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Una inocente obsesión por la informática

Un jurado inglés absuelve a un joven que entró ilegalmente en las principales redes occidentales

Enric González

A Paul Bedworth, de 19 años, le bastó un microordenador de 40.000 pesetas para jugar con la sala de computadoras de la Casa Blanca, la red de misiles de la OTAN en el Reino Unido, el sistema informático de la Comisión Europea en Luxemburgo, un banco de datos sobre el cáncer en Bruselas, la centralita del diario londinense Financial Times y con documentos militares británicos tan delicados que el Gobierno prefirió no detallarlos.No sólo eso: cargó a empresas e instituciones de toda Europa las facturas de las 50.000 llamadas telefónicas efectuadas durante sus aventuras cibernéticas. Fue detenido por detectives de Scotland Yard en junio de 1991 y procesado bajo tres cargos de conspiración. El miércoles fue absuelto por un jurado inglés que atendió los argumentos de la defensa: la adicción de Paul Bedworth a los ordenadores le hacía "irresponsable de sus actos".

Para la recién creada Unidad de Delitos Informáticos de Scotland Yard, que esperaba contar con un antecedente de firmeza contra los bandidos del microchip, el veredicto fue "sorprendente y desmoralizador". El propio Bedworth se había declarado culpable de todas las acusaciones.

Pero el jurado tuvo que mirar también el otro lado de la historia. Paul era un tímido, apacible y brillantísimo estudiante de Informática en la Universidad de Edimburgo cuya capacidad de comunicación dependía casi por completo de los ordenadores. Jamás había salido con una chica ni veía a ningún amigo: se limitaba a tener un par de compinches (ambos detenidos al mismo tiempo que él y pendientes de juicio) con los que charlaba y jugaba por vía informática. "Prefiero pasar un par de horas con un ordenador que con una persona", le dijo al psiquiatra. Su madre le había quitado el ordenador y hasta cortaba el suministro eléctrico para apartar a Paul del teclado, pero todos los esfuerzos fueron siempre inútiles.

El jurado valoró también a favor de Paul que éste, que pudiendo haber robado fortunas o hundir en el caos unos cuantos regimientos, se limitara a "jugar", y dejar mensajes de adolescente en la escena del crimen.

Paul Bedworth empezó a enredar con los ordenadores ajenos a los 14 años. Al principio sólo enviaba mensajes sobre la "seta mágica" firmados como Wendii. Al cabo de un par de años aprendió a colarse en ordenadores de gran potencia y supuesta inviolabilidad. En la última fase de su carrera corría a sus anchas por la red informática de toda Europa y había llegado a la Casa Blanca y hasta al parque zoológico de Tokio.

Fue la Comunidad Europea la que localizó de dónde procedía el intruso llamado Wendii: el centro emisor fue localizado por los técnicos comunitarios en el ordenador de la Universidad Politécnica de Leeds (norte de Inglaterra). Scotland Yard pidió ayuda a la compañía telefónica British Telecom y siguió el rastro hasta el repetidor de Bristol y de allí a casa de la familia Bedworth, en Ilkley, cerca de Leeds.

A su salida del juzgado, Paul dijo que se tomaría un descanso en casa antes de volver a sus estudios y prometió que no volvería a colarse en el ordenador de nadie. "Tengo otras cosas que hacer en la Universidad", dijo. Durante el juicio, un técnico en informática que declaraba como testigo había interrumpido sus explicaciones para exclamar: "Que no se molesten el señor juez ni el jurado, pero lo que yo haría sería ofrecerle trabajo ahora mismo".

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