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FERIA DE SEVILLA

El dramático pundonor de César Rincón

A César Rincón, que tuvo una pundonorosa, valiente y dramática actuación a lo largo de toda la corrida, le cogió el quinto toro como para hacerlo pedazos. Después de voltearlo mientras le tiraba numerosos derrotes en el aire, se le arrancó de nuevo cuando ya estaba caído, metió las astas por las proximidades del cuello, apalancó allí y volvió a levantarlo, como un pelele.Rincón se incorporó maltrecho y posiblemente perdido el norte, pero sin mirarse los desperfectos; echó a las cuadrilla que habían acudido al quite, pidió la espada y entró a matar con decisión. Hubo oreja, que fue muy protestada. Dio la vuelta al ruedo y se retiró a la enfermería donde se le apreciaron un puntazo corrido y contusiones múltiples, que no eran nada, simples caricias, besos de monja, para lo que pudo ocurrir: una carnicería humana.

Domecq / Mendes, Rincón, Finito

Toros del Marqués de Domecq, desiguales de presentación, varios sospechosos de pitones; muy flojos; cuatro con casta; de escaso temperamento 3º y 6º (éste se partió un pitón durante la lidia).Víctor Mendes: pinchazo hondo, media, rueda de peones y dos descabellos (silencio); estocada tendida (silencio). César Rincón: pinchazo recibiendo y tirando la muleta y estocada aguantando (ovación y salida al tercio); bajonazo (oreja protestada). Finito de Córdoba: pinchazo, otro bajo y bajonazo (silencio); cuatro pinchazos y estocada corta atravesada (pitos). Enfermería: Rincón fue asistido de puntazo corrido, varetazos y erosiones múltiples; pronóstico reservado, pendiente de examen radiológico. Se guardó un minuto de silencio en memoria del hermano de Mendes, fallecido el día anterior. Plaza de la Maestranza, 26 de abril. Sexta corrida de feria. Cerca del lleno.

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La corrida de hoy

La faena había transcurrido con gran inquietud, pues el toro tenía un peligro sordo que se ad vertía desde el tendido. Se advirtió también desde el palco de la música, cuyo director, el maestro Tristán, debe de saber tanto de toreo como de corcheas y al observar la bronca catadura del toro -un parón en mitad de la suerte, un arreón, un guadañazo- se apresuró a detener el pa sodoble que estuvo sonando desde el principio de la faena.

Rincón se había llevado el toro al centro del redondel y cuajó tres derechazos hondos, acogidos con olés, ovaciones y música solenme. Mas el toro empezó a hacer de las suyas: unas veces se vencía, otras se colaba; ora acudía violento al cite, ora reculaba reservón. Y César Rincón le porfiaba pases, con ambas manos y desde todas las distancias, por ver de sacarle partido. En realidad se estaba pasando de faena, acrecía el peligro del toro, y al ensayar un derechazo llegó la tremenda cogida.

El éxito total: eso fue lo que estuvo buscando César Rincón toda la tarde. A su primero lo entendió de maravilla y aprovechó para dar una auténtica lección de toreo. La fundamentó en la distancia. Tomando al toro de muy lejos provocaba su embestida larga. Sacó muletazos emocionantes, de irreprochable factura, junto a otros que le destemplaba la casta agresiva de la fiera. Sufrió también aquí otra cogida; en realidad, el toro, que acudía topón, le arrolló y se rebozó con él, sin apuntarle con los pitones.

Si pudo sacar más partido César Rincón del toro, como le reprochó algún sector del público, ese es un misterio que ya nunca podremos desvelar. No constituía misterio alguno, en cambio, la lección de lidiador que acababa de dictar para quien la quisiera aprender.

Finito de Córdoba, que le siguió en turno, se ve que no atendía a lecciones. Se las debe de saber todas. E hizo justo lo contrario que el maestro colombiano: al toro tardón, de escasa arrancada, se la acortaba aún más, ahogándole la embestida. Apuntó algunos derechazos aliviándose y, naturalmente, supo a poco. Con el sexto nada pudo hacer: se partió un cuerno el toro y quedó hecho un marmolillo.

En tarde de lecciones, no fue pequeña la de Víctor Mendes, que recién llegaba por carretera de enterrar a su hermano en Portugal. Tras el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria del fallecido, y el torero lloraba con amargura. Torear, en aquellas circunstancias, constituía un verdadero gesto; sobre todo, hacerlo con la voluntad de agradar, la entereza y la decisión que puso Víctor Mendes en todos los tercios de la lidia. Aquello supuso otra emocionante demostración de pundonor y torería, que agradecieron los aficionados. Afortunadamente aún quedan toreros con lo que hay que tener, y esa es una gran esperanza para la fiesta.

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