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La ternura universal

Es un movimiento íntimo que nos proyecta hacia el mundo, una tendencia que sentimos como deseo de abrazar todo lo que se ofrece ante nuestros ojos y, más tarde, se particulariza en determinadas figuras. Es un acoger la tierra desde la cima de una montaña, como el poeta romántico alemán Jean-Paul Richter, cuya ternura, a través de los viajes espaciales de su mirada, se une a los animales, a las briznas de hierba, y llega "hasta los rincones ocultos de los pájaros". Es el sueño de ternura de Walter, personaje de las novelas Flegeljahre, que se difunde por todo el orbe sin exaltaciones pasajeras. Esta contemplación serena de dulzura penetrante y suave delicadeza es la ternura universal que se manifiesta poéticamente.El paisaje enternece y puede conmovemos hasta las entrañas. Entonces cabe interrogarse: ¿la naturaleza está humanizada, o es ella misma humana? Unamuno sospecha que "el genuino paisaje" son los pequeños rincones, "allí donde se coge el alma del campo". Es, pues, una metáfora del espíritu humano, y cita el paisaje seductor gallego porque es de inmediato habitable, una naturaleza humanizada que invita al reposo y al ensueño. Por el contrario, Marx sostiene que a la naturaleza la humanizan los actos humanos, los sentidos espirituales, "die prakischen Sinne" (Wille, Liebe), los sentidos prácticos (voluntad, amor). Sin embargo, a la vez afirma: el hombre es un ser natural que expresa su sensibilidad y pensamientos mediante la palabra, un sonido material. En consecuencia, es pasivo como naturaleza y activo como hombre. Actualmente no existen rincones paradisiacos, puros e intactos, la explotación por el hombre y la técnica han transformado el mundo real. ¿Quiere ello decir que la naturaleza ya no despierta ternura? Nunca fue mayor la necesidad de descubrir en ella el yo que somos, la verdad de nuestro ser. ¿Qué es si no la tentación de reposamos en el paisaje gallego gozando su caricia tibia, o adormecemos para siempre en su dulce regazo? Y hasta podemos sentir el paisaje interior "d'este meu coraçao, profundo rio que deslisa somnanbulo, entre outeiros" (Teixeira de Pascoes), porque somos como un árbol rodeado de sombras.

La ternura no tiene afán de dominar la naturaleza, propio del pensamiento generador de la técnica científica, y se limita a una desinteresada contemplación de los seres y de las cosas. En este sentido, la ternura origina el arte. El pintor no sufre la antítesis hombre y mundo natural, pues vive en contacto permanente con la realidad que le circunda. Su ternura se expresa, por la curiosidad incesante de su mirada, que descubre el secreto de las cosas y ve lo que otros no sospechan ni presienten, humanizando todo lo que mira. El arte, a diferencia de la técnica, no anexiona el mundo por y, para el hombre, lo deja tal cual. aparece a su percepción ingenua, enternecida. Una obra de: arte, afirma Merleau-Ponty, es, el signo que concentra el sentido disperso de la ternura en su viaje de exploración cotidiana por las calles del mundo. El cuadro, la escultura, el poema, la novela, agrupa lo que ha visto el artista, asomándose con ternura a las cosas desde el balcón interior del conocimiento, para llegar a una síntesis representativa de su comunicación con el mundo. Por ello no quiere apropiarse lo que le conmueve o atrae. El artista es un hombre común que se enfrenta todas las mañanas con el mismo trabajo de las preguntas que plantean lo que tiene ante sus ojos, a las que no puede dar respuesta definitiva. En este sentido, su obra no está nunca acabada, porque la ternura no sólo abarca el universo visible, es infinita y le obliga a una incesante creación. Al no sentirse nunca satisfecho, debe cada día reemprender el camino de la exploración impulsado por la ternura hacia el todo.

La ternura no es como una corriente fluvial que se pierda en el mar inmenso, juiciosa y ordenadamente analiza lo que contempla sin desbordarse, ni la que sufrieron los poetas románticos del Stur und Drang, poseídos por la ambición de conquistar el espacio del tiempo infinito. Sed que no puede calmarse hasta realizar sus sueños, que eran deseos y apetitos del hervor íntimo. La ternura, movida por un secreto desasosiego, nos arrastra hacia la realidad objetiva sin arrojarse sobre ella, pues sabia y cautelosamente la acaricia desde la lejanía, aunque a veces la contemplación sumerge en un arrebatado éxtasis. Es fácil deducir que la ternura es temerosa de entregarse con demasiada fogosidad a las cosas de este mundo, aunque sufre el encanto de sus presencias.

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De la ternura mesurada nace el afecto por criaturas concretas que se nos acercan y penetran en nuestra intimidad. Los seres tiernos son quienes más sufren o gozan estos contactos con todo lo que está ahí. Pero hay una diferencia entre afectarse y enternecerse. El afectivo se enternece sin salir de sí mismo, de su pasividad cariñosa. A lo sumo, llega a compadecer a los que sufren, pero nada más. El tierno es activo, observa al otro, le acompaña en sus trayectos vitales, es el estado abierto de la ternura para sentir afectos verdaderos. De esta aspiración o anhelo de la ternura se origina la pasión, "que nos hace renunciar al yo vano, para reencontrarnos en nuestro eterno nosotros" (Ignaz-Vitalis TroxIer), aunque los otros nos dañen o suframos por ellos, ya que toda pasión es una pasividad reactiva.

Mientras la pasión es padecer doloroso, la ternura es objetivación, aviva los órganos sensibles, la visión reveladora. Claro es, la pasión busca el abrazo identificador de los seres, al paso que la ternura mantiene la distancia de cuanto apasiona. ¿La ternura es un afecto o una desinteresada caricia visual? Si la pasión busca convertir a los otros en propiedad privada, la ternura, aun sin quererlo, se abandona a ellos. Luego, podemos definirla un sentimiento tranquilo-dulce que nos hace delicados, sensibles, propensos a conmovernos fácilmente. Así, los tiernos son víctimas de sus impresiones demasiado objetivas. Cuando la ternura se sentimentaliza en nuestra cerrada intimidad, descubrimos que los otros viven en el yo una profunda existencia real. Se comprende que el amor es la ternura suprema, por la atención permanente a la persona amada, solicitud y preocupación. Ahora bien, un amor tan sólo tierno conserva la separación entre los amantes al no realizar la fusión total, y vive de la soledad compartida. El amor apasionado sin ternura privatiza, excluye a los otros, se limita al yo-tú que separa de la sociedad. Sólo al reconocemos diferentes nace la ternura mutua que admite la realidad de cada uno y, por consiguiente, la de los demás que ignorábamos en nuestro amor de solitarios enceguecidos.

D. H. Lawrence, en su novela La serpiente emplumada, abre otra posibilidad: la posesión recíproca revela a los amantes el amor cósmico y la ternura encamada en el cuerpo único. Sin embargo, la preocupación es la esencia de la ternura amorosa, porque el hombre es "das kind der sorge" (Herder), entregado al que ama no por imágenes emotivas instantáneas, sino para hacerle dichoso. De aquí el valor trascendente de la ternura femenina, pudiendo repetir lo que dice Balzac de la prostituta Esther: "En ella, la ternura florecía solamente en infinitud".

Carlos Gurméndez es ensayista, autor de El yo y el nosotros.

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