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La gran corruptora

La crisis política de Europa es sólo la punta del iceberg. Hay un terremoto de las conciencias, un maremoto, y en particular en Italia. Pronto estará en el punto de mira la responsabilidad de la televisión como instrumento del poder. Como servil esclava de la degeneración y cómplice del abandono de los valores morales. Tras la fase poscomunista (caída del muro), vivimos las convulsiones postsocialistas y la forzada evaluación de un poscapitalismo que no puede ya sostenerse sobre el dominio del oro del capital financiero, del business. Nace una fase compleja de la historia televisiva que hace temblar a los boss del vídeo, a los dueños omnipotentes de las pantallas y la fiction. Los espectadores, hasta ahora dóciles teléfagos -como los lotófagos de Ulises que olvidaban patria y familia-, empiezan a rebelarse.¿Qué ha hecho esta Europa de- los Doce por la llamada "televisión sin fronteras"? Mostrarse afásica, chovinista, ávida de poderes culturales hegemónicos, unos Estados contra otros. Estragos y degeneraciones, bulimias de Mafias y- Camorras. Creadores, protagonistas del audiovisual y animadores se han convertido en servidores sin dignidad, a sueldo de los partidos, siervos de ese monarca absoluto que es el vídeo. Delante del "tercer Estado", o sea, de los atónitos ciudadanos europeos. Un exceso de mentiras, hipocresía y violencia, demasiado lenguaje mediático distorsionado por la ignorancia, un exceso de incultura y transgresión moral. Tras las imágenes de las mujeres violadas en Sarajevo, llega puntual una Madonna que se masturba en la pantalla. Trastrueque de los dramas mediante una cínica carcajada. Impalpable homologación y trivialización de cualquier tragedia. Se cambian valores y moral. Un viejo filósofo liberal, Karl Popper, y Wojtyla -¿cabe imaginar dos personalidades más diferentes?- lanzan en estos últimos tiempos una alarma idéntica: la televisión está corrompiendo nuestra civilización. La palabra tabú -¡censura!-, pronunciada por Popper, aspira a la suprema salus: defender a nuestros hijos de los malos maestros que imparten lecciones de violencia y muerte, y que transmiten la droga, todo tipo de drogas.

La creación de una televisión europea, pese a los adversos pronósticos de Bruselas, se acerca. La Europa cultural ha sido un fracaso más que una desilusión. Sofocada por los chovinismos estatales, por la arrogancia de unas y otras élites culturales, por la presunción de defender el propio patrimonio contra los vecinos, lo cual obstaculiza toda identidad europea. El intelectual francés está contra el alemán, el inglés contra el español o el italiano; mil rivalidades, mil intereses de rebotica. Jamás hemos estado tan alejados entre nosotros como ahora, al cabo de más de cuarenta años de Comunidad Europea.

Jean Monnet ya lo había dicho antes de morir: "Nos hemos equivocado". Y, de volver a empezar, empezaría "construyendo la Europa de la cultura". Es una verdad candente. Figúrense si las televisiones hubieran nacido, hace ahora tres décadas, como multinacionales y no toscamente. nacionales. Figúrense qué Europa tan distinta tendríamos de haberse forjado entre nosotros una unidad cultural, lingüística, universitaria, un entendimiento entre las plúrimas identidades culturales, aunadas en un solo esfuerzo para crear un nuevo humanismo. De haber ocurrido esto, ¿estaría hoy Europa tan sorda, impotente y blanda ante la feroz guerra de exterminio de la antigua Yugoslavia? ¿Ante la Serbia mártir? Si en vez del silente descorazonamiento hubiera un entendimiento cultural común -televisión europea, en primer lugar-, la gente habría obligado a la Europa de los Doce a actuar para detener el río de-sangre que anega al pueblo de un país vecino. Pero las televisiones se han convertido en intérpretes de los intereses astutos y cínicos de los Estados, de las cancillerías, de las diplomacias. La guerra continúa. Entre las nieblas de la información se debe abrir. un debate. También sobre las responsabilidades de los Estados. Los doce ministros de Cultura se han reunido a lo largo de casi diez años (desde 1986), han acampado en Rodas, Madrid, Estrasburgo, París... para estudiar las normas de una televisión europea. Hay libracos llenos de artículos legales, nunca respetados. Entre sabotajes y dificultades aparentes, como la de la imposibilidad de entendernos entre europeos. Una superficial mirada a los 340 millones de ciudadanos de Europa los contempla como un bloque único de espectadores destinados al triunfo de una hipotética obra maestra. Se crearon organismos como Eureka, nació un "programa de acción para el desarrollo de la industria audiovisual en Europa" a través de Media 199 1 -1995. Y luego llegó una directiva mágica, muy cacareada, la del artículo 128 (título X, Cultura), en el momento de someter a votación el Tratado de Maastricht. Directiva nada vinculante para los Estados, y llamada, con delicado pudor, "texto de orientación para comprometerse a concretar y fomentar también en el sector audiovisual y de la creación artística el diálogo entre las comunidades y los diferentes operadores culturales, teniendo presentes, en primer lugar, a los ciudadanos europeos". Pero, en realidad, cuando vemos cómo el Parlamento Europeo ha estado a punto de suprimir totalmente los escasos fondos asignados por el último presupuesto anual a Euro News, financiada oficialmente por la CE, comprendemos cuántas nubes de hipocresía envuelven la voluntad y la necesidad de dar un lenguaje televisivo común a la cultura europea.

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El único resultado que salta hoy a la vista es el de Arte, debida a un grupo de animosos creadores, con una modesta financiación francesa, alemana y belga. Y, sin embargo, Arte es un feliz espacio de experimento televisual que se adentra en la Europa de veras, entre peripecias históricas, acontecimientos, costumbres, lenguajes de gente de veras. La de Arte es una hermosa lengua sólida y pura para quien la sigue, incluso traducida en imágenes: no es la jerga televisiva de las show girls semidesnudas ni la lengua de trapo de los geniales papagayos del entretenimiento. Se dice que Arte es culturalmente aristocrática para unos pocos elegidos, según las valoraciones mortíferas del Auditel europeo. Pero Arte demuestra, en cambio, que cabe multiplicar por mil su hoy circunscrito espacio.

La necesidad de una legislación europea común es el otro tema que debemos afrontar para que no se anule el papel del autor en favor de los managers de las industrias millonarias al acelerarse el proceso de industrialización del audiovisual. La invasión cada vez más masiva de nuestras pantallas por el audiovisual americano, la fiction USA, atestiguan que la colonización de la que nos quejamos es consentida. Al producto americano se le abren todas las puertas -forzoso es reconocerlo-, ante él se bajan todos los puentes levadizos de nuestra antigua ciudadela de la civilización y de la memoria histórica. Nuestra unidad confirma que la cultura y la historia no son un¡dimensionales. Y que, en nuestra diversidad, los europeos somos un todo único. Como una estrella de 12 brillantes rayos.

Maria Antonietta Maccchiocchi es periodista y ensayista italiana. Traducción: Esther Benítez

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