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Reportaje:

Bodas, bautizos y desenganches

El clero madrileño se reparte entre los enlaces de los Jerónimos y los 'yonquis' de suburbio

Uno gestiona 300 bodas al año; otro ejerce de chico para todo en un barrio duro. Los dos son curas. El párroco de San Jerónimo el Real (vulgo, los Jerónimos) y el cura joven de San Cristóbal de los Ángeles son dos caras de la moneda eclesiástica de Madrid, diócesis que agrupa a 1.673 sacerdotes seculares y otros 1.490 religiosos ordenados. En la primera iglesia hay una lista de espera digna de la Seguridad Social: nueve meses de adelanto para fijar la boda (penaltis, abstenerse). El segundo templo sólo funciona dos horas diarias: el trabajo está fuera.

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Ninguno de los dos lleva sotana, pero Manuel González Cano, de 67 años, viste traje negro y alzacuello. Desde su despacho dirige el fuerte tráfico que registra los Jerónimos, parroquia de postín y la más, casamentera de Madrid. Cada primero de mes atiende a jóvenes que hacen cola desde las seis de la mañana para casarse allí. Los que aguardaban el día 1 de marzo han reservado boda para el próximo diciembre.La mayoría de los novios no son del barrio. "Aquí casi tenemos más oficinas [400] que feligreses [3.000]", explica González Cano, empeñado en democratizar el altar madrileño de más alcurnia. "Cualquiera se puede casar aquí. No hay enchufes que valgan", asegura. Este antiguo monasterio, levantado en 1502 y vecino del Museo del Prado y el parque del Retiro, sigue a la cabeza de las iglesias elegantes de Madrid. Tradicionalmente ha estado vinculado a la realeza y a la aristocracia.

Amén de las bodas y los funerales, que emplean buena parte del tiempo de los cinco sacerdotes y tres sacristanes de que dispone el templo, en los Jerónimos se celebran novenas, triduos y vía crucis. El cepillo -200.000 pesetas los fines de semana- casi hace honor al precio del metro cuadrado en el barrio.

Sin embargo, González Cano puede comparar. Este antiguo colaborador del cardenal Tarancón ejerció antes, durante una década, en el barriode Orcasitas. "Es más fácil y más humano ser cura de pobres que de ricos. Exigir a la gente aquí es más duro", asegura. Pero hay otras ventajas: "En esta zona tenemos pocas necesidades y nos proyectamos fuera", señala el párroco González Cano. Además de una misión en Arequipa (Perú) o del mantenimiento de dos pisos para ex presos, el responsable de los Jerónimos encuentra dónde repartir el dinero que recauda esta iglesia -70 millones brutos al año- Un buen pellizco va para los campamentos infantiles que organizan media docena de parroquias de los suburbios.

Los curas obreros

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Una de las beneficiadas es Nuestra Señora de los Desamparados, en el barrio de San Cristóbal de los Ángeles, donde no se ven sotanas, pero queda la huella de los curas obreros. Enrique Peñalva trabaja allí. "En sitios como éste, el cura está de chica para todo", dice. No le falta razón: lo mismo dice misa que aplaca al drogadicto que destroza la casa familiar o rellena el empadronamiento de un gitano.Enrique tiene 36 años y ha gastado los últimos ocho en San Cristóbal de los Ángeles, un barrio que hace poco honor a su rimbombante nombre. Esta zona obrera, bastante dejada de la mano de Dios, se aprisiona entre la carretera de Andalucía y la vía del ferrocarril. La droga cabalga y puebla el parque y la plaza de ángeles caídos por la jeringuilla.

El pasado invierno, los vecinos se echaron a la calle, hartos de camellos. A golpe de patrullas consiguieron espantarlos un poco. Enrique estaba allí, intentando evitar posibles excesos. "Yo no soy cura sólo para decir misa", justifica. Viste vaqueros y jersey, pero todo el barrio le reconoce por la calle.

Este cura diocesano dirige sus esfuerzos sobre todo a los jóvenes. Pretende proporcionarles "una formación integral". Da clases de religión en el instituto del barrio y organiza grupos en la parroquia. En cuanto puede prepara viajes para ampliar los horizontes de los chavales. Parece más un animador social que un sacerdote. "De los 22 chavales que tengo en uno de los equipos, hay seis o siete ateos", explica. No le da mucha importancia: cree que su trabajo es "más social que religioso". "Hay que intentar que cada uno sea persona. El que se vaya o no a misa es lo de menos", afirma.

En su parroquia - el cepillo semanal da unas 25.000 pesetas, excepto en las colectas del paro o el hambre, que se multiplica por 10- hay poco culto y mucha actividad: lo mismo se paga el recibo de la luz de un vecino acuciado por las deudas que se da un bocadillo a un drogadicto. "Se atiende más a la gente que al templo. De hecho está casi siempre cerrado, excepto durante las dos misas diarias, porque si está abierto roban lo poco que hay".

Enrique y Manuel trabajan en dos de las 638 parroquias de la diócesis de Madrid-Alcalá. Desde ellas se atiende a 4.163.283 católicos, según los datos del volumen Estadísticas de la Iglesia católica, 1992.

65.000 de sueldo

Los fieles, por su parte, van mejorando la actitud del bolsillo frente a lo divino: la aportación a la financiación eclesiástica ha ido subiendo. En las declaraciones de 1990, los ingresos por la asignación tributaria alcanzaron 1.974 millones de pesetas en la región.Ser cura en Madrid no es ninguna ganga, aunque en cifras redondas vaya descendiendo el trabajo: los bautismos han pasado de 39.772 en 1986 a 34.783 en 1990, y los matrimonios, de 18.503 a 16.547. Los sacerdotes diocesanos ganan 65.000 pesetas al mes. Los trienios sólo añaden 500 pesetas cada uno.

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