas sirvieron más que para aliviar el tono de la derrota. El Madrid se ha convertido ahora en su peor enemigo. Y el Estudiantes lo sabe. Ayer hurgó de nuevo en la herida con éxito y en este momento se siente vencedor moral de la eliminatoria. Nadie ha sido capaz de levantar un 2-0 en contra en una semifinal. Parecía un imposible, la especialidad estudiantil.El Estudiantes llevó el partido a su terreno y buscó el engaño. Despreció el juego interior, una decisión casi sin precedentes. No tuvo demasiado en cuenta que Sabonis actuaba mermado de facultades salvo a la hora de impedir que le llegaran asistencias en buenas condiciones. Actuó bajo el reconocimiento expreso de que el gigante madridista resulta inabordable para sus pivotes. Quiere ello decir que no buscó el cara a cara con el lituano ni exigió a Orenga que se convirtiera en un héroe. De hecho, prescindió de su hombre más grande a lo largo de toda la segunda parte y utilizó tanto a Pinone como a Vecina en funciones más propias de los aleros. El Estudiantes reivindicó ayer el baloncesto de los hombres pequenos, la más arriesgada de las estrategias.

El baloncesto de los hombres pequeños tiene sus exigencias porque nace de la perversión. Buena defensa. Buen control del balón. Buenos porcentajes de tiro. Lectura constante del partido. Y paciencia. Esa modalidad, poco utilizada en las canchas españolas, necesita de jugadores sensatos, capaces de reconocer sus limitaciones físicas pero suficientemente inteligentes como para trasladar el juego al punto exacto donde es posible alterar la escala de valores. Un ejemplo, Sabonis es un mal defensor a cuatro metros del aro. Pues, a cuatro metros del aro vivió durante los dos últimos minutos de partido. En esa distancia, Pinone y Vecina pueden suplir su carencia de centímetros y músculo por clase y técnica. Bajo el aro sus posibilidades son mínimas: Sabonis no tiene mas que alargar la mano para convertirlos en seres miserables.

Una zona permitió al Estudiantes tardar 10 minutos en tomar la iniciativa y no perderla nunca más. Dividió al Madrid en dos mundos: uno, Sabonis desamparado y algo más cojo que de costumbre; el otro, sus compañeros frente a sus miserias, que no son otras que falta de dirección, falta de recursos alternativos cuando sobrevienen los problemas, falta de decisión y hasta falta de carácter. Los madridistas se han acostumbrado a la comodidad de vivir bajo la dictadura de Sabonis. Cuando Sabonis funciona, no es necesario pensar. La zona estudiantil (nada fuera de lo común por otra parte) le obligó al Madrid a pensar. Y el Madrid, de un tiempo a esta parte, no sabe hacerlo. Lasa se ha difuminado y eso empieza a ser terrible para el equipo.

El Madrid llegó a olvidarse de Sabonis para medrar a base de triples. Era una excusa que le sirvió de poco: los jugadores tiraban desde su domicilio porque no encontraban manera de acercarse. No era eso juego estático, era simple parálisis ofensiva. La continua pérdida de balones les condujo a un juego arrítmico, indefinido y definitivamente ingobernable. A pesar de vivir toda la segunda parte a poca distancia de su rival, nunca dio la sensación alguno de sus jugadores de poder arreglar el asunto. Para entonces, Sabonis sólo hacía atrapar rebotes. Significaba eso que el Madrid sobrevivía de las migajas del Estudiantes.

Azofra resumió todas las virtudes que tuvo su equipo. Actuó con decisión, no perdió un solo pase, utilizó el triple en los momentos adecuados y movió el balón, sabedor de cuáles eran las posiciones en que sus compañeros eran más eficaces. El Estudiantes jugó lejos del aro sin rubor alguno hasta conseguir que Sabonis abandonara sus dominios en el momento decisivo. Como quiera que todos sus actos fueron intencionados (al Madrid ya no le funcionaba ni el acto reflejo), como quiera que respetaron una estrategia preconcebida y la interpretaron con sabiduría, merecieron el mejor premio posible: solucionar un final apretado con comodidad. ¿Alguien piensa que hubo emoción en el último minuto?. El Madrid había firmado la derrota mucho tiempo antes y vivía de las apariencias (o sea, Sabonis).

La eliminatoria del metro se alarga hasta el desempate. El ritmo de los acontecimientos colocan al Madrid en entredicho, como si su crédito fuera una estafa. Mal asunto: lo último que recuerdan sus jugadores es una doble pesadilla.

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