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El señor, es del pijama y su hijo

Juan José Millás

Volvía de cenar con unos amigos cuando por delante de mi coche pasó corriendo un sujeto mayor en pijama. Le vi alejarse con la curiosidad con la que miras una rata en un subterráneo, cuando de súbito repare en que no era una rata. La calle de Bailén estaba desierta a esas horas, de manera que un elemental instinto de prudencia me aconsejó dejarlo estar. Lo que pasa es que la conciencia no dejaba de decirme que entre un hombre en pijama y una rata todavía hay alguna diferencia, lo mismo que entre un subterráneo y la calle de Bailén, aunque esto último parece que quieren arreglarlo.El caso es que di la vuelta y conseguí alcanzarle a la altura de la calle Mayor.

-¿Le pasa algo?

-Tengo un infarto. Necesito un hospital.

Le invité a subir, y dejándome guiar por él llegamos a la plaza de Cristo Rey, desde donde subimos por una cuesta que iba a dar a un sitio que no sé cómo se llama, pero que tenía un cartel de urgencias. Antes de que se le tragara un pasillo blanquecino a través de una puerta batiente le pregunté si quería que diera aviso a algún familiar.

-Ni se te ocurra -contestó el viejo con firmeza.

Me iba a marchar, pero me dio no sé qué, aunque ya eran las dos de la madrugada y al día siguiente tenía que levantarme pronto. En la sala de espera había una máquina de café, de manera que decidí esperar lo que dura un cigarro y una taza. Las paredes tenían azulejos blancos y los rostros estaban alicatados de dolor hasta las cejas.

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-¿Era su padre el señor del pijama? -preguntó una anciana que nos había visto llegar.

No sé por qué, pero aunque coloqué la lengua y los labios en la posición correcta para decir que no, me salió que sí.

-El corazón -añadí con un gesto de dolor no fingido.

-Se curará, lo de mi nieto es peor.

En esto salió una enfermera y preguntó si yo era el hijo del señor del pijama. Tuve que decir que sí para no quedar mal.

-Se lo devolvernos enseguida, sólo tenía una bolsa de gases que le oprimía el pecho.

Al poco salió el hombre con cara de alivio y con -una bata que le habían prestado sobre el pijama. Mientras nos dirigíamos al coche vi una cabina telefónica y pensé que mi mujer estaría preocupada. La llamé:

-Que se ha puesto mi padre malo y he tenido que llevarle a urgencias. Tardaré un poco todavía.

Noté que no se lo creía porque soy huériano desde niño, pero colgué antes de que tuviera tiempo de decir nada. Cuando me vi dentro del coche con papá, él y yo solos después de tantos años, sentí una alegría inconcebible. Dijo que quería dar una vuelta, así que salí a Princesa por Isaac Peral y enfilé hacia la plaza de España. Él me iba contando cómo había cambiado todo desde que yo era pequeño. En Alberto Aguilera, me explicó, había un paseo central muy agradable. De súbito recordé haber paseado de la mano de él por aquellos bulevares; era un domingo por la mañana y me llevaba a conocer el parque del Oeste. Estuve a punto de contarle el recuerdo, pero no quise tentar la suerte porque hacía tiempo que no era tan feliz.

-Hijo, vamos a dar una vuelta por la Gran Vía.

Me emocionó tanto que me llamara hijo que casi se me saltan las lágrimas. Entonces le dije que era cardiólogo y le hice prometer que me llamaría cada vez que tuviera una crisis. Aún no me ha llamado, pero la próxima vez, después del hospital, nos vamos los dos al parque del Oeste.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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