Troyanas
Me despertó la radio. En el programa de Iñaki, una voz femenina, en un castellano anieblado por la emoción y el acento, una mujer llamada Sasha, a quien presentaron como serbia -aunque ella rechazó las calificaciones religiosas y étnicas-, declamó un texto tan antiguo como el mundo, un texto que sólo saben pronunciar las víctimas y los poetas: una declaración contra la guerra. Sasha forma parte del movimiento Mujeres de Negro, que con terca insistencia de coro griego se manifiesta en Belgrado para clamar contra el horror general que se está produciendo en la antigua Yugoslavia, y muy en particular por el horror que sufren las propias mujeres. Enlutadas por sí mismas y por sus hermanas, cualquiera que sea el bando en el que les ha tocado padecer.Aunque el recuerdo de la barbarie le rompía la voz tanto como el aliento de solidaridad que está encontrando en esta gira informativa que ahora realiza por España, Sasha se mostró firme al puntualizar algunos aspectos de la tragedia que pueden quedar ocultos detrás de la oportunista sensiblería: que ésta es la primera vez en que "el mundo conoce las violaciones de mujeres mientras se están produciendo, cuando sólo hace muy poco se han sabido las atrocidades que los japoneses cometieron con mujeres de países vecinos durante la II Guerra Mundial"; que se niega a hacer del número y de la etnia una particularidad, porque eso las convierte en instrumento de guerra, de negociación, y que los soldados también violan en muchas ocasiones a sus mujeres porque, bestializados, convierten su hogar en un segundo frente.
Una vez más arde Troya y la irracionalidad asedia las murallas. Dentro y fuera, mujeres enlutadas tratan de gritarle al mundo por lo que se perdió. Que nadie cuente luego que la culpa fue de Helena.
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