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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Que campaña electoral?

TEÓRICAMENTE, LA campaña electoral que está a punto de iniciarse debería ser, más que ninguna otra de las celebradas, seria, austera y ceñida a los problemas reales de los ciudadanos, que no son pocos.- Sería la respuesta lógica de las fuerzas políticas ante la gravedad de la coyuntura económica, y muy especialmente ante el desmesurado crecimiento del paro. Limpieza frente a la corrupción e imaginación creativa ante las incertidumbres del futuro deberían ser dos motores de campaña. Pero las reglas de la lógica común no son necesariamente las que imperan cuando la cuestión del poder anda por medio.Por primera vez desde que los socialistas gobiernan, los sondeos apuntan a una proximidad tal en la intención de voto entre el PSOE y el PP que nadie se atrevería a señalar al ganador. En principio, esta situación igualitaria es un dato más a favor de un tipo de campaña electoral en la que fueran más las nueces -el argumento, el análisis y el debate abierto de propuestas programáticas- que los ruidos -la demagogia, la promesa vacía o la descalificación desaforada del contrario- Dicho de otra manera: tan improcedente es. presentar día tras día un plan nacional de infraestructuras a medio o largo plazo -en momentos en los que el Gobierno está prácticamente en funciones- como acabar toda respuesta a cualquier proposición del oponente con referencias a su financiación irregular. Y todo ello en momentos en los que lo prioritario debería ser el aportar luz en unas circunstancias en las que cada voto puede ser determinante para el triunfo o la derrota.

Pero, nuevamente, lo que es exigible desde el sentido común y el interés de los ciudadanos puede no coincidir con el punto de vista de los partidos o con sus particulares estrategias de conquista o conservación del poder. Si fuera así, el pronosticado empate electoral entre el PSOE y el PP, y su parecida predisposición psicológica -el miedo por primera vez del primero a perder y del segundo a no ganar-, podría dar lugar a una campaña electoral sucia y crispada. Es decir, lo. contrario de lo aconsejable.

En esa hipótesis, en lugar de clarificar al elector se le confundiría aún más; en lugar de serenar el clima social y político aumentaría su crispación, y en vez de moderar los gastos electorales habría un impulso irresistible a aumentarlos ante el riesgo del desalojo del poder, en -un caso, y de que se produjera la cuarta derrota consecutiva en su intento de conquistarlo, en el otro. Sería tanto como apostar por una estrategia del miedo, preocupada más por conservar el voto ya decidido que por conquistar el dudoso. Sería renunciar a la victoria o conformarse con una difícilmente funciona.1 para gobernar el país. Con ello, previsiblemente, aumentaría el desconcierto y la confusión entre los electores y, naturalmente, la abstención.

No es seguro todavía que, la campaña electoral vaya a discurrir por esos derroteros, pero algunas escaramuzas preelectorales apuntan que será así. Ello, naturalmente, impediría el que unas elecciones que se prevén disputadas -y, por tanto, con mayor interés- sirvieran para lo que en el plano de lo ideal están previstas: para que las formaciones que aspiran a acceder al poder mostraran, con inteligencia y honestidad si además fuera posible, sus análisis de los problemas y las soluciones que proponen.

De ahí que todos los argumentos, salvo quizá las estrategias miopes de algunos responsables políticos, propicien una campaña en la que el debate y la confrontación de ofertas sean más obligados que en ninguna otra anterior. El anuncio hecho por Felipe González de que los aceptará es un buen augurio. Si a ello se sumara la imaginación, el talento y el respeto al contrincante, todos saldrían fortalecidos en la convicción de que el sistema democrático es el mejor de los sistemas posibles.

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