La maraña de los datos
Cuando se dictó la nueva normativa bancaria contenida en la Circular 4/91 del Banco de España, dio comienzo una crónica de paradojas. Su propio redactado evidenciaba, a la vez, avances en ortodoxia y retrocesos en información. Su primer año de aplicación, el pasado, se caracterizó por las contradicciones. entre lo formal y lo real. Y ahora, la publicación de los primeros resultados de los grupos bancarios referidos a 1992 está configurando una maraña de heterogeneidades.Desde su aparición, en el texto de la circular podía apreciarse un claro efecto positivo junto a una no menos evidente contrapartida negativa. Por un lado, e, conveniente, adoptaba un enfoque mucho más realista en la contabilización: neutralizaba el efecto del rendimiento de los fondos de pensiones; imponía un mayor rigor contable para los créditos vencidos e impagados; obligaba a la dotación de posibles minusvalías respecto al precio de mercado de los efectos públicos; delimitaba algunas contabilizaciones en la intersección entre los ingresos financieros y otros productos.
La aplicación
Lamentable e innecesariamente la otra cara de ese adecuado recorte de márgenes artificiales fue un empeoramiento de la información bancaria. A partir de esa normativa, se hizo imposible deslindar la composición (le importantes partidas, anteriormente desagregadas, del balance y de la cuenta de resultados.
Esta monopolización por el banco emisor del detalle de las cuentas recortó las posibilidades de conocimiento de la evolución de las entidades por parte del público especializado, interesado o inversor, e incluso la propia capacidad de cada banco para analizar la evolución de su competencia.
A esa contradicción de partida siguió un difícil periodo de aplicación. Uno: la capacidad de acción del banco emisor, y notablemente la de su entonces gobernador, no pasó por sus momentos más indiscutidos. Dos: al dispararse los impagados y las dificultades de negocio, no todos los bancos fueron capaces de cumplir la flamante normativa y, durante gran parte del pasado año, las primas de riesgo no se correspondieron con el incremento de la morosidad. Tres: la llamada tormenta monetaria aconsejó relajar las exigencias de provisionamiento de la cartera de deuda pública. Cuatro: la autoridad monetaria se vio, en general, entre la espada de sus reglas y la pared de generar desconfianzas hacia algunas entidades bancarias, precisamente en el momento en que se agudizaba la cuesta abajo económica.
Ya venían, por lo tanto, las aguas revueltas, cuando han empezado a aparecer los beneficios de los grandes grupos bancarios correspondientes al pasado ejercicio, por lo que no es de extrañar que las paradojas hayan aumentado. En primer lugar, se han permitido confusiones inaceptables sobre la evolución de los resultados. El cuadro refleja los beneficios netos correspondientes a 1992 de los cuatro grandes grupos que los han comunicado hasta este momento, comparados con los de 1991 (que ofrecieron a principios de 1992). Como puede apreciarse, dos de esos grupos han registrado un aumento de sus ganancias, mientras que éstas han disminuido sensiblemente para los otros dos.
Ajustes
Sin embargo, entre los que han registrado descensos, el Grupo Santander ha lanzado un mensaje público de incremento y, por su parte, el Bilbao Vizcaya, otro que aminora su caída. Ello ha sido posible a través del ajuste puramente contable y ex-post del beneficio neto de 1991, apoyado en el cambio de los criterios de la circular 4/91 respecto a los de la vigente aquel año, la 22/87. Naturalmente, debido a ese cambio de normativas, todos los grupos han establecido ajustes en las partidas que componen su cuenta de resultados de 1991. Pero Argentaria y Popular se las han arreglado, a costa de pagar mayores impuestos de sociedades sobre el ejercicio 1991, para mantener la última línea de esa cascada, el beneficio neto, de modo que se facilitará la continuidad de la comparación en la magnitud más relevante de dicha cuenta.
En segundo lugar, si paradójico es que una normativa destinada a un mayor rigor haya facilitado esos movimientos de números, más paradójica aún resulta su consecuencia sobre el dividendo. Se ha permitido una evolución de éste, referenciada a un ajuste contable y no a la cifra de beneficios que se reparten. Mal precedente, si se piensa que aún quedan por ofrecer sus resultados los grupos más delicados, Banesto y Central Hispano entre otros, y tenemos por delante los dos años peores desde principio de los ochenta.
Todas las entidades, desde luego, han obrado en la cuestión que nos ocupa de modo perfectamente justificable desde el punto de vista formal y, más aún, legal. Por ejemplo, se podría decir, y no sin razón, que cambiando la base de cálculo de 1991 incluso para el beneficio neto, se logra una coherencia respecto a 1992, año en el que se operó con otros criterios contables. Quizás; pero no estará tan claro cuando no todos lo han hecho.
Lo que resulta del todo indiscutible es que este enmarañamiento de las cifras no ha estado regulado por el banco emisor, y que ello ha dado lugar a una heterogeneidad de actuaciones que en nada beneficia ni la transparencia pública de nuestras entidades bancarias, ni su imagen internacional. Sirva para ejemplificarlo el comentario de finales de enero del influyente Goldman Sachs International sobre uno de los grupos citados: "Lamentablemente, la sorpresa y decepción sobre el último ajuste contable eclipsan los resultados".
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