Campomanes, la tercera estrella
Pocos presidentes de federaciones deportivas alcanzan tanta fama como las grandes estrellas; uno de ellos es Florencio Campomanes. Los numerosos dramas representados en el ajedrez mundial desde 1983 no hubieran existido sin la intervención de este filipino de baja estatura, tez morena, pelo blanco, bigote imprescindible y mirada penetrante. Hasta sus más encarnizados enemigos, que no dudan en calificarlo como "un gran dictador", reconocen su inteligencia y admiran su endiablada astucia.A los 67 años, Campomanes derrocha carisma y domina el arte de la negociación. "La clave de esa virtud está en mis once anos de educación benedictina. Después fui profesor de estudios orientales para diplomáticos en la Universidad de Georgetown (Estados Unidos). Allí también aprendí mucho, pero hay otro factor fundamental para explicar mi éxito; mi lema es: 25 horas al día y cada día es lunes", dijo a EL PAÍS durante la Olimpiada de ajedrez de Manila, en 1992.
Actividad trepidante
Ya no puede jugar al tenis diariamente porque un accidente de coche en Uganda le produjo una seria lesión en el cuello. Pero exhibe una actividad trepidante, el avión es su segunda casa y apenas duerme. En plena campaña electoral fue capaz de recorrer 14 estados africanos en 18 días. Le gusta definir al ajedrez como "una religión extendida por 150 países", visitados en su gran mayoría por este Papa del tablero al que le encanta el vino de Vega-Sicilia, como demostró en Sevilla cuando fue invitado por el Ayuntamiento.
Sin embargo, el sumo pontífice de Caissa, la diosa del ajedrez, no ha podido -¿o no ha querido?- evitar el cisma. Gari Kaspárov, aquél joven díscolo nacido en Azerbaiyán de madre armenia y padre judío, nacionalizado ruso, sigue causándole los fuertes dolores de cabeza que empezaron en 1984, cuando el filipino se ganó el apelativo de Karpomanes por el apoyo que prestó a su "amigo Kárpov".
A pesar de las contundentes manifestaciones de Campomanes sobre Short -"ha renegado de la organización que le adoptó como niño prodigio para convertirle en aspirante al título mundial"-, varios indicios permitían pensar que el campeón y el presidente de la FIDE iban a llegar a un acuerdo pragmático para que el duelo entre Kaspárov y Short se celebrase en Manchester con reparto de la tarta millonaria para todos.
El pacto implicaba que, para futuras ediciones, la FIDE cedía los derechos del Campeonato del Mundo a la nueva Asociación Profesional de Kaspárov y Short. Si el astuto Campomanes, consciente de que jugaba esta partida con las piezas negras, no ha aceptado la propuesta de tablas, debe tener alguna razón muy poderosa.
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