Consumidor
Millones de años ha necesitado el ser humano para conseguir garantías de autenticidad en ciertos alimentos. De momento, los envasados ya llevan la fecha de caducidad y la composición de su contenido, según normas de obligado cumplimiento. La siguiente conquista del ser humano es saber a ciencia cierta qué come cuando el alimento no está envasado y se lo sirven en un restaurante. Viene el maitre y suelta la retahíla de sugerencias: "Tenemos silla de ternera de Ávíla". Y añade: "Para empezar, pueden ser unas ostras de Arcade. O nuestros genuinos langostinos de Sanlúcar". La referencia al origen de la vianda no es asunto baladí, pues pronunciada con la debida unción justifica un precio de escándalo, y aún subirá si se ilustra con evocadoras menciones a las artes de pesca: "Hay merluza del pincho". O "chipirones de anzuelo". O "langosta de nasa, recién traída de Mallorca". Todo ello es incierto, naturalmente, pues faltan pruebas y certificados. O se trata, sencillamente, de falaz ardid, porque, en realidad, la ternera es. chotuno polaco, los langostinos proceden de las costas de Senegal, la merluza entró en red y eso fue por el Pacífico, los chipirones los subieron en copo los japoneses, la langosta es sahariana, las ostras son de vivero, y eso si no te meten ostión. Y, además, lo han sacado del congelador.
Es derecho del consumidor que cuando la carta dice: "Merluza del pincho del Cantábrico a los ajos de las Pedroñeras sobre lecho de crema mariscada guarnecida con frutos de la huerta..., 4.000", diga: "Merluza congelada en las Malvinas hace un año, cocinada anteayer y conservada luego en frigorífico, pues no la pidió nadie, pero si pica usted y hace la comanda, se la calentamos en el microndas y nos quitamos un bulto de encima..., 4.000". O sea, la verdad de la vida. Y que aproveche.
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