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LA CRISIS DE LOS SOCIALISTAS

El presidente abrió la caja de los truenos

25 de marzo. Universidad Autónoma de Madrid. Ante un auditorio de estudiantes, abiertamente hostil, Felipe González admite por vez primera la necesidad de asumir responsabilidades políticas por los casos corrupción. "Yo, como responsable", agrega, "estoy dispuesto a asumir la mía".Simultáneamente, en León, Alfonso Guerra asegura que el PSOE "no está implicado" en el caso Filesa, ni conoce Ias actividades empresariales de sus militantes, a título personal". Hace sólo tres días, se ha difundido el informe de los peritos al juez Marino Barbero, que certifica la financiación ilegal del PSOE.

En una entrevista a la agencia Efe, difundida el 27 de marzo, González insiste en las responsabilidades políticas pero, aclara, éstas no pueden depurarse hasta que concluya el procedimiento judicial, "por respeto al Estado de Derecho". Es demasiado tarde para cerrar la caja de los truenos. Numerosos dirigentes socialistas, primero soterradamente, luego de forma abierta, piden medidas ejemplares para recuperar la credibilidad perdida.

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El domingo 28 de marzo se consuma la debacle socialista en Francia, no por anunciada menos demoledora. El 30, en Las Navas de Marqués (Ávila), once notables del partido -entre ellos, el presidente andaluz, Manuel Chaves, el valenciano, Joan Lerma, y el ministro de Exteriores, Javier Solana- exhortan a González a superar la parálisis del PSOE y reaccionar ante la ofensiva del PP, que ya le iguala en las encuestas.

El 3 de abril, el presidente declara a la agencia OTR que hay que "dar una respuesta a los ciudadanos [sobre el caso Filesa], desde el punto de vista de la responsabilidad política", en la reunión de la Ejecutiva prevista para el 5 de abril, que se aplaza hasta el Sábado Santo para permitir un acuerdo entre las sectores enfrentados. González ya no dice que debe esperarse a que concluya la vía judicial, como una semana antes.

En ese momento ya se sabe que el secretario de Organización, Txiqui Benegas, puso su cargo a disposición de González el día de los incidentes de la Autónoma. Desde el sector renovador se afirma, sin embargo, que no se trata de dar carpetazo al asunto con retiradas honorables sino de "cortar cabezas", como afirma gráficamente el líder de los socialistas navarros, Gabriel Urralburu.

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El aparato, que no está dispuesto a ser el chivo expiatorio de la crisis, reacciona difundiendo la carta de Benegas, en la que achaca su dimisión a la falta de lealtad de "algunos miembros del Gobierno" y de los "renovadores de la nada". Ni una sola mención al caso Filesa. El debate se traslada desde la respuesta política a la corrupción a la pugna entre guerristas y renovadores.

Las tensiones que afloran ahora vienen de lejos. Al menos desde que estalló el escándalo Juan Guerra y sectores heterogéneos del partido reclamaron la dimisión del entonces vicepresidente. Alfonso Guerra sólo arrojó la toalla en enero de 1991, después de un año largo de desgaste y de haber confeccionado una Ejecutiva a su medida en el 32 Congreso del PSOE, en noviembre de 1990.

González le dejó hacer, pero advirtiendo que la elección del Gobierno era cosa suya. Así lo demostró en los meses siguientes: manteniendo a Solchaga como ministro de Economía; nombrando a Serra vicepresidente; colocando a Solana al frente de Exteriores, tras la muerte de Fernández Ordóñez. Destacados guerristas -como el castello-manchego José Bono y el madrileño Teófilo Serrano- se pasaron a la renovación.

El debate sobre la sucesión de González, que éste sólo cortó el pasado 25 de octubre, al anunciar que volvería a ser el cartel electoral del PSOE, o sobre si Alfonso Guerra coordinaría o no la campaña -y, lo que es más importante, si elaboraría o no las listas- han sido las últimas escaramuzas de una batalla planteada ahora en toda su crudeza.

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