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El Papa triunfa en una Albania atea y depauperada

Será por curiosidad, desesperación o moda. Pero lo cierto es que Escútari, la segunda ciudad albanesa, ofreció ayer un recibimiento triunfal al Papa, desproporcionado con el escaso peso que las estadísticas conceden a los católicos en una población mayoritariamente atea. Rodeado de una miseria que no se encuentra en ningún otro país de Europa, Juan Pablo II celebró misa en una catedral que el régimen anterior transformó en polideportivo y por la tarde se dio otro baño de multitudes para lanzar críticas durísimas al comunismo en la misma plaza en que presidía las grandes manifestaciones el líder del anterior régimen, Enver Hoxha. La madre Teresa, albanesa de Kosovo, llegó desde Calcuta para recibir al Pontífice.

ENVIADO ESPECIAL

Se amontonaron en las aceras y treparon a los árboles de Escútari, católicos, ortodoxos y musulmanes, en un número claramente superior a los aproximadamente 30.000 fieles que la Iglesia de Roma dice tener en esta ciudad. Muchos de ellos se limitaban a mirar; otros saludaban, sin la euforia que estas visitas papales despiertan en tierras más religiosas.Entre el público congregado en la catedral, con trajes de confección modesta, alguno afirmaba que había comprado su invitación en la reventa. Fuera, una masa nada acomodada se apiñaba incluso sobre los montones de leña que llenan los balcones de Escútari, la segunda ciudad del país, como prueba de que este invierno ha sido duro en Albania y de que el petróleo no ha llegado ni para las necesidades mínimas.

Las dos horas y media que la comitiva oficial, una hilera de unos 16 Mercedes que era el único dato incongruente del panorama, tardó en recorrer (por el mal estado de las carreteras) los 90 kilómetros que separan Escútari del aeropuerto de Tirana, fueron como un viaje de siglos atrás en el tiempo.

Patos, cabras, cerdos, vacas, niños y adultos descalzos dedicados a la ganadería más artesanal presenciaban el paso del cortejo desde unas cunetas que, en algún tramo, compartían con tumbas abiertas al borde mismo de la carretera.

Ni una máquina a la vista en tantas hectáreas del paraíso que, prohibido y hermético, excitó mucha imaginación revolucionaria en las universidades de los años sesenta. Un carro desvencijado y un burro son ya un símbolo de poder en esos campos que siguen ofreciendo imágenes medievales, con el añadido absurdo de los bunkers y casamatas, omnipresentes. Hohxa hizo construir 500.000 de ellos para prevenir un improbable intento soviético o yugoslavo de invadir Albania.

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Restos desvencijados de alguna siderurgia muy rudimentaria, depósitos reventados y corroídos en el entorno de lo que pudo ser una cementera, hierros retorcidos, pabellones que nunca terminaron de construirse y otros que parecen haber sido destruidos con ánimo de rapiña acentúan el aspecto apocalíptico del paisaje.

Calidad de chabola

La construcción rural tiene la calidad de la chabola, y la urbana no llega probablemente al nivel medio del África subsahariana. Calles sin asfaltar, aguas estancadas, mercados sobre los suelos polvorientos de solares de tierra. Y apenas alguna antena parabólica, un chalé de nuevo rico y un par de Mercedes como signos externos de un nuevo capitalismo salvaje."Terrible era la imagen de la vida humana en los regímenes totalitarios... Lo ocurrido en Albania ha sido único en la historia. El Estado intentó aniquilar la religiosidad en nombre del ateísmo radical elevado a sistema universal y totalizador. Es necesario que Europa no olvide", dijo el Papa en la plaza de Tirana donde hasta hace poco dominaba una estatua de Enver Hoxha. Juan Pablo II habló en un recinto repleto bajo un conocido fresco que representa a campesinos, obreros e intelectuales unidos en armas por la patria socialista.

Giorgio Castriota, llamado Skanderber, el héroe nacional albanés del siglo XV al que está dedicada la plaza, nació cristiano, luego fue musulmán y murió cristiano, no se sabe si de confesión ortodoxa. El presidente, Sali Berisha, nació en una famila musulmana, militó en el antiguo Partido Comunista, ayer asistió a la misa del Papa en Escútari, y no rechistó cuando, por la tarde, Juan Pablo II dedicó más tiempo y energía a condenar el pasado que a promover la ayuda internacional.

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