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Nacionalismos

Desde que se hizo evidente la catástrofe de las transiciones poscomunistas en aquellos países de Europa oriental con delicados problemas nacionales, mucha gente de este país admite en privado los indudables méritos de la transición y el modelo autonómico español. Sin embargo, es raro en el debate público europeo -y escaso en el español- la reivindicación de nuestro modelo autonómico como ejemplo de compromiso saludable en disputas de orden nacionalista, mientras ha sido más frecuente la referencia a España como ejemplo de transición no traumática de la. dictadura a la democracia.El título VIII de la Constitución supone un punto de equilibrio y encuentro entre (los renuncias: la del uniformismo centralista y la del separatismo; ni negación de la pluralidad étnico-lingüística-cultural ni apuesta por la disgregación para defender la diversidad. En otras palabras, ni nacionalismo español ni nacionalismos periféricos. La identificación etnianación-territorio-Estado, desaparece para unos y para otros y da paso a un concepto plenamente moderno de Estado.

La modernidad del Estado democrático y autonómico español se ha consolidado por dos razones, a pesar de perdurar fuerzas centrífugas. Primera, por prevalecer en los llamados nacionalistas catalanes y vascos un mínimo sentido solidario con el conjunto de la España democrática; con lo que, aun conservando la denominación, han dejado de hecho de ser nacionalistas, porque tal noción define en rigor a quienes, identificando nación con Estado, reivindican la ruptura del Estado. Pero, segunda. razón, porque en el centro no ha habido fuerzas centrífugas:. por el contrario, el sistemala dispuesto de fuerzas políticas de ámbito general que han sido hegemónicas desarrollando una vocación integradora, conciliadora con los nacionalismos periféricos y huyendo siempre del etnocentralismo. En otras palabras, la democracia española se ha estabilizado combinando unos nacionalismos que lo son menos con un nacionalismo españolista que no se ha manifestado, haciendo posible una España unida y diversa.

Ese equilibrio podría romperse si hiciera su aparición el nacionalismo español, abriendo una espiral de confrontación entre sí mismo y los otros nacionalistas, espiral colisiva que radicaliza a unos y a otros. El nacionalismo españolista es innato a la derecha, como corresponde no sólo con la historia de España, sino también con la regla universal de que todo conservador es más proclive al etnocentrismo.

Así pues, no es extraño que, interrogado sobre cuestiones de política autonómica, José María Aznar respondiera (EL PAÍS, 14 de febrero de 1993) que "una persona como yo se siente español, existencialmente español, fundamentalmente español". Es decir, para determinar una cuestión política (estructura de las Administraciones) se recurre a las vivencias existenciales: confusión entre lo identitario y lo político, propia del nacionalismo.

Pujol ha repetido vanas veces en los últimos años que el hundimiento del comunismo demuestra la futilidad de "ideas políticas que se basan en proyectos artificiales" y, por el contrario, demuestra "el carácter perenne de ideas políticas que se basan en lo más profundo, lo más querido, lo de siempre, lo eterno, la identidad de los pueblos". Tiene razón, lo naturales ser conservador y responder al instinto etno-nacionalista, tan natural como todos los instintos humanos, mientras que definir proyectos de transformación social es un ejercicio en cierto sentido artificial, es decir, consiste en una acción creativa humana. El problema es que la democracia es más sana si se basa en la racionalidad y la imaginación, y no en los impulsos y los instintos. La democracia misma es artificial en el sentido de una creación del pensamiento social humano. Con meros instintos rigiendo el comportamiento político no hubiera habido jamás democracia. Véase, por ejemplo, que el racismo es una actitud política natural, ya que responde a instintos que todos tenemos. El antirracismo es artificial porque responde a un esfuerzo racional y ético que se sobrepone a los impulsos naturales.

La izquierda y el centro izquierda que han gobernado España hasta aquí han esquivado las tentaciones etnocéntricas porque han estado instaladas en el concepto moderno artificial de basar en proyectos racionales y no en instintos identitarios su acción política, su lucha por el poder. Son fuerzas integradoras porque son fuerzas progresistas y no presentan un modelo cerrado e insolidario de microcosmos natural, ineludible y sin fisuras. Bien al contrario, reconocidas las diferencias configuran un modelo abierto, hecho de compromisos, de renuncias, de solidaridades y, por tanto, con voluntad universalizadora. En definitiva, una España unida por su diversidad, que cifra su fuerza en el respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas.

Por el contrario, la derecha española, si llegara al poder, se vería abocada a hacer españolismo y difícilmente podrá sostener la solidaridad democrática, la suma de los instintos etnocéntricos le impedirán articular el globalismo y la imaginación necesarias. Si a los nacionalismos centrífugos (todos ellos conservadores) se suma el nacionalismo español y sus instintos contralistas y uniformador, la colisión puede estar servida.

El factor disgregador de tipo esloveno y croata ya existe en la política española. Con la derecha podría llegar el factor disgregador de tipo serbio.

es consejero d'Administració Pública y catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia, y Josep Palau es periodista y activista de los movimientos por la paz.

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